El basural municipal de Las Catitas es el más grande de Santa Rosa y uno de los cuatro depósitos de residuos a cielo abierto que tiene la comuna de ese departamento. Se encuentra en un predio de 15 hectáreas entre el río Tunuyán y la ruta 153, a espaldas del pueblo pero frente al populoso barrio La Costanera y a la escuela de chicos especiales 2-041 Sebastián Juricich.
Desde hace años, los reclamos de la gente del lugar son constantes y aunque el municipio tiene un proyecto para cerrarlo con fondos provinciales para la obra, su aprobación está frenada en el Concejo Deliberante.
Al basural de Las Catitas van los camiones municipales pero también decenas de vehículos particulares que, a diario, descargan sus residuos, muchas veces sin siquiera ingresar al predio, descargando la basura casi en la banquina de la ruta.
“Lamentablemente estamos a metros del basural y eso se nota. Todo el tiempo nos llegan olores, moscas y también el humo, porque en las noches, hay gente que suele prenderle fuego a los residuos para sacar el aluminio”, dice Celia Poblete, que es maestra de la escuela Sebastián Juricich, que atiende a chicos especiales y que fue abierta en noviembre de 1995.
Según cuenta la docente, cuando la escuela se inauguró, el basural no existía o era sólo una pequeña parcela alejada de la ruta: “Pero esto ha crecido y se vuelve insoportable. El sereno de la escuela mantiene las ventanas cerradas toda la noche, pero el humo y los olores igual entran y lo impregnan todo. Además, no hay que olvidar que acá vienen chicos que tienen sus propios problemas y necesitan del mejor entorno posible”.
A la Juricich van 63 alumnos con diversas discapacidades. Así la escuela atiende a niños sordos, ciegos, con problemas motrices o cerebrales: “En el verano es mucho peor, los olores se potencian y también llegan muchos roedores, víboras y arañas”, explica Alejandro, que es celador de la escuela.
El depósito a cielo abierto de Las Catitas recibe la basura domiciliaria de todo el distrito, con camiones municipales que entran y descargan tres veces a la semana, aunque también es habitual el ingreso de vehículos particulares con residuos. Así, el lugar es un mar de bolsas, botellas, restos de alimentos, cartones, trapos y un sinfín de desperdicios, en el que se mueven seis familias que viven de rescatar aquello que conserva algún valor.
El barrio La Costanera no es cualquier barrio; es el más grande de Santa Rosa, nació hace más de 60 años y dicen en el municipio que en el lugar viven más de 800 familias; cualquier político local que aspira a ganar algo, sabe que los resultados de allí definen buena parte de las elecciones y es por eso que la limpieza del basural es una promesa que se repite con cada campaña.
“Vivo a tres cuadras del basural y el humo llega hasta allí y más lejos todavía. Es un problema para todo el barrio. El olor, las moscas, la ropa que no podés dejar colgada cuando hay quema porque se impregna, y los políticos que siempre prometen sacarlo y no cumplen”, dice Andrea Guiffrey.
Santa Rosa tiene cuatro basurales municipales a cielo abierto y para cerrarlos (incluido el de Las Catitas), precisa antes montar una planta de transferencia, es decir, un lugar donde acopiar la basura domiciliaria que genera el departamento para luego transportarla en un camión batea hasta Rivadavia, donde funciona la planta de residuos para toda la región del Este mendocino, al que ya transportan su basura San Martín y Junín.
El proyecto dispone de fondos provinciales y el Ejecutivo propuso un terreno en el ingreso a La Dormida, cercano al cementerio y también a la ruta 7.
Sin embargo, la oposición rechazó el proyecto: “No nos oponemos al proyecto pero sí a que la planta se ubique en el ingreso a La Dormida, cerca de la gente”, señalaron. Así, el oficialismo perdió la votación y, por ahora, el proyecto está parado.
Recuperan material para vender
En Las Catitas, no todos piden el cierre del basural a cielo abierto. Hay al menos media docena de familias que viven de rescatar de entre los residuos aquello que conserva algún valor.
“Yo no quisiera que lo cierren porque cuando no encuentro una changa, vengo al basural a buscar algo y son al menos 50 ó 60 pesos que uno saca”, dice Fernando, que tiene dos hijos y que es obrero rural.
Elsa Quiroga tiene 62 años y dice que del predio viven unas seis familias: “Es gente que, como yo, viene a rescatar el cartón, el vidrio y los metales, pero no somos los que quemamos la basura. Eso lo hace otra gente que no entiende el daño que provoca al medio ambiente. Si van a cerrar este basural, la comuna tendría que pensar en algún trabajo para la gente que hoy vive del mismo”.