Rodolfo Suárez cumplió ayer cinco meses al frente del Gobierno inmerso en el día a día de la pandemia. Mendoza, como el resto de la Argentina, salvo Buenos Aires y su conurbano, muestra índices satisfactorios en el marco de la prevención del coronavirus. Eso le permite a la administración local autorizar la prudente reapertura de una serie de actividades que prevé la Fase 4 de la cuarentena nacional. Hoy termina la etapa previa.
Está claro que en esta nueva instancia los gobernadores asumen más responsabilidad en la flexibilización del aislamiento social. Sin dejar de reportar al Ejecutivo nacional, deben dar respuesta a los múltiples reclamos que reciben de los sectores empresariales, profesionales y del comercio para permitirles retoman sus labores en medio de una crisis agravada por la parálisis económica forzada por el avance del virus. A partir de ahí tienen que encuadrar esas inquietudes en la normativa que fija el decreto presidencial que habilita cada nueva etapa del plan de emergencia sanitaria, de modo de ir liberando a los sectores de la economía más apremiados. Y deben dar la cara con argumentos sólidos entre quienes ven postergadas una vez más sus ansias de reapertura.
El gobernador de Mendoza fue uno de los más firmes ejecutores de la cuarentena decretada por el Ejecutivo nacional cuando ésta era mucho más estricta y los índices de contagios no reflejaban aún tantas diferencias entre el AMBA y el resto de las jurisdicciones. Tiene bajo su responsabilidad y control uno de los conglomerados urbanos más importantes del interior y los efectos del aislamiento local le permitieron recientemente ser el único gobernante que autorizó las llamadas caminatas recreativas en una superficie muy poblada como el Gran Mendoza.
Por eso todas las facultades que periódicamente el Presidente les va otorgando a los mandatarios de provincias obligan a éstos a extremar cuidados y a medir prolijamente los alcances de cada autorización de labores que firmen. Nadie quiere cargar con el costo de tener que volver atrás con el aislamiento si como consecuencia de flexibilizaciones mal controladas, o de imprudencias de la gente, se disparan otra vez los contagios.
Esa reapertura de los sectores que deben mover la economía también responde a la necesidad que tiene el Estado provincial de generar incentivos para que, aunque sea lentamente, los contribuyentes vayan dejando atrás la morosidad agravada por la parálisis actual. En este aspecto, Rodolfo Suárez también atendió el reclamo de los intendentes, propios y del peronismo, para que los distintos negocios reabran sus puertas.
Con el debilitado estado de las finanzas de la provincia, el ministro de Hacienda, Lisandro Nieri, en una de sus semanales advertencias públicas, avisó esta vez que posiblemente los próximos sueldos de los empleados públicos se abonen en dos pagos o en forma escalonada, según las categorías salariales. Todo depende de los envíos de la Nación o, en su defecto, de lo que pudiese mejorar la recaudación tributaria en lo que resta del mes. Descartó la posibilidad de recorte temporario de salarios, al que se oponen los gremios estatales y que tiene mayor aplicación en el terreno laboral privado.
Quienes frecuentan al ministro de Hacienda de Suárez y conocen su experiencia apuntan que vislumbra y anticipa siempre con mucha precisión lo que va a suceder con los números. El funcionario estima que las dificultades que atraviesan las cuentas mendocinas en mayor o menor medida la van a sufrir casi todas las provincias.
Retomando el análisis del contexto nacional, se puede señalar que la imagen de unidad que el viernes a la noche volvieron a brindar Alberto Fernández, Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta es aprovechada otra vez por el Ejecutivo como ejemplo de convivencia política entre el oficialismo nacional y la oposición. También es una suerte de bálsamo para la propia interna del oficialismo, si nos basamos en las siempre latentes diferencias que plantea el estilo del cristinista gobernador bonaerense.
Realmente, lo que manda en primer lugar para el logro de ese cuadro es la necesidad de extremar recursos y estrategias conjuntas para controlar a los distritos más vulnerables ante el virus. Es indudable que la actitud de apertura del Presidente sintoniza muy bien ante la actual coyuntura con la caballerosidad distintiva del jefe de Gobierno porteño, un hombre pragmático, sumamente ordenado y obsesivo de la gestión, que se sobrepone a la adversidad creada por la pandemia con una notable adaptación de su ya eficiente gestión al frente de la ciudad autónoma.
Para el abordaje de la crisis por la pandemia, el presidente Fernández es amigo de las comparaciones sobre la evolución de los contagios en países vecinos o de otras latitudes. Por esa actitud ya tuvo alguna tirantez diplomática luego superada. Aunque debe reconocerse que esos comparativos permiten entender claramente por qué la Argentina, con todas sus limitaciones en materia de salud, acertó, por lo menos hasta ahora, con el aislamiento temprano.
Y esos comparativos también los utiliza el Presidente para mostrar cómo es su relación con la oposición. Fernández no puede evitar la tentación de dejar por ahora en un segundo plano a la maltrecha economía cada vez que muestra los avances contra la pandemia y justifica una nueva prórroga de la cuarentena. Esa actitud es lo que más critica la oposición. Muchos dirigentes y economistas, tanto del Pro como de la UCR, reiteran sin dudar que lo hecho en materia sanitaria merece aplausos, pero entienden que no se puede decir lo mismo con relación a las previsiones en lo económico.
El viernes el Presidente puso como ejemplo de opositores a los gobernadores radicales (Mendoza, Corrientes y Jujuy) y al jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, indudable referente del Pro. En cambio, fue picante, tal vez innecesariamente, con los que no tienen esa responsabilidad ejecutiva y sí son críticos de las medidas tomadas con el comercio, la producción y la industria en general. Palabras más, palabras menos, sostuvo que los que tienen la responsabilidad de gobernar son los que acompañan y no critican, mientras que los que están en el llano u ocupan una banca en el Congreso agreden sistemáticamente a su gestión a través de las redes sociales. Dardos para varios.
Durante la semana el primer mandatario públicamente salió al cruce de Alfonso Prat- Gay, quien en un programa periodístico dijo que “la cuarentena destruyó la economía” en esta etapa del coronavirus. El Presidente acusó el impacto y respondió responsabilizando del descalabro a la previa gestión macrista, de la cual Prat- Gay fue ministro de Hacienda inicialmente.
Se desprende, por otra parte, que en ese juego de “amigos y enemigos”, el Gobierno puede incluir a Suárez y Cornejo, ¿por qué no? Ya el justicialismo mendocino buscó reiteradamente en estos primeros cinco meses producir grietas en la relación entre el Gobernador y su antecesor e impulsor. No lo logró a pesar del difícil camino que le hizo recorrer a la gestión de Suárez con el rechazo al pedido de deuda contemplado en el Presupuesto 2020. El argumento fue, y seguirá siendo, que la Provincia quedó seriamente comprometida por la gestión del ahora diputado nacional.
Por su experiencia en la política no se puede suponer que Fernández confunda roles; aprovecha la coyuntura para herir a la oposición, que se mueve en estos tiempos con los normales reacomodamientos internos posteriores a una derrota electoral. Cornejo no es la excepción. En cambio, Suárez, como también Rodríguez Larreta y los otros dos gobernadores radicales, mantiene la sintonía con el Ejecutivo nacional por dos cosas: primero, porque así debe ser ante una emergencia como la que atraviesa el país, en la que el poder se concentra en la Presidencia. Pero, además, porque a Mendoza la Nación le cumple, pese a la adversa situación, por lo menos con los desembolsos para Portezuelo del Viento, dándole continuidad al compromiso que inició Macri, y con ATN que, aunque de a poco, son vitales para las debilitadas finanzas provinciales. Cómo diferenciarse unos y otros si casi todas las encuestas que se hacen aquí y en el país proyectan tanto a Fernández como a Suárez y a sus pares de la oposición liderando con enormes porcentajes de adhesión popular.
Espacio propio para un gobernador, como el de Mendoza, que llegó bajo la protección de un referente. La habilidad política de Suárez, en este corto tramo de gobierno, ha sido saber hacerse “amigo” del poder central sin resignar vínculos previos y pertenencias.