Jorge Sosa / Especial para Los Andes
Estallan en Mendoza en esta época, celebraciones que se agregan a la gran celebración: la del querido Pepe Pancho, José Francisco de San Martin. Agosto debería ser declarado “Mes Sanmartiniano” y que sea una fiesta todo sus treinta y un días. De las celebraciones que estallan una tiene que ver con él, bueno, en realidad dos.
El 12 de agosto de 1914, una zona del sur de la provincia se transforma en departamento y recibe el nombre de General Alvear, en homenaje a Carlos María de Alvear, héroe de la batalla de Ituzaingó, ganada contra las tropas del Imperio del Brasil Es curiosa la influencia del apellido Alvear en Alvear, porque fue Diego de Alvear el que fundó a fines del 1800 una colonia agrícola que le dio posibilidad a los primeros asentamientos, y después, recibió de nombre el nombre de ese General tan controvertido que fue, sin reparos, enemigo de San Martín. Hay fiesta en Alvear y se lo tienen muy merecido los “salitrosos” por todo el aporte que le han hecho a la provincia.
En enero de 1823, por el paso del Portillo, llegaba nuevamente a la provincia José Francisco. Venía de su renuncia histórica allá en Guayaquil. A poca distancia del paso lo esperaba su amigo y colaborador el Coronel Manuel Olazábal. Hicieron un alto. Conversaron, se repusieron y, cuenta la historia, San Martín buscó recuperación del largo viaje durmiendo a la sombra de un manzano. El general pretendía, entonces, ser labriego, cambiar espada por arado, en su finca de Los Barriales. No lo dejaron. Desde entonces, para el 17 de agosto el Manzano Histórico, ya hecho monumento, recibe a la gente que va a celebrar el hecho y también a celebrarse ¿Por qué no? Hay fiesta en Tunuyán y todos los años es más grande la fiesta.
A las dos fiestas mencionadas hay que agregarle una de las mayores del secano de Lavalle, la fiesta de la Asunción. Es una festividad religiosa, cuando la virgen María, en cuerpo y alma, es llevada hacia el cielo después de haber terminado sus días en la Tierra. Lavalle se viste de fe, pero también de tradición, de buenos encuentros, de admiradores de ese paisaje ralo, magro, a veces monótono, que en su silencio de siglos, que en su paz de ausencia, guarda tantos recuerdos, tanta historia, tantos olvidos. Hay fiesta en Lavalle y entonces hablará la tonada como dueña y señora que es.
Es un fin de semana largo y las fiestas se superponen, algo incómodo para los indecisos, porque a los indecisos nos mata el surtido. Uno quisiera estar en las tres (hay quien lo hace), pero en cualquiera que nos situemos, seguramente tendremos oportunidad de ver gente embanderada de sonrisa; guitarras afinadas en tonos de malbec; bailes que levantan polvaredas porque no se puede regar toda una provincia; y buena gastronomía de esa que justifica todas las parrillas, pero también de la buena artesanía de la masa que se muestran en empañadas que chorrian, de esas de poto pa’ fuera, en pasteles que cambian horno por aceite y en consecuencias gratas para los gustosos como la chanfaina, el locro y el chilindrón.
En cualquiera de las fiestas menducas habrá de encontrar, quien vaya, el espíritu menduco, ese que le ganó al desierto a pura azadón y sudor, ese que pintó al desierto de verde, ese que un día cruzó la cordillera para darle la libertad al sur del sur.
Hay fiestas en Mendoza. Elija una cualquier y zambúllase en sus hermanos que no hay mejor cosa que festejar entre nosotros.