Enamorado de Tupungato y sus cambios

La casona grande de La Arboleda, como escenario de varias Navidades, los caminos de tierra, el primer teléfono... entre los recuerdos del autor.

Enamorado de Tupungato y sus cambios

Será cosa del destino, que quiso que mis abuelos terminaran en Tupungato. Ambos vinieron muy jóvenes de Sicilia, Italia. Se instalaron en Rivadavia y empezaron a formar allí su familia. Pero mi papá nació acá en La Arboleda, en la casona grande de la calle Iriarte, que se levantaba frente a la finca que tuvieron.

Tanto mi papá, como mis tíos y abuelos fueron contratistas de viñas en distintos departamentos, así aprendieron todos los conocimientos sobre el vino, que luego nos legaron. Eligieron Tupungato cuando estuvieron en condiciones de comprar unas tierras. Y aquí construyeron su historia y le hicieron frente a numerosas dificultades.

Por ejemplo, el agua en La Arboleda no alcanzaba y se les secaban las nogaleras, sus primeros cultivos.

Mis abuelos tuvieron uno de los primeros pozos que hubo en la zona. Un pozo grandísimo, que tenía de boca 2,5 por 37 metros de profundidad, al que luego, de joven, me tocó muchas veces bajar a arreglar la bomba.

Gracias a esa necesidad de agua fue que mi familia adquirió las tierras donde hoy está nuestra querida bodega Giaquinta. Sucede que mis abuelos necesitaban luz para la bomba y el dueño de estas tierras no les permitía pasar la línea eléctrica si no compraban al menos las 50 hectáreas por donde pasaría el tendido. Solía recordar mi papá que mi nona preparaba la comida para todos los obreros que estaban haciendo el pozo. Fue un gran acontecimiento.

La Arboleda de mi infancia
Los recuerdos que tengo de mi infancia son las juntadas de Navidad en la casa de los abuelos en La Arboleda. Mi tío Antonio se encargaba de preparar todas las bebidas, en un tacho de 200 litros que llenaba de hielo. Allí metía las botellas de cerveza y las gaseosas de entonces. También había un gran San Bernardo y nosotros andábamos a caballo del perro.

La zona donde hoy está la bodega era todo monte. Las propiedades recién empezaban desde Dubois y se extendían hasta Zapata. Hacia el distrito El Zampal se tenía que ir por una huella de tierra.

Esa casa tuvo el primer teléfono de la zona, era el número 42. Habían llevado una línea telefónica desde la Villa, con palos y dos alambres. Cuando los vecinos necesitaban comunicar algo o tenían una urgencia corrían hasta la casona para pedir el teléfono.

En aquel entonces, la calle Iriarte (principal del distrito) era de tierra y se la conocía como calle Arboleda. Recuerdo que con mi primo José, ya de jóvenes, íbamos al viejo bar de la esquina (donde antes había funcionado la primera escuela de la zona) y veíamos a los hombres jugar a las cartas. Después nos volvíamos de noche en el tractor y, como no tenía luz, nos guiábamos  por el camino de cielo que dejaban las dos alamedas de la calle. Eso nos marcaba el camino a casa.

Cuando participaba del club deportivo La Arboleda, por intermedio de mi papá, que me acompañaba en todas las locuras, trajimos a Jorge Cafrune a un espectáculo de la entidad.

Postales de cambios
Gran parte de mi vida yo la viví en la casa de mi mamá, en lo que hoy es la ruta 89 o Camino del Vino, que conduce al Manzano Histórico. Vivíamos jugando afuera y en la calle de tierra, ¡y pensar que hoy tiene un tránsito notable! Tuve la suerte de trabajar, siendo parte de la asociación Camino de las Nieves y el Vino, en la construcción de esta ruta clave para la vitivinicultura y el turismo local. También, con el mismo grupo, gestionamos la colocación del alambrado en Los Cerrillos para evitar las muertes por la presencia de animales en la ruta.

Cuando yo era chico, y hasta no hace mucho, pensar en ir de la villa cabecera al Cordón del Plata era seguir huellas de tierra. Todo fue cambiando rápido. En el año ‘72 tuve una fugaz pasada por la actividad pública en la municipalidad (NdeR: fue secretario general del intendente Eleasar Aguado). Entonces no existía la calle El Álamo (hoy ruta provincial) y recuerdo cómo batallaban don Alberto Giuliani y Camilo Carballo para suplir esta necesidad.

En aquel tiempo yo tenía 23 años, las prioridades eran las mismas. Faltaban servicios y no se preveía la colocación de las cañerías antes de hacer las calles. También había necesidad de viviendas y ya se hablaba de fomentar la construcción de casas en zonas rurales, para evitar la concentración en núcleos urbanos. Hoy hay barrios en distintos distritos.

Si volviera a nacer hago lo mismo y en el mismo lugar en el que hoy crece mi familia. No lo cambio por nada. Tupungato me gusta y me gustan los cambios. Yo lo soñaba y lo imaginé muchas veces que sería un lugar clave para la vitivinicultura. En las reuniones del viejo Comité Vitivinícola discutíamos las características de la zona y siempre aspiraba a que Tupungato dejara de ser únicamente productor de uva para crecer en la industria. 
Faltaba esperar nomás. La gente que venía de otros países ya apreciaba más que nosotros la zona.

El desarrollo y los capitales extranjeros trajeron competencia, pero también posicionamiento. Los últimos no han sido buenos. Aspiro a que la situación cambie. Me preocupa mucho la concentración que está viviendo la industria y que los pequeños productores históricos del lugar no puedan permanecer en la actividad. Esto sí me duele, y lo estamos viendo.

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