Comienza el año y todos nos expresamos buenos deseos para cada día de ese calendario todavía intacto. Miremos qué decimos en algunas palabras que nos han acompañado en estas últimas semanas:
CALENDARIO: Los romanos tenían un modo peculiar de computar el tiempo durante el año; cada mes comenzaba con las “calendas”, esto es, el día primero para nosotros.
Por lo tanto, el registro de todas las calendas constituía el “calendario”. En algunos contextos, la podemos usar como sinónimo de la voz “almanaque”, de origen árabe, que recoge otra visión de la cultura y de la cronología, ligada a los signos del Zodíaco y a lo climático, con su influencia sobre la agricultura y las estaciones.
Esas diferencias originales se mantienen todavía en el uso de los dos términos ya que, en algunos contextos, pueden aparecer indistintamente, mientras que en otros se prefiere uno de los términos, en desmedro del restante.
Así, decimos “Este año son pocos los negocios que han entregado almanaques/calendarios”, pero no decimos “Está contemplado en el almanaque oficial” o “Ya nos dieron el almanaque académico”, sino que en ambos casos usaremos el vocablo “calendario”.
ENERO: El nombre de este mes proviene directamente de la voz latina “Januarius”, que también ha dado en inglés “January” y en portugués “Janeiro”.
Se vincula etimológicamente al dios Jano (en latín, “Janus” o “Ianus”), que, en la mitología romana, era un dios que tenía dos caras, una que miraba hacia atrás y la otra, hacia adelante.
Jano era el dios de las puertas (en latín, “janua” o “ianua” era “puerta”) y, por lo tanto, de los comienzos y los finales. Por eso le fue consagrado el primer mes del año.
Como dios de los comienzos, se lo invocaba públicamente el primer día de enero porque era el inicio del nuevo año. Se lo invocaba también al comenzar una guerra y, mientras esta duraba, las puertas de su templo permanecían siempre abiertas; cuando Roma estaba en paz, las puertas se cerraban.
Chinchín: Al brindar, ya es una costumbre entre nosotros decir, coincidentemente con el choque de las copas, “chinchín”. ¿Se trata de una onomatopeya? La Fundación del Español Urgente nos informa: “En realidad, no se trata de una onomatopeya.
Es una expresión de cortesía de origen chino (de “ching-ching”, que significa algo parecido a ‘por favor’) que nos ha llegado, según el Diccionario de la Academia, a través del inglés. Al ser no ser una onomatopeya, no son apropiadas las grafías propias de ellas, como el guion (chin-chin) o la coma (chin, chin).
AUSPICIOS: Todos nosotros decimos y escuchamos usar la expresión “hacemos auspicios”, sin saber, en general, qué significa el término “auspicio”. La palabra, viajera a través de los siglos, proviene del latín “auspicium”, voz formada a su vez por dos palabras: “avis”, que equivale a “ave, pájaro”, y la raíz “spec-“, vinculada al verbo “spicere”, que se traduce al español como “observar”.
En efecto, en la Roma antigua había sacerdotes dedicados a interpretar el vuelo de las aves, en relación con la voluntad de los dioses, para poder saber antes de emprender cualquier acto importante, si se contaba con el favor o protección de la divinidad.
Esa raíz indoeuropea “spec-“, con ligeras variantes, está presente en innumerables palabras de nuestra vida diaria y que no asociamos en cuanto a su significado original: “speculum” dio “espejo”, en el cual nos vemos reflejados; “estetoscopio”, “microscopio” y “telescopio”, aparatos de precisión que nos permiten observar, respectivamente, el funcionamiento del corazón en el pecho de un paciente, las cosas pequeñas no visibles a simple vista o los objetos celestes que están a lo lejos.
Otra observación nos llevará al aspecto, que es lo visible en una cosa o persona, o al espectador, persona que ve o asiste a un espectáculo o hecho de cualquier índole, que se puede observar o al que se puede asistir.
BUENOS AUGURIOS: De esta expresión, nos interesa el sustantivo “augurio” y su forma evolucionada “agüero”: el primero de ellos es un “presagio, anuncio, indicio de algo futuro”, mientras que del segundo trae, además de ese valor, la explicación de cómo surgía: “Procedimiento o práctica de adivinación utilizado en la Antigüedad y en diversas épocas por pueblos supersticiosos, y basado principalmente en la interpretación de señales como el canto o el vuelo de las aves, fenómenos meteorológicos, etc.”; también, “pronóstico, favorable o adverso, formado supersticiosamente por señales o accidentes sin fundamento”. La idea contenida en estos conceptos proviene de la función que los sacerdotes romanos, llamados “augures”, llevaban a cabo al observar e interpretar los fenómenos celestes (rayos, truenos, relámpagos) y el vuelo y canto de las aves.
De allí proviene nuestra expresión “pájaro de mal agüero”, que se le atribuye a alguien que acostumbra a anunciar que algo malo sucederá en el futuro.
Lo que realmente nos sorprende es encontrar en las dos voces –“augurio” y “agüero” – la raíz del verbo latino “augere”, cuyo valor era “crecer, hacer crecer, incrementar”; precisamente, los escritores romanos afirmaban que el augurio tenía como fin fortalecer, fomentar y robustecer el funcionamiento de la república.
También nos asombra ver que están emparentadas con los augurios otras palabras como “inaugurar”, “augusto”, “autor” y “autoridad”. Relacionamos lo visto con “inaugurar” porque significa “tomar los augurios para iniciar un proyecto”; “augusto”, por su parte, era el consagrado por los augures y, por lo tanto, venerado y respetado.
Un autor –en latín, “auctor” – es el que, con su aporte, hace crecer la cultura ya que crea, impulsa, es fuente y promotor de una obra. Por último, “autoridad” –del latín “auctoritas” – se vincula con “autor”, pues es sinónimo de cualidad creadora, de hacer progresar.
Entonces, la verdadera autoridad no es autoritarismo ya que no reside meramente en el poder sino que es la que favorece el crecimiento de otro u otros.