Hace no mucho tiempo, un escritor, editor y profesor universitario argentino de cierto renombre, al ser consultado por la posibilidad de publicar un libro de ensayos sobre la relación de Enrique Medina con el cine, daba por terminada su larga y heterogénea carrera, argumentando de forma más bien impertinente que lo veía “un poco fuera de circulación”. En otras palabras, lo consideraba un fantasma literario.
En esta entrevista, Medina -figura cardinal de la literatura argentina de las últimas cuatro décadas- repasa algunos momentos de su trayectoria y habla sobre “Cabalgando van”, su último libro de relatos, que publicará Galerna este año. Echa por tierra lo que aquel intelectual sostenía.
- Si bien en gran parte de tu obra has abarcado la novela, con la que has tenido mayor repercusión, tu próximo libro es de relatos. ¿Tenés alguna preferencia al momento de sentarte a escribir?
- En realidad siempre ejercí el cuento. Por ejemplo, hay uno de mis primeros libros, “Las hienas”, que tuvo muchísima repercusión. Incluso recuerdo que para una de las últimas ediciones Blaisten me hizo un prólogo maravilloso, cuando el libro ya tenía veinte años de publicado. O sea que el relato siempre me importó mucho.
Yo soy muy amante de los bares y los cafés, y escribo en esos lugares. Hay relatos que realmente han sucedido. Por ejemplo, en “Las hienas” tengo uno que se llama “El maestro”, que lo escribí en La Academia, de Callao y Corrientes. Realmente sucede todo lo que pasa allí.
Después, al final, uno le agrega un desenlace, pero soy muy proclive -y esto también lo dijo Alejandra Tenaglia en su prólogo a mi último libro- a que cualquier cosa que me sucede trato de transformarla en ficción.
El libro que está por salir es un homenaje a esos escritores que me dieron tanto. Es decir, por un lado me enseñaron, y por otro me entretuvieron muy bien. Y me ayudaron en un momento dado de mi vida, un momento embromado. Acá el país estaba hecho mierda, y yo no tenía trabajo, no tenía un peso, y para no hacerle más pesada la vida a mi mamá, recuerdo que me fui del país.
Yo había intentado todo, con la pintura, el teatro, el cine, había trabajado en todos lados. En ninguno daba pie con bola, entonces me fui a Montevideo. Me fui con un bolso de jean y ahí me puse a escribir dos novelas al mismo tiempo: “Las tumbas”, a la tarde, y “Sólo ángeles”, a la mañana, que era una especie de cuadernos de apuntes que iba tomando en un país en caos.
Me había ido de la Argentina que era un caos total, pero resulta que el caos en Montevideo era peor, porque estaban los Tupamaros en su esplendor, entonces era muy, muy embromado todo. Así que yo tomaba apuntes; me acuerdo que el presidente se llamaba Pacheco, en el ‘70.
En cambio, a “Las tumbas” yo lo iba narrando. Mi idea original con el libro era hacer una especie de ensayo, pero cuando veía lo que había escrito como ensayo, explicar por qué hay cosas malas, cómo se pueden mejorar, todo eso, no me interesaba a mí mismo. Cuando iba a un cuaderno de apuntes que tenía, donde anotaba anécdotas que yo recordaba, me di cuenta de que eso me interesaba más. Me dije que tenía que hacerlo narrativo.
Por insistencia de un amigo en Corregidor, terminé publicando “Sólo ángeles” arrepintiéndome mucho luego de no haber pulido el texto. El libro, de todas maneras, tuvo repercusión.
“Las tumbas” se sigue editando todos los años. No creo que haya un libro que se siga editando con el mismo ritmo, de escritores modernos, quiero decir.
- En Página 12 has escrito sobre Gardel, Borges, Gandhi, Balzac, Arlt..., ¿quiénes quedaron fuera del convite en "Cabalgando van"?
- El año que viene voy a sacar un segundo tomo que se va a llamar tentativamente “Sudores y tajos”. Es una continuación del otro, donde los escritores que no estaban en ese tomo saldrán en el próximo. Soy muy ecléctico en ese aspecto.
Mezclo de pronto a Dostoievski con Américo Barrios, Beethoven con Balzac, escritores argentinos que respeto, por supuesto: Borges, Bioy, de quien fui bastante amigo. Por ejemplo, hay un escritor que quiero muchísimo porque entonces la ‘intelligentsia’ intelectual de esa época lo denostaba, un autor de policial llamado Mickey Spillane, el escritor de Mike Hammer, una serie que salió incluso como historieta.
- En una de tus novelas se basó la película "Kiss me Deadly".
- Sí, yo lo homenajeo en mi libro.
- ¿A quiénes no homenajearías?
- Ahí me mataste. En todo caso, me olvidaría... Creo que de todas las tendencias saqué mucho, disfruté mucho y no podría decir eso. Porque yo siempre respeto a todo el escritor, por el simple hecho de ser escritor. Aun cuando esté en las antípodas mías. Porque si a mí me cuesta escribir un capítulo, hacer un libro, al otro también le cuesta. Es lo mismo. A veces uno escribe un libro bueno, y otro no tan bueno.
Por ahí viene un crítico o un amigo y dice “Che, pero qué feo libro”. No es que uno se haya propuesto escribir un libro feo; uno se propuso escribir Hamlet, pero de pronto te sale escribir cualquier cosa. Aun cuando haya escritores que no me interesan, los respeto. En todo caso, los ignoro.
- En uno de tus relatos, de Borges haciendo un trámite, "Borges en estos días", mencionás la ciencia ficción. ¿Cómo te llevás con géneros no-realistas?
- Leí a Asimov y a otros más. “El hombre ilustrado”, de Bradbury, me parece un gran libro. No me atrae demasiado, porque no sé si para bien o para mal, siempre estuve muy influenciado por lo cotidiano, por las situaciones en las que uno tiene que luchar, vivir y demás, quizás porque a mí me costó todo eso. En realidad, cuando uno escribe, se escribe a sí mismo, habla de sus propias cosas.
Por ejemplo, en “El Duke”, yo lo hago copiando la estructura de “El ciudadano”, de Orson Welles. Hay reportajes a distintas personas que, sumando un poco eso, dan una impresión del personaje.
Trato de ser objetivo dando la palabra a otros. En “El Duke”, él también hace su monólogo, tiene su interpretación de sí mismo. Todo lo malo lo deja de lado, como nos pasa a todos nosotros en la vida real. Contamos las cosas buenas pero no contamos las malas. Ahí lo usé al Duke para hacer una lista de todos los trabajos que hice en mi vida.
- Fuiste contemporáneo de Bioy, Borges, Cortázar, ¿cómo ves la literatura argentina hoy? ¿Seguís a algún escritor?
- En los ‘70 la revista Gente nos hizo un reportaje a Bioy y a mí juntos. En la bajada pusieron “Medina contra Bioy”, y la nota no tenía nada que ver. Yo lo admiraba totalmente. A partir de ahí -parte de la entrevista la hicimos en la casa de él, en la calle Posadas- nos hicimos muy amigos. Lo que más me duele de todo eso fue haberlo visto en su decadencia. La última vez que nos vimos nos encontramos en Lyon, en Francia, por un premio literario.
Otra cosa sobre Bioy: en 1973, cuando nos prohíben a Puig y a mí, hicimos una lista de gente que nos pudiera ayudar. Lo primero que hicimos fue llamarlo a Bioy, y me dijo “Poneme primero que todos en la fila”. Y después me acuerdo que fui a ver a Jauretche, en el bar El foro. Cuando vio que en los firmantes estaba Bioy, no quiso saber nada. Bioy tenía esa entereza y esa actitud de hombre de bien, que siempre rescato.
Sigo a varios. Si te menciono a uno me olvidaría de otros y eso me daría bronca. Creo que la literatura argentina, salvando alguna época, siempre ha tenido un plantel de escritores de primera. Luego eso se concreta años más tarde con la madurez del escritor. El escritor despunta joven, cuando uno quiere decir cosas, quiere arreglar el mundo. Después, cuando ve que no puede arreglar el mundo, escribe mejor, más tranquilo, más sosegado.
Piensa más en la elaboración, en la ficción, en los personajes, en no tirar mierda para todo el mundo.
- De los relatos elegidos para tu próximo libro ¿tenés algún favorito?
- En este caso, son todos favoritos. Muchos han salido en Página 12, otros no. Depende de la extensión. El libro ya está hecho, sólo tengo que agregarle dos o tres relatos. En principio iba a ser un solo tomo... hago una especie de melange... hay uno que me gusta mucho, el de Stefan Zweig, que es un judío maravilloso que se suicida en Brasil con la mujer, una cosa que a mí me impactó muchísimo cuando era chiquito.
Un gran, gran escritor. Después, a otro que leí mucho es Bruno Traven. La gente hoy no tiene ni idea quién es, pero estuvo a punto de ganarse el premio Nobel en su momento. Un capo total, lo adoraba. Si yo te nombro un libro, la gente lo sabe por la película: El tesoro de la Sierra Madre.
Tuve la suerte de conocerlo en México. No daba reportajes, era un tipo que decía “A mí me tienen que conocer por los libros y no por las cosas que diga”. ¿Vos sabés lo que es conocerlo a él?
También homenajeo a Céline, el único escritor que, para mí, ha podido superar a Shakespeare.
"Cabalgando van"
Autor: Enrique Medina.
Editorial: Galerna.