Enfermeras que asistieron a los soldados de Malvinas

Tres mendocinas formaron parte de la primera camada de enfermeras entrenadas por el Ejército. "Éramos sus amigas, madres y hermanas".

Enfermeras que asistieron a los soldados de Malvinas
Enfermeras que asistieron a los soldados de Malvinas

No había cumplido los 18 años cuando recibió la noticia que le cambió la vida: Marisa Alejandra Peiró había aprobado todas las instancias para viajar a Bahía Blanca y realizar la carrera de Enfermería Naval, que por primera vez integraba a mujeres en el marco de una prueba piloto organizada por la Armada Argentina. Corrían los '80 y aquella joven llena de sueños dijo adiós a su querido Alvear para comenzar a escribir su propio devenir.

Entre 1.600 aspirantes que se postularon desde todas las provincias para vivir la experiencia, sólo 45 adolescentes integraron la primera camada de futuras enfermeras especializadas en milicia. Otras dos mendocinas integraban el contingente de estudiantes, Marisa Aballay y Sonia Sánchez.

Del total de aspirantes, Marisa Peiró obtuvo el mejor promedio. Recuerda que llegó a la Base Naval de Puerto Belgrano (Punta Alta, Bahía Blanca) muerta de miedo y sin saber qué le esperaba. Pero con el tiempo, dice la mujer que hoy tiene 56 años- el coraje y las ganas de ayudar a los demás la nutrieron de una fortaleza que asegura, le sirvió para el resto de su vida.

El entrenamiento físico, recuerda de aquellos años, era arduo, casi tanto como el que los altos mandos del ejército le exigían a los soldados. Las exigencias se complementaban con rutinas de remo, natación, tiro y ejercicios de fortalecimiento. "Tuvimos instrucción militar como los varones, nos levantábamos a las cinco de la mañana, entrenábamos y estudiábamos mucho. Eran días muy difíciles porque además estábamos lejos de nuestras familias, pero ahí no había lugar a lamentos. Si ustedes no triunfan en la Marina, jamás habrá mujeres aquí, nos dijeron como para que entendiéramos la importancia de lograr todos los objetivos", cuenta Marisa  que hasta hoy tiene viva la frase en la memoria. 

Como tantos momentos que  la marcaron a fuego. El aviso de que el conflicto bélico con Inglaterra se había iniciado en Malvinas aquel 2 de abril de 1982, le llegó a ella y su grupo de un segundo al otro y de manera abrupta. De la noche a la mañana, se encontró en el Hospital Naval Puerto Belgrano curando a los jóvenes argentinos que iban llegando  mal heridos y en muchos casos, al borde de la muerte. "En ésos momentos no sentís nada y sentís todo", recuerda la mendocina que desde hace 25 años vive en Canadá y llegó a visitar su añorada tierra.

El primero en llegar para ser atendido de urgencia, fue el ex soldado Ernesto Urbina, con quien el martes pasado Marisa se reencontró en General Alear después 36 años. "Yo lo recibí con un grupo de aspirantes. Llegó muy grave. Estaba muy mal herido, el impacto de la bala le había roto la pared abdominal y su cadera estaba quebrada", rememora Marisa, de los instantes en que Urbina luchaba por su vida. Lo cuidó durante 40 días.  De allí en más, nunca más lo vio hasta la semana pasada, cuando el ex combatiente la visitó en su casa de Alvear para agradecerle personalmente.

Lo que vivió durante los días de guerra junto a sus compañeras aspirantes no fue menos difícil. Dice que a ella y al resto de las jóvenes -inclusive había chicas menores de quince años- que actuaron como enfermeras en ésta Base militar les tocó atender a miles de chicos amputados, quemados y con heridas provocadas por el congelamiento. 

“Éramos muy chicas y ellos, muy jóvenes. Fue en ésos momentos tan dramáticos cuando aprendimos tanto. Éramos pocas enfermeras y había mucha necesidad. Los curábamos, suturábamos y nos tocaba ayudarlos con su higiene, desde afeitarlos o bañarlos hasta vestirlos”, cuenta la mendocina que a lo largo de su vida se ha dedicado al área de enfermería.

La compañía, la contención y la escucha para los soldados argentinos también era algo que las primeras enfermeras militares argentinas estuvieron dispuestas a brindar. Ellas fueron las que sin más, ayudaron a más de uno, con las manos lastimadas, a escribir una carta para su familia o leyeron un cuento para brindar una bocanada de alegría entre tanto dolor. "Estábamos ahí, por ejemplo, cuando alguno lloraba porque había perdido una pierna", recuerda Marisa  de aquella inmensa tristeza que sólo se volvía algo más liviana al ser compartida.

Amigas, madres y hermanas. Eso dice Marisa que ella y su grupo había sido para los  jóvenes soldados que iban llegando con el alma y el cuerpo diezmados al defender su Patria. "Todos muy jóvenes y hermanados por el dolor", reflexiona Marisa, quien no dudó en aprovechar la tecnología actual y gracias a Facebook pudo contactarse con sus camaradas de aquellas épocas.  Desde 2013, asegura, organizan una reunión cada año, siempre para abril. "Después de tres décadas nos reencontramos, somos como una familia porque lo que vivimos nunca más se nos borrará", asegura la mujer y detalla que el encuentro con Urbina fue un momento muy emocionante y feliz para ambos. "Fue muy hermoso verlo nuevamente.

Me trajo una bandera de Malvinas, nos fuimos a la intendencia de Alvear, donde le hicieron un reconocimiento muy lindo", cuenta Marisa, quien hoy recibirá un reconocimiento por parte de la Municipalidad de Alvear durante el acto dedicado a los veteranos de la guerra.

Un reconocimiento más general y profundo a nivel Nacional, es el que dice Marisa que esperan todas las mujeres que asistieron como enfermeras a los soldados. Se trata de un pedido que viene de hace mucho pero que aún no ha germinado.

Con el servicio en la piel

Otra mendocina, Marisa Aballay (55) compartió con Marisa Peiró el período de formación para ser enfermera militar. Estuvo allí, donde la urgencia no daba tiempo a nada. "Teníamos ese sentimiento de querer ayudar al prójimo, salvar a nuestros compañeros", rememora la mujer que está casada con un sub oficial retirado.

Recuerda que estando en el Hospital Naval Puerto Belgrano, muchas veces tenían que dormir con el uniforme puesto para atender las emergencias en aquellas semanas críticas de guerra. "Sonaban las sirenas y teníamos que salir de urgencia", asegura y comparte que ninguna de las cartas que le escribió a su mamá en esos momentos, nunca llegaron a destino. Marisa, también tenía tan sólo 18 años cuando se trasladó a Bahía Blanca. Había egresado como auxiliar de Farmacia y Laboratorio de la escuela Bernardo Houssay. Después de recibir el título como Enfermera Naval en el '83, fue derivada, al igual que Marisa Peiró, al Hospital Naval de Buenos Aires. "Allí estuve tres años y luego pedí la baja", recuerda la mujer que en la actualidad trabaja en un centro de diálisis de la provincia. Ayudando, siempre y aliviando a los demás.

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