Nuestra contemporaneidad se encuentra enmarcada en la dinámica de la llamada “sociedad del conocimiento” o “sociedad de la información” la cual se refleja necesariamente en el campo educativo.
Los cambios profundos en la economía, la cultura, la sociedad y el conocimiento crean un nuevo contexto en el que la educación se enfrenta a nuevas amenazas y provocaciones.
El primer reto, que visualizamos, se resume en el postulado “aprender a aprender”. Hace referencia a los desafíos educativos desde el punto de vista del desarrollo cognitivo. Ya no se puede confinar la educación a una sola etapa de la vida sino que es necesario que se convierta en un elemento siempre presente.
En este proceso, debemos seguir un “perfil profesional predominante” que debe ser confeccionado y actualizado permanentemente, buscando que el mismo se ajuste a los requerimientos actuales que el medio, la profesión respectiva y la convivencia social, requieren. No es conveniente la persistencia de diseños curriculares que tienen décadas de antigüedad.
En efecto, reiteramos que el mundo cambia de manera vertiginosa y -en ocasiones- abrumadoramente. Constantemente aparecen nuevos requerimientos y exigencias que necesitan respuestas diferentes a las planteadas tradicionalmente.
Hace a la responsabilidad social de la universidad evaluar y atender dichas necesidades, ajustando sus planes de estudio para poder satisfacer las mismas y realizando actividades de extensión y de posgrado que permitan, a los profesionales del medio, adaptarse a tales cambios, con la actualización permanente de sus saberes, competencias y valores.
En este último aspecto, sostenemos la necesidad de sumar, al conocimiento científico y académico, el postulado de “educar en valores”, dado que al principio de “aprender a aprender” debemos adosarle el objetivo de “aprender a vivir en armonía”: con nuestros semejantes, con el medioambiente y con nosotros mismos.
Sostenemos la necesidad de pugnar por la defensa y equilibrio de los valores democráticos plasmados en nuestro sistema constitucional, teniendo particularmente presente la consideración ética de la realidad, como un elemento fundamental de la relación social e interpersonal, con especial énfasis en la vida profesional.
Nuestros egresados deben conocer las normas éticas que regulan la actividad profesional y ser reiteradamente instados a subsumir en su conducta la “convicción de que todo trabajo u obra humana debe tener un sustento ético y axiológico”.
Somos conscientes de que, lamentablemente, la crisis de la ética contemporánea se ha convertido en una cuestión cuasi-cultural, que tiene que ver con el paso de la “ética del trabajo a la estética del consumo”. En otras palabras, esto supone un cambio que va de la cultura del esfuerzo y el respeto a la ley, al facilismo y al axioma del “todo vale”.
Pareciera haberse generalizado el querer consumir o conseguir algo con prontitud, con el mínimo esfuerzo y sin importar los “costos éticos”. Por el contrario, la cultura del esfuerzo y de la ética debe estar unida al sueño de una sociedad igualitaria, en donde reine el convencimiento de que la auto-disciplina, el trabajo honesto y el esfuerzo personal deben permitir a cualquier persona (profesional o no) conseguir sus logros.
El camino no es sencillo; en la sociedad moderna se patentiza una aguda crisis de la representatividad, reflejada en la pérdida de confianza y credibilidad en los representantes y que encierra a las personas en aislamiento egoísta.
Reiteramos que la sociedad y su cultura son el medio influyente dentro del cual se mueve, existe y se desarrolla todo individuo, pero creemos en la capacidad transformadora que provoca la educación en el espíritu del hombre, la cual no anida ni se resume en la mera transmisión de conocimientos, sino en la incorporación de valores a las conductas de los educandos. Sólo así, la educación da sentido a la vida.
Nuestros egresados deben portar las herramientas técnicas y axiológicas necesarias para su desarrollo personal y profesional, pero también deben estar preparados para enfrentar los aspectos negativos del actual modelo social: la violencia en las relaciones humanas, el desinterés en la cosa pública, el egoísmo egocéntrico, el extremo consumismo, la insolidaridad, la estrechez de horizontes, la carencia de referentes éticos y de actos ejemplares, oponiéndoles valores de construcción social: la responsabilidad, solidaridad, el pluralismo, la no discriminación, la integración social, la tolerancia, armonía y equilibrio en las relaciones personales y sociales, etc.
Estos principios se articulan con la existencia misma de la institución educativa, donde entre sus aspectos centrales se encuentra la “inclusión”, la “apertura”, la “inserción social” y la pretensión de recuperar la universidad como ámbito de socialización y de contención -sin renunciar a la excelencia académica-.
El sostenimiento de estas premisas provocará cambios socioculturales que necesariamente tendrán impacto a mediano y largo plazos, pero que son imprescindibles para conseguir y mantener la armonía social y constituir la base sólida y duradera de una paz efectiva.
Éste es el papel que debemos asumir como docentes universitarios contemporáneos: ser portadores del estandarte de la libertad, la igualdad, la justicia social y demás derechos y garantías constitucionales, dando testimonio permanente y defendiendo, en cualquier ámbito en que nos toque actuar, los principios y valores del sistema constitucional y democrático ante las agresiones y amenazas autoritarias o de abuso de poder que podamos confrontar.
Cada uno es dueño de seguir su propio modelo vital, pero al realizar dicha elección nuestros estudiantes deben saber -a través de nuestra tarea educativa diaria- que no hay riqueza material que dé más satisfacción o se compare con el propio convencimiento de la personal honorabilidad y dignidad.
* Fac. de Derecho UNCuyo, Fac. de Cs. Econom. y Juridicas, UDA