Por Mariela Encina Lanús
La celebración de las Fiestas es una práctica cultural que nos atraviesa y nos define como individuos de la sociedad occidental. Fin de ciclo, tiempo de balances y de reunión pero también zona de conflictos. Tres especialistas analizan la compleja trama de significados que se cruzan en este ritual universal.
Desde tiempos ancestrales, la humanidad construye sentido a través de rituales y celebraciones. Dos de los más representativos de la sociedad occidental son la Navidad y el Año Nuevo, prácticas culturales cuyas estrategias y mecanismos son universales, y han trascendido los grupos religiosos y sociales que les dieron origen. He ahí, en su universalidad, la razón de por qué las Fiestas nos interpelan individual y colectivamente. Aunque, claro está, lo hacen de diversas maneras. Porque mientras que para algunos, su llegada inaugura un periodo de re-encuentros y de celebración; para otros es una oportunidad de reconciliación o simplemente una puerta abierta a los conflictos. Sin embargo, en esa heterogeneidad de significaciones que podemos leer en el entramado de relaciones personales y sociales, subyace su carácter ritualesco, colectivo y repetitivo, que se transmite de generación en generación.
Ahora bien, aunque indagar en un proceso tan complejo como la producción de sentido dentro de grupos sociales puede resultar pretencioso, nos aferramos a dos preguntas para analizar la compleja trama de significados que se cruzan en el devenir de estas prácticas: ¿Con qué conceptos asociamos esta época del año? ¿De qué factores depende el significado que le atribuimos? María del Rosario Zavala (socióloga, docente e investigadora de la UNCuyo), Valeria Caroglio (socióloga, docente de la UNCuyo e investigadora) y Mariano Cacciavillani (compositor, pianista y psicoanalista lacaniano) aventuran un puñado de respuestas.
"Pertenecemos a la sociedad occidental y por lo tanto podemos enmarcarnos en la cultura judeo cristiana –introduce María del Rosario Zavala-. Más allá de cuáles sean nuestras prácticas religiosas, estas creencias rigen nuestras prácticas culturales, sociales, políticas y hasta económicas. Las Fiestas forman parte de las prácticas culturales y sociales de nuestra sociedad, y se modifican a medida que ésta cambia, adquiriendo un rasgo performativo en el que siempre hay matrices que se repiten. En este sentido, la Navidad y, especialmente, el Año Nuevo son hitos de un fin de ciclo; significan, a la vez, un cierre y un comienzo que repercuten en el plano psicológico".
Entendido así, ¿nos predisponemos psicológicamente para las Fiestas? Cacciavillani, explica: "La predisposición significa estar dispuesto antes de que algo comience y, en este sentido, la fecha es un factor importante ya que juega un papel de comienzo y final. Saberlo nos da una sensación de cierre pero también de nueva oportunidad: 'Lo que este año no hicimos, lo podremos hacer el próximo'. Aquí se juega una cuestión de postergación y de justificación, precisamente por lo que no hicimos. Por otro lado, la predisposición está relacionada con el discurso de consumo creado por el marketing; es decir, la estética navideña, los objetos decorativos, los mensajes publicitarios, las estrategias con las que nos tienta el mercado (tarjetas, créditos), etc, preparan un campo, ligado al consumo, que intenta de forma seductora, pero errónea, tapar la angustia que genera todo final".
¿TODO TIEMPO PASADO FUE MEJOR?
Tiempo de balances -y de terapia- por excelencia, el fin de año nos pone contra las cuerdas, instándonos a sopesar las experiencias, a categorizarlas (aunque no siempre utilicemos nuestra propia vara). Mariano Cacciavillani explica: "Actualmente vivimos en un contexto de mercantilismo feroz que nos insta a conseguir el éxito tan publicitado e idealizado; éxito que, la mayoría de las veces, está asociado a lo económico y al trabajo, a captar objetos que nos imponen como metas. Por el trajín social, actuamos como en piloto automático, postergando el tiempo de pensarnos no nos detenemos a cuestionarnos si eso realmente es lo que queremos o no. El fin de ciclo abre el espacio para el balance".
"CÓMO RECEPCIONAMOS LAS FIESTAS DEPENDE DE MUCHOS FACTORES: EL CONTEXTO, LA EDAD, EL ESTADO ANÍMICO, LOS VÍNCULOS, DE CÓMO HEMOS TRANSITADO EL AÑO Y SI QUEREMOS O NO, FINALIZARLO. NO HAY QUE OLVIDAR QUE CADA PERSONA ES SINGULAR, CURSA SU PROPIA HISTORIA; DE ALLÍ QUE EL SIGNIFICADO DE ESTAS FECHAS DEPENDERÁN DE SU CAMINO RECORRIDO". (Mariano Cacciavillani, psicoanalista).
Pero, sabemos, el análisis de lo que fue y de lo que pudo ser no es una zona de confort. Por el contrario, suele incomodarnos. Sin embargo es el momento indicado para resolver aquello que, internamente, nos hace ‘ruido’.
"En el mejor de los casos, la subjetividad inevitable abre un punto de interrogación; hay que captar esa señal que puede aparecer como angustia, como insatisfacción, o como cualquier síntoma que expresará algo que no se transmite por la palabra. En tiempo de balances, la falta se hace presente y hay que escucharse allí, es un lugar incómodo pero es en dónde se puede hacer algo con aquella que nos desorienta".
La sensación de irrevocable final, precisamente, es el detonante de una creencia común: esta época del año es traumática. Lejos de ser una verdad de Perogrullo, es una afirmación válida, desde el punto de vista del psicoanálisis: "Todo lo que termina nos angustia porque no volverá a pasar y, a la vez, nos remite al concepto de muerte, de lo finito. En aquello que no volvemos a transitar, hay cosas que jamás sucedieron, cuestiones que no se hicieron, que se postergaron. Aunque hay personas que realizaron lo programado y quizás aún más, siempre algo faltará; de allí, la nostálgica deuda de lo que podría haber sido".
Desde una perspectiva sociológica, esta evaluación interna –el necesario 'balance'- constituye parte fundamental del ritual de las Fiestas: "La conmemoración de estas fechas, la repetición, es lo que le da carácter ritual: están marcadas en el calendario con un color distinto y eso significa que es un día especial, en el que tenemos que generar algo distinto a lo que cotidianamente hacemos. La ornamentación, el brindis, lo que se 'debe hacer' y las modificaciones que se realizan a nivel individual, familiar y comunitariamente debido a que se trata de cierre de un ciclo, son mecanismos propios de este ritual", amplía la licenciada Zavala.
Durante este proceso que transitamos colectivamente, cada persona resignifica el ritual de manera singular, atribuyéndole significados propios. Mariano Cacciavillani, apunta: "Cómo recepcionamos las Fiestas depende de muchos factores: el contexto, la edad, el estado anímico, los vínculos, de cómo hemos transitado el año y si queremos –o no- finalizarlo. No hay que olvidar que cada persona es singular, cursa su propia historia; de allí que el significado de estas fechas dependerá de su camino recorrido. No obstante, hay ciertos aspectos que afectan inevitablemente este momento del año, como las personas queridas que ya no están, y así como también hechos significativos asociados a esta época".
LO PRIMERO ES LA FAMILIA
Aunque paulatinamente la Navidad ha ido perdiendo su sentido religioso hasta transformarse en una celebración social, la familia sigue jugando un rol protagónico en su realización. "Hay ciertas características que el ritual mantiene desde sus inicios; sobre todo, las buenas intenciones que lo definen -explica Valeria Caroglio-. Por eso, pese a los conflictos que haya tenido durante el año, la familia la considera un ritual 'sagrado'. En cada repetición se da una distribución del trabajo en comunidad: quién organiza, quién cocina, quién ornamenta, entre otros roles. Es una manera de decir: 'Pertenezco a este núcleo, más allá de las diferencias'. Además de darnos sentido de pertenencia, la celebración de la Navidad, principalmente, nos permite renovar la esperanza, a través de los brindis, los buenos augurios y los deseos".
En torno a la mesa navideña o de fin de año, la familia se agranda: “Se habla de ‘la familia ampliada’: aparece la familia de origen junto a cuñados y suegros.
"COMO EN TODA ORGANIZACIÓN FAMILIAR, LA CELEBRACIÓN DE ESTA ÉPOCA TAMBIÉN REMITE A RELACIONES DE PODER: LAS DIFERENCIAS ENTRE LOS INTEGRANTES SE MATERIALIZAN EN LOS ROLES QUE CADA UNO ASUME Y EN LA JERARQUÍA QUE ESTOS TIENEN. EL MECANISMO DE ORGANIZACIÓN DEL FESTEJO (QUIÉN ES EL ORGANIZADOR, QUIÉN EL DUEÑO DE CASA, QUIÉN ELIGE EL MENÚ, ETC.) OFRECE UNA MUESTRA A MENOR ESCALA DE LO QUE SUCEDE EN UNA SOCIEDAD" (Valeria Caroglio, socióloga)
Muchas veces, esto permite rememorar los orígenes comunes que tiene un grupo familiar cuyos lazos afectivos tal vez no son fuertes pero existen, en la medida en que todos vienen de un mismo tronco familiar". En otros casos, la cena convoca a pares o amigos, primos lejanos o entenados pero el sentido de celebración es el mismo: "Cada vez, las Fiestas son más inclusivas. Socialmente esto significa que existe el deseo de reunión, de volver la mirada a dónde venimos, de proyectarnos. Y de seguir creyendo que todo puede ser mejor", sostiene Caroglio.
Mariano Cacciavillani coincide y amplía esta noción desde una punto de vista psicoanalítico: "Aun cuando no hayamos elegido con quién celebrar, solemos bajar la guardia: brindamos, nos saludamos y nos abrazamos; hasta jugamos a la hora del brindis. Por esto mismo vale la pena aflojar un poco, dejar de estar tanto a la defensiva; permitirnos, unas horas al año, estar en clama, sin que se interponga lo religioso, lo político o el enojo, en general. Si entendemos que 'el otro' no es como 'yo', podemos autorizarnos a ser uno mismo sin entrar en conflicto con los demás. Claro está que este pacto interno suele durar poco".
Pero ceder ante el significado más noble de las Fiestas, no significa desconocer -o tener una mirada ingenua- sobre el entramado de relaciones de poder que se tejen durante el ritual. Según afirma la licenciada Caroglio, "como en toda organización familiar, la celebración de esta época también remite a relaciones de poder: las diferencias entre los integrantes se materializan en los roles que cada uno asume y en la jerarquía que estos tienen. El mecanismo de organización del festejo (quién es el organizador, quién el dueño de casa, quién elige el menú, etc.) ofrece una muestra a menor escala de lo que sucede en una sociedad".
ELEGIR, ESA ES LA CUESTIÓN
Como dijimos, aunque la celebración de la Navidad y el Año son prácticas culturales que nos definen como individuos de una sociedad occidental, el sentido de las Fiestas, en tanto ritual celebrativo, es una construcción personal y singular. Cada uno celebrará por sus motivos: ya, por la religión; ya, por la unión o, por qué no, por el simple y eficaz hecho de celebrar.
En el seno de una familia (que es un grupo social) la articulación de estas intenciones puede caer en zona de conflictos. "En relación a los vínculos, las Fiestas conforman un hecho social caracterizado por los sentimientos de amor- odio, entrecruzado entre los propios conflictos externos y los conflictos internos. Esto se traduce, en reuniones por obligación, en las que terminamos subordinando el "querer-hacer" al "deber-hacer, y que presentan poca alternativa individualista. Por ejemplo, si una persona pasa sola la Navidad, culturalmente, se lo compadece. Podríamos decir que existe un borramiento social de la soledad".
Se trata, entonces, de un ritual colectivo. Ahora bien, mientras la certeza del cierre de un ciclo nos lleva a lidiar con la idea de cuentas pendientes, a realizar el duelo por el tiempo perdido, a ceder en ciertos asuntos -sin otro motivo que el amor por el otro-, el comienzo de un nuevo año nos permite proyectar sueños, anhelos, ideas. En otras palabras: nos da la oportunidad de celebrar el futuro.
"LAS FIESTAS FORMAN PARTE DE LAS PRÁCTICAS CULTURALES Y SOCIALES DE LA SOCIEDAD OCCIDENTAL, Y SE MODIFICAN A MEDIDA QUE ÉSTA CAMBIA, ADQUIRIENDO UN RASGO PERFORMATIVO EN EL QUE SIEMPRE HAY MATRICES QUE SE REPITEN. EN ESTE SENTIDO, LA NAVIDAD Y, ESPECIALMENTE, EL AÑO NUEVO SON HITOS DE UN FIN DE CICLO; SIGNIFICAN, A LA VEZ, UN CIERRE Y UN COMIENZO QUE REPERCUTEN EN EL PLANO PSICOLÓGICO". (María del Rosario Zavala, socióloga)