La cita es un sábado de julio al mediodía, pero los pasajeros que llegan de otros países o de otras ciudades de Estados Unidos se alojan cerca del puerto desde el jueves o el viernes, antes del embarque. Así lo planifica la compañía de cruceros Princess Cruises, teniendo en cuenta que se puede demorar algún vuelo, porque la idea es que todos suban al barco con tiempo y tranquilidad.
En este caso, se decidió dormir en un hotel con vista a Port Everglades, el puerto de Fort Lauderdale, a 50 minutos de Miami en auto por las autopistas, aunque se vea más lejana en Google Maps.
Lejos de ser unas horas de espera en el estado de Florida, el verano en Fort Lauderdale es una oportunidad para pasear a pie, en bicicleta o monopatín por Las Olas Boulevard: se trata de una calle comercial y un polo gastronómico que atraviesa puentes y canales, entre casas y yates que superan el millón de dólares.
En forma perpendicular, la avenida con rambla arbolada desemboca en una amplia costanera que bordea la playa Las Olas de un lado y, de la mano de enfrente, tiene una seguidilla de bares -ideales para tomar un trago al caer el sol- y restaurantes con sombrillas que siempre tienen demanda hasta la hora de la cena.
Desde las mesas de la vereda comercial, los comensales disfrutan de la vista: la arena dorada con palmeras y el mar verde de Las Olas Beach, con duchas gratis (como en South Beach o algunos sectores de Miami Beach, por ejemplo) y donde se pueden alquilar reposeras bajo la sombra. ¿Y el sargazo? En esta zona de Fort Lauderdale, las aguas templadas están más limpias que en el área del puerto, donde hay oleadas marrones de algas que llegan a la orilla.
Para quienes las compras -sobre todo, con descuentos- siempre son un buen plan, a unos 20 minutos tienen el Sawgrass Mills, un famoso centro comercial con tiendas outlet de marcas internacionales y patios de comida que nunca se terminan de recorrer.
Una propuesta en contacto con la naturaleza, contraria o complementaria a la anterior, puede ser la visita al Everglades National Park, que ofrece paseos en lancha propulsadas por aire para ver la fauna de los pantanos de la Florida.
La vida a bordo
Esta frase (en inglés, all aboard) es una de las más escuchadas en los altoparlantes y de las más leídas en los carteles de un crucero y en los Diarios de a bordo que cada día se entregan en los camarotes.
Con un calor agobiante, este sábado, a las 12 del mediodía, comienza el proceso de embarque de los 3.140 pasajeros que viajarán durante siete noches en el Caribbean Princess, con dos jornadas completas de navegación (al salir del puerto y al volver a Fort Lauderdale) y cuatro paradas: Grand Cayman (Islas Caimán), Roatán (Honduras), Ciudad de Belice (Belice) y Cozumel (México).
El check-in es veloz porque mucha gente cargó la información personal y de su grupo familiar en una app que desarrolló la compañía naviera. Casi todo se hace con el smartphone en la aplicación Ocean Ready, desde el número de pasaporte y la foto de perfil hasta los datos de la tarjeta de crédito con la que se pagarán las compras y los gastos a bordo.
Sin necesidad del boarding pass en la mano y sin la clásica tarjeta de plástico que en los cruceros sirve como llave del camarote, medio de pago durante la navegación y documento de identidad al subir y bajar de la nave, los huéspedes que se unen a Medallion Class reciben un medallón.
Se lo pueden colgar del cuello o llevar como reloj pulsera y tienen un embarque preferencial, que se suma a la experiencia de wi-fi ilimitado (MedallionNet) que ofrece Princess Cruises y la posibilidad de usar otras apps que apuntan a la personalización de distintos servicios, como Ocean View, Play Ocean, Ocean Compass y Ocean Casino.
En cambio, la app Ocean Now es para áreas exclusivas: en el Caribbean Princess, el espacio de adultos se llama The Sanctuary, se conecta al Lotus Spa y tiene una piscina propia. "Mantenete conectado mientras te desconectás de tus preocupaciones", dice el slogan que se extiende también a los barcos Sky Princess y Regal Princess.
Subimos al barco como si fuera un avión, a través de mangas, y luego de un proceso de seguridad similar al de los aeropuertos. Las valijas llegarán después a cada camarote, por lo que conviene tener un bolso de mano o carry on con todo lo que uno pueda necesitar durante la primera tarde.
Le da la bienvenida a esta euforia generalizada el capitán Marco Fortezze, y lo primero que hace cada uno es ir a ver cómo es el camarote en suerte: en esta ocasión, la cubierta 12 se llama Aloha y la cabina tiene balcón con una mesa y dos reposeras, escritorio, gran TV y caja de seguridad en el placard.
El barco zarpa pasadas las 16: algunos ya están en las piscinas y otros comen como si fuera el último almuerzo de sus vidas en vez del primero de un crucero. En pocos minutos, estamos en mar abierto.
Casi nadie se sienta a almorzar en las mesas de afuera de la cubierta 15 -donde están las piscinas más bulliciosas- porque hace mucho calor y adentro del restaurante buffet hay aire acondicionado. En este itinerario se inaugura el menú “Sabor Latino”, por lo que se sirven desde platos con quinoa, arepas y fajitas hasta milanesas y medialunas argentinas.
Si bien se puede comer en el buffet a cualquier hora y sin prestarle atención a las sugerencias de vestimenta de cada noche, en el restaurante Palm Dining Room los dos turnos de la cena son a las 17.15 y 19.30, como pensado para el público norteamericano y de algunos países europeos. Por eso, los argentinos cenan en el Coral Dining Room, que está abierto hasta las 21 y no es necesario llegar a una hora determinada (de hecho, se aclara que es anytime).
El primer día de navegación se aprovecha para conocer el barco: las tiendas de los pisos 5 y 6, los cafés y bares por doquier, la galería de arte, la biblioteca, el teatro y el casino. Y claro, hay derroche de brillo en la primera noche de gala.
Desde la cubierta 8 hasta la 12 inclusive no hay áreas públicas y solo se ven largos pasillos alfombrados con camarotes. El nivel 14 tiene un gran secreto en la popa, con una piscina profunda y tranquila -solo para adultos- desde donde se ve la estela del barco en el mar y se sirven tragos. Quizás el mejor ocaso del barco está en este lugar.
Movies under the stars (Películas bajo las estrellas) es una gran idea en el piso 16, donde se puede ver Aquaman, Mary Poppins o un recital de los Rolling Stones, según la noche y el horario. Con mantas para taparse sobre las reposeras, recupera algo del espíritu de los autocines.
¿Los chicos? Están en su mundo y con amigos nuevos de distintas nacionalidades: los clubes están divididos por edades, de 3 a 7, de 8 a 12 y de 13 a 17 años. Todos los días tienen actividades y hay personal que habla en castellano. Están en la misma cubierta que el gimnasio, el salón de belleza, el spa y la capilla, pero en la otra punta del barco.
Por las noches, en el deck 19 abre la discoteca Skywalkers Nightclub, a la que se llega sobre una cinta móvil (Walkway) que se parece a las de los aeropuertos. Más allá de los tragos y el DJ, subir por la cinta es una fiesta.
Dos islas con mar turquesa
La primera parada del itinerario que realiza el Caribbean Princess es un lunes a las 7 de la mañana en Grand Cayman, la mayor de las tres Islas Caimán, paraíso fiscal al que llegó Colón en su cuarto viaje hacia 1503.
Entre el desayuno y el descenso en lanchas a la capital George Town, quienes no tienen una excursión contratada y saben que a las 15.30 sale la última embarcación para volver al crucero, ven reducidas las horas en el mar turquesa: solo alcanza para tomar una combi-taxi por 5 ó 6 dólares por persona, según la playa adonde el azar los lleve o la recomendación del chofer.
Mientras en un balneario cobran 2 dólares por entrar, 20 por sombrilla y 12 cada reposera, en otra playa cuesta 20 dólares el combo de sombra. Pero se trata de Seven Mile Beach, que este año se ubica en el puesto 8 del ránking de las mejores playas del mundo para TripAdvisor.
Hay opciones para nadar entre mantarrayas en Stingray City, ir a ver tortugas marinas enormes o practicar snorkel y/o buceo entre los arrecifes de coral, pero el mundo de los cruceros tiene algo en común con el de la televisión: el tiempo es tirano.
Volvemos al camarote, al que ya se siente como propio. Sobre la cama, encontramos un chocolate y un cartelito que recuerda que hay que retrasar una hora los relojes.
Al otro día, la recalada en Roatán (Honduras) es de 10 a 18. Tenemos más horas para disfrutar en esta isla y bajamos caminando del barco sin depender de lanchas, un detalle que parece menor pero da una sensación de más libertad de movimientos.
La playa que está más cerca del barco se llama Mahogany y se puede llegar a pie o en ¡aerosilla! Nadie volvió arrepentido. Pero si la idea es conocer un mar más cristalino con arena blanca -y además, recorrer algo el lugar para aproximarse a algunos contrastes sociales-, lo mejor es tomar un taxi por 15 dólares y viajar media hora para pasar el día en la zona de West Bay, en alguna playa del sudoeste (el barco está en sudeste).
Un día en Belice
A la mañana siguiente se vuelve a madrugar: la navegación en los tenders (los botes del barco) hasta la Ciudad de Belice dura cerca de media hora. Y aunque no es la capital de Belice, es el lugar más poblado de este país de América Central que cuenta con un total de 300.000 habitantes y que limita con Guatemala y México.
Nos quedamos de 7 a 18, anclados en un destino que pide que volvamos con más tiempo: tiene el sistema de arrecifes más extenso del hemisferio occidental, siete reservas marinas y más de 400 cayos, además de ruinas mayas en la selva, cuevas con ríos subterráneos y The Great Blue Hole (el Gran Agujero Azul ), con más de 120 metros de profundidad.
Elegimos una excursión en lancha para hacer snorkel y disfrutar unas horas del diminuto Goff's Caye (cayo Goff), un placer para todos los sentidos con el mar cristalino a la cintura, la arena fina y algunos arrecifes que se sortean con zapatillas de agua, un trago de bienvenida y la posibilidad de probar langosta.
El regreso despierta alaridos de felicidad: a la sucesión de manglares le siguen el nado de un manatí (mamífero acuático grisáceo) y la danza de los delfines. Son tantas aletas al unísono que los pasajeros se cansan de filmar y, simplemente, los observan con una sonrisa.
Esquivar el sargazo en Cozumel
La última parada del itinerario es Cozumel, la famosa isla de México que está enfrente de Playa del Carmen. Es uno de los días que más se aprovechan, ya que la recalada se prolonga de 10 a 22 y se puede bajar y subir al barco caminando todas las veces que uno quiera.
Para quienes no conocen las Ruinas Mayas de Tulum hay una excursión de día completo que incluye ferry, bus y guía en español. Pero es preciso aclarar que comenzó la temporada de sargazo en la Riviera Maya, con toneladas de algas que opacaron la orilla de la playa de Tulum. Ante esta situación, las autoridades no permiten que los turistas se bañen en esa zona del mar Caribe y esto era la frutilla del postre de la larga caminata bajo el sol.
También hay ruinas mayas en Cozumel, tours para hacer snorkel en la playa El Cielo (se ven estrellas de mar) y la infraestructura de Playa Mía, con aguas limpias. De ese lado de la isla se esquiva el sargazo, motivo de preocupación ambiental y pesadilla para la industria turística.
Luego de atravesar el gran duty free, las ofertas de diamantes y esmeraldas de Colombia y los negocios de souvenirs que viven de los cruceristas (dicen que “hoy solo hay tres barcos”).
El último día de navegación se pasa volando. Los pasajeros compran y consumen todo lo que pueden y, hacia el mediodía, el buffet de la cubierta 15 estalla de gente. Un estounidense de Dallas luce una gorra de capitán que compró en las tiendas del crucero y va sin apuro con un gran plato de plástico: se sirve unos tacos mexicanos, tallarines, dos rodajas de carne rosada, una copa de cebiche. De pasada, se tienta con los quesos, el jamón, el pan... Y mientras camina hacia su mesa, mastica unas papas fritas y suma unas donas para el postre y mouse de chocolate sin gluten. Le lleva una limonada a la mujer y le pone mucho hielo a su té frío.
A metros, una pareja mayor juega a las cartas. Pero en este caso, él lleva una gorra que dice "veterano de la Segunda Guerra Mundial" y anda en silla de ruedas. Los chicos no quieren salir del club y un grupo de amigos miran la última película de las vacaciones en la pantalla gigante de Movies under the stars, pero desde el jacuzzi.
A las 22 del viernes ya hay que dejar las valijas afuera del camarote porque a la mañana siguiente, a partir de las 8, el barco se empieza a vaciar. Los últimos pasajeros bajan a las 10 y miran, con tristeza, el casino en silencio y los bares desiertos. Pero la tripulación -que está limpiando y cocinando- sabe que la melancolía dura un suspiro. En un par de horas subirán los nuevos huéspedes: en un crucero el show siempre debe continuar.