Por Mariela Encina Lanús
La primera vez que Alfonso Barón salió a recorrer el mundo fue el día que su abuelo le compró una revista National Geographic. Tenía 6 años y la misma curiosidad con la que ahora contempla los viñedos de Bergerac. Barón nació de este lado de la cordillera pero su coreografía personal lo llevó hasta Europa.
En los datos formales, es actor, bailarín e intérprete físico. En esencia, un tipo rebelde. Un rebelde con causa, capaz de romper sus propios moldes (una, mil veces) para reinventarse y aprender. Es inquieto, audaz, perseverante.
Alfonso Barón cree en el error y la prueba (desde allí construye) y en las infinitas posibilidades de expresión que brinda el lenguaje corporal. "El cuerpo tiene verdad -asegura-. La cabeza engaña y el corazón, a veces, confunde. Su lenguaje es infinito y deja libre a la interpretación. El cuerpo dice. Y no miente".
Cuando su cuerpo es el que habla, apela a los diálogos cruzados que lo habitan: el rugby y los deportes extremos que definieron su adolescencia (rollers, snakeboard, longboard, free style); los primeros pasos junto a Ernesto Suárez (en teatro) y Vilma Rúpolo (danza contemporánea); y un presente construido desde la precisión del teatro físico. "Me parece maravillosa la capacidad de adaptación, de poder transformar el material que alguien te brinda, en algo nuevo y en este caso, en algo sensible y artístico", dice y se le adivina la sonrisa.
Esta habilidad para mixturar experiencias físicas disímiles en escena, lo convierte en un artista notable. Pero nada es gratuito tratándose de él. Su derrotero artístico está articulado a la disciplina y la convicción; al trabajo tenaz; a esa pasión desbordante que rige sus impulsos.
Desde que decidió ampliar sus recursos interpretativos en la carrera de Danza Teatro en el Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA), el mendocino trabajó con respetados coreógrafos del ámbito nacional (Mayra Bonard, Roxana Grinstein, Susana Szperling y Gabriela Prado, entre más), comenzó a explorar la docencia y debutó en el cine, bajo las órdenes de Hernán Guerschuny (en su opera prima “El crítico”, protagonizada por Dolores Fonzi y Rafael Spregelburd). De eso hace poco menos de una década.
Entre tanto, se lució en tres de las obras más celebradas de la escena porteña: “La idea fija”, aquella cautivante y perturbadora puesta de Pablo Rotemberg que vimos en el teatro Independencia (2011); “Los posibles”, excepcional puesta de Juan Onofri luego documentada por Santiago Mitre (fue proyectada en Le Parc, en 2013) y en “Un poyo rojo”, obra dirigida por Hermes Gaido a la que se incorporó en 2011 para ofrecer un contrapunto perfecto al talentoso Luciano Rosso.
El trío fue un suceso. La obra despegó del circuito alternativo porteño, a salas de todo el país (visitó Mendoza dos veces) y de allí, a festivales internacionales de la dimensión del Festival de Avignon, en Francia.
Es que ahora, en su séptima temporada, “Un poyo rojo” los instala en Europa durante este año y el próximo.
-¿Lo imaginaste, alguna vez?
-Nunca lo imaginé. Sin embargo, cuando uno está generando tantas cosas y a la vez anhelando, no es tan shockeante si eso se materializa.
-¿Vos qué anhelabas?
-Anhelaba seguir mis impulsos, escuchar al corazón y no tanto a la cabeza (Barón se queda en silencio). Ahora que lo pienso, siempre anhelé viajar. Cuando era chico tenía hábito de lectura, me encantaban las novelas de Julio Verne y los cuentos fantásticos; y leer la National Geographic. Y pensar que ahora estoy en Bergerac...
Las palabras de Alfonso Barón llegan a través de un teléfono con código de área francés. Es que este año, el mendocino hará pie en Francia, para completar la gira de 84 funciones que recorrerá Alemania, Francia, Bolivia, Nueva Caledonia (Oceanía), Italia, Bélgica y Suiza. Y una parada obligada en Tokio.
-Detrás de esta gira, de vivir en Francia, hay un largo proceso.
-Hace unos días, con un par de amigos, hablábamos sobre el significado de las palabras “éxito”, “logros”, y para mí, una persona exitosa es aquella que persigue sus sueños, más allá de que los consiga o no.
Una persona honesta, es una persona exitosa. También lo son quienes hacen lo que les gusta; y que pueden conectar consigo mismos y estar tranquilos. En mi caso, creo en la ley de atracción y en las energías.
Hay que ir hacia aquello que uno quiere. Las cosas que te definen como artista, te definen como persona. Y viceversa.
-¿Qué cosas te definieron como artista?
-Como dice un amigo rapero, Nicolás Ferreyra: “Los maestros no están en los colegios”. Cuando pienso en eso no se me figuran seres inalcanzables ni “grandes maestros”; pienso en mis amigos (Enzo Di Gerónimo, Antonio Gagliano y Juan Guevara; deportistas extremos), en los actores de El Taller, que también son mis amigos (Guille García, Esteban Agnello, Oski Pizarro Miranda Sauervein, Leticia Gilli, Gonzalo Aranda), en mis entrenadores del Mendoza Rugby Club. Pienso en Vilma Rúpolo, que sigue enseñándome a la distancia, por su perseverancia, su fuerza y por trabajar tan pasionalmente. En el Flaco Suárez, porque es un tipo que siempre busca la verdad en el arte, la esencia del teatro, la humildad, lo simple; por su afán de construir desde lo sencillo. Esa es mi intención artística: partir de algo sencillo y, para hacerlo interesante, complejizar la manera de contarlo pero con un lenguaje popular, que se entienda, que pueda llegarle a la gente.
Allí radica, acaso, el éxito de "Un poyo rojo": en la puesta de Gaido, Barón y Rosso mixturan recursos de acrobacia, clown, teatro, mímica, artes marciales, danza para contar una historia mínima (el vínculo entre dos personas). "La gracia de la obra –explica- radica cómo la historia está contada. Utilizamos un lenguaje contemporáneo, mixturado, que es un híbrido que no se parece a nada y que aunque no está pensada para chicos, es apta para todo público. Es tan impactante lo que sucede, tan real, que la gente lo agradece con lágrimas. Y, por otro lado, la entiende gente de todo el mundo: chinos, belgas, rusos, coreanos, rumanos, italianos. Pero hay algo que es real: el éxito llega después de siete años".
-¿Qué hay en el intérprete físico que sos hoy, de aquel chico que jugaba al rugby y practicaba deportes extremos?
- Más experiencia y madurez, un recorrido de vida, una carrera artística que se va haciendo con el tiempo. Soy el mismo, mantengo la esencia pero hay diferencias, ¡por suerte! Uno va cambiando, creciendo. Es inevitable.
Ahora tengo canas y menos pelo (risas) pero sigo teniendo la misma predisposición para el trabajo, que es muchísima; sigo siendo un tipo positivo. He cometido muchos errores, también. Pero si uno no los comete, no arriesga ni tampoco aprende. Cuando arriesgás, probás, buscás, lo más probable es que cometas errores pero también que puedas transformarlos en aprendizaje. Me considero una persona abierta, que está pegando timonazos todo el tiempo porque la vida me propone eso.
"PARA MÍ, UNA PERSONA EXITOSA ES AQUELLA QUE PERSIGUE SUS SUEÑOS, MÁS ALLÁ DE QUE LOS CONSIGA O NO. UNA PERSONA HONESTA, ES UNA PERSONA EXITOSA".
-¿Te gustan los desafíos?
-Vivo en un constante desafío. Cuando la vida no me propone desafíos, soy yo quien sale a buscarlos. Por eso elegí un deporte de contacto como el rugby; tal vez porque tenía esa necesidad cavernícola de estar al borde de la muerte para sentir que estaba completamente vivo.
-¿Y ahora?
-Ahora, por suerte, no soy tan extremista, trato de buscar un falso equilibrio.
-¿Por qué decís "falso"?
-Porque no creo mucho en el equilibrio, no sé bien con qué se mide. Los desafíos, ahora, pasan por plantearme pequeñas metas que hagan grandes diferencias.
Más que lograrlos o no, ganar o perder, lo que me gusta es estar en un contexto desafíos: en el amor, en la familia, en lo artístico, en el escenario. Claro que eso, a veces, se pone un poco intenso (risas).
EN EL FESTIVAL DE AVIGNON, ES UNO DE LOS FESTIVALES ESCÉNICOS MÁS PRESTIGIOSOS DEL MUNDO, "UN POYO ROJO" VOLVIÓ ESTE AÑO Y REALIZÓ 24 FUNCIONES A SALA LLENA, COMO PARTE DE UNA PROGRAMACIÓN QUE OFRECE 1.300 OBRAS POR DÍA.
-En los últimos años venís explorando la docencia. ¿Qué te brinda esta instancia del oficio?
-Básicamente, dos cosas muy hermosas: aprendizaje total y placer. La docencia es una comunicación verdadera y directa con el otro; si eso no existe, el goce tampoco. Yo no enseño sino que comparto, porque no creo en la educación verticalista; y comparto todo lo que sé, que es poco pero es potente. No soy sabio ni culto, mi transmisión de información pasa por lo carnal, lo pasional; en mis clases brindo herramientas para buscar algo con precisión, creatividad y pasión.
-En Suiza montaron una puesta. ¿Cómo fue ese intercambio artístico?
-Fue un intercambio interesantísimo, en el que hubo tanto aprendizaje como angustia. Lo hicimos con estudiantes de la escuela suizo italiana Di Mitri, que nos conocieron en el Festival de Avignon (NdelaR: es uno de los festivales escénicos más prestigiosos del mundo. “Un poyo rojo” volvió este año y realizó 24 funciones a sala llena, como parte de una programación que ofrece 1.300 obras por día. Entre su público hubieron más de 300 programadores de festivales). En un principio fue difícil, trabajamos con muchas trabas por el shock cultural, las escuelas te entregan herramientas que después no te dejan usar, te evalúan; nosotros, por el contrario, trabajamos con el error, con la incertidumbre, con la búsqueda. Al fin, terminamos montando la obra que nunca fue.
-¿Cuáles son tus primeras impresiones de vivir y trabajar en Europa?
-Me genera incertidumbre y curiosidad conocer. Todo es nuevo: la cultura, la gente, la arquitectura, el arte, los cuerpos; y es un desafío. La forma de trabajar en Europa es diferente: sin un subsidio o algún tipo de apoyo del estado es muy difícil que la gente comience a trabajar.
Todo es organizado y ordenado. Nosotros, los sudacas, tenemos hambre de crear. Empezamos a trabajar con los recursos que tenemos y después vemos cómo conseguimos el dinero. Hay lugares como Suiza, en el que el orden y la perfección me parecieron violentos. Fijate que tiene uno de los índices de suicidios más altos del mundo.
-¿Y después de la gira, qué sigue?
-El año que viene también vamos a vivir acá. Estamos preparando nuestro próximo espectáculo, “Llamame” en el que vamos a utilizar Facebook, Twitter, Skype e incluir aparatos tecnológicos para hablar, concretamente, de la incomunicación. Será como un programa de radio o de tele, en vivo. Lo que sigue son años de viajes, seguir creciendo, buscando. Porque nunca voy creer que todo está listo, ordenado y servido.