La tecnología que podría ayudar a salvar al mundo ha estado en manos de los niños durante 30 años.
Las calculadoras solares eran una parte tan rutinaria de los salones de clases de matemáticas de mediados de la década de 1980 hacia adelante, que difícilmente justifican cualquier sorpresa o maravilla actual, pese a que un futuro alimentado principalmente con energía solar sigue estando a décadas de distancia, si acaso.
Entonces, ¿cómo es que la energía solar terminó en las calculadoras mucho antes de que apareciera en la vida cotidiana? ¿Y por qué la energía solar sigue pareciendo tan vanguardista cuando la vemos en las casas, parques temáticos y en una combinación entre contenedores de basura para reciclado/routers Wi-Fi?
La primera calculadora solar llegó al mercado en 1976. La Sharp EL-8026 (apodada Sun Man) unió dos tecnologías que habían evolucionado a la par.
Las viejas calculadoras de principios de la década de 1960 eran máquinas pesadas de escritorio, caras (costaban el equivalente a miles de dólares, bajo los estándares actuales) y a bulbos. Pero con el rápido desarrollo de los transistores y pantallas LCD eficientes, pronto se convirtieron en gadgets de bolsillo que solo requerían un procesador.
Mientras tanto, avances en la manufactura habían hecho que los paneles solares (desarrollados por primera vez en Bell Labs, a mediados de la década de 1950) se volvieran baratos y suficientemente eficientes para ser usados en equipos además de satélites. Ponerlos en las calculadoras mostraba la forma tan económica en que podían hacerse los paneles y la poca energía que se necesitaba para que los procesadores funcionaran.
Este tipo de despliegue de logro tecnológico era bastante estándar en los productos para el consumo de esos días. “Cuando Texas Instruments quería empujar al entonces nuevo transistor, escogió a la radio como la primera aplicación exitosa”, dice Joerg Werner, quien maneja en internet al Museo de Calculadoras Datamath.
Werner señala que los primeros microprocesadores computacionales siguieron un camino similar, pasando de cohetes al bolsillo o a la muñeca (la gente tal vez tenía un reloj solar LCD que combinaba con su calculadora solar).
Las primeras calculadoras solares tenían sus desventajas: los paneles solares de la Sun Man estaban en la parte de atrás y la Teal Photon, que salió dos años después, necesitaba mucha luz para operar. Pero para principios de la década de 1980, Sharp y Texas Instruments habían desarrollado paneles solares que podían funcionar con luz artificial o con luz tenue. Esto hizo que la energía solar (y sus calculadoras acompañantes de bajo costo) avanzara firme y finalmente al territorio convencional.
Una promoción de Texas Instruments de 1984 regalaba calculadoras solares a las empresas que compraran sus computadoras. Pocos años después, Escuelas Públicas de Chicago pagó 1,1 millón de dólares por 167.000 calculadoras solares de Texas Instruments para usarlas en los salones de clase. Una columna sobre tendencias de relojes declaró en 1989 que las calculadoras solares estaban “adentro” y la astrología “afuera”.
Newsweek hizo referencia en 1990 a las calculadoras solares para explicar qué eran los paneles solares, mientras que una columna del St. Petersburg Times pronosticó: “El próximo año verá en los estantes muchos más productos solares nuevos”, incluyendo equipos para espantar topos del patio y para cargar las baterías de los autos.
La tecnología que hizo posible la existencia de calculadoras chiquitas y eficientes también nos trajo los teléfonos móviles, las computadoras personales, los Game Boy, los Tamagotchis y los Furby en apenas unos años, pero sin las celdas solares. Algunos de estos equipos requieren flujos de corriente pequeños pero constantes para conservar sus memorias, y otros simplemente usan mucha energía, como seguramente lo sabe cualquiera que haya intentado terminar Link’s Awakening en un viaje largo en auto.
Y aunque las calculadoras solares siguen vendiéndose más que los modelos no solares de Texas Instruments, los chicos que persisten con clases de matemáticas a menudo cambian a las TI-89 y otras calculadoras gráficas, excelentes para cálculo y trigonometría, pero muy potentes para funcionar con energía solar.
En cambio, la energía solar se mudó a otros lugares menos visibles, como las luces y señales de las autopistas. Conforme se han vuelto más eficientes, los paneles solares cada vez figuran más no solo en matrices de gran escala sino en techos de casas y toldos de estacionamientos de autos. Si salen bien los planes de Elon Musk, CEO de Tesla, todos vamos a tener baterías para almacenar energía solar para nuestras casas.
Pero eso no significa que los niños de las décadas de 1980 y 1990 y de la actualidad se estén apresurando para hacer que sus casas sean tan verdes como las calculadoras. Las calculadoras solares quizás hayan convencido a una generación de que el Sol podía alimentar gadgets, pero no es lo mismo que convencerlos de que la energía de las calculadoras chiquitas podría venir de un enchufe.
El problema, dice la profesora y futurista Cindy Frewen, es que la gente no necesariamente ve los paneles solares de azotea de la misma forma en que pudiera ver los electrónicos para el consumidor. “La gente adopta sus gadgets, pero acepta su energía”, señala. “Lo toman por descontado: ‘Esto es lo que tengo en la casa’”, explica.
Eso podría cambiar conforme las empresas de servicios y de energía limpia ofrezcan más opciones amigables con los consumidores que vengan acompañadas por paneles y baterías solares, como Powerwall, una batería de Tesla diseñada por y para amantes de la tecnología.
La próxima generación tal vez ni siquiera acepte enchufar sus gadgets a una red. Texas Instruments, fabricante de todas esas calculadoras escolares, está trabajando en circuitos que extraerán energía del movimiento de los usuarios. Es improbable que alimente a una casa, pero conforme las tabletas se abren camino a los salones de clase, es una excelente excusa para tomarse un largo receso.