Acaba de terminar el Congreso de la Lengua, en Córdoba, y bien merece que hagamos una reflexión al respecto.
Hablamos, escribimos, leemos, oímos, todo tiene la sustancia de las palabras. Expresamos nuestro estado de ánimo con las palabras. Insultamos, agredimos, alabamos, criticamos con las palabras. Las palabras nos definen de cuerpo entero y le dicen al mundo nuestra forma de pensar.
El idioma es el que nos da esta posibilidad y tenemos un idioma que da para todo tipo de expresión y sentimiento. Ya Neruda, en sus memorias “Confieso que he vivido”, nos daba una lección sobre las palabras que conviene repasar de vez en cuando: “Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas... Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito... Amo tanto las palabras... Las inesperadas... Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen... Vocablos amados. Brillan como perlas de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío. Persigo algunas palabras. Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema. Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas. Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto... Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola. Todo está en la palabra. Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció. Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces. Son antiquísimas y recientísimas. Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada”.
Y continúa, refiriéndose al idioma: “Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos. Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo. Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas. Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra. Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes... el idioma. Salimos perdiendo. Salimos ganando. Se llevaron el oro y nos dejaron el oro. Se lo llevaron todo y nos dejaron todo. Nos dejaron las palabras”.
El gran poeta universal hace una bella descripción que para la mayoría de nosotros es una forma de comunicación una forma de sacar afuera lo que nos habita adentro.
¿Pueden herir las palabras? Según los modos con los que se digan, a veces solo son la punta de la flecha que trata de herir, pero ellas no tienen esa intención, la intención es del que impulsa la flecha. No hay malas palabras, hay malas intenciones, y uno usa las palabras para expresar tanto la ira como el amor.
Unas palabras de ayuda, contribuyen a que quien está afectado sienta que no está solo en esta tarea de tirar cuesta arriba.
Usemos las palabras para entendernos y gratificarnos, entonces la vida puede hacerse más vida.