Católicos y protestantes celebran este fin de semana su fiesta más importante, la Pascua, ante televisores, tabletas y notebooks, a raíz de la anulación de misas tradicionales y procesiones en gran parte del mundo por el nuevo coronavirus.
El contraste fue sobrecogedor entre la imagen de este Viernes Santo, con el papa Francisco en la plaza de San Pedro casi desierta y sin fieles, y la multitudinaria celebración del año pasado.
Entonces, el pontífice había asistido en silencio, con 20.000 católicos, a un Vía Crucis nocturno en torno al anfiteatro romano del Coliseo, todo iluminado, como ocurre cada año desde 1964.
Los cristianos, como la mitad de la humanidad, viven confinados, mientras el virus ha causado ya cerca de 100.000 muertos.
El viernes por la noche, bajo la luz de las antorchas, el jefe espiritual de 1.300 millones de católicos, que tanto aprecia el contacto con las muchedumbres, verá cómo dos grupos de cinco personas en la inmensa plaza de San Pedro hacen revivir a internautas y telespectadores el Camino de la Cruz, el calvario de Jesús, desde su condena hasta su crucifixión y su muerte.
Un grupo estará formado por detenidos de una prisión de Padua, una ciudad del Véneto, región del noreste de Italia donde más de 750 personas han muerto. El otro estará integrado por médicos y enfermeras, que luchan en primera línea contra la pandemia.
"Las expresiones de piedad popular y las procesiones" como el Vía Crucis pueden ser suspendidas, había especificado a fines de marzo un "decreto en tiempo de la COVID-19" publicado por la Santa Sede.
Las oraciones se hacen ahora en familia, y los fieles están privados de comunión, de bautizo, incluso de funerales en muchos países.
Es prácticamente un "retorno a los primeros tiempos del cristianismo", que se vivía discretamente en la esfera privada, recuerdan los historiadores.
A los rigoristas de la liturgia, el papa ha replicado que la Iglesia no debe estar "encerrada en las instituciones".
"No es fácil permanecer confinado en casa", admitió el papa, y recomendó "frenar un cierto ritmo de consumo y de producción" y "volverse a conectar con el entorno real".
Francisco quiso también homenajear a los "santos de la puerta de al lado": "los médicos, los voluntarios, los religiosos, los trabajadores que cumplen con sus tareas para que la sociedad funcione".
Entretanto, en todo el mundo, el clero aplica la distancia social. En Panamá, el Domingo de Ramos un arzobispo bendijo desde un helicóptero.
En España, que como Italia es uno de los países más golpeados por el virus, la población ha renunciado a las famosas procesiones de las cofradías, una tradición popular que data del siglo XVI en este país.
Para compensar, algunas cofradías publican fotos de procesiones en las redes sociales. "Mi hijo de 12 años pone el altavoz en el cuarto de baño y se ducha al son de los pasos de Semana Santa", cuenta un padre de familia en Sevilla.
La Iglesia anglicana ha empezado por su lado a difundir pódcast pascuales para sus fieles, entre ellos una lectura del Evangelio por el príncipe Carlos.
Hasta hace poco, la Iglesia ortodoxa griega negó la posible propagación del virus a través de la comunión. Pero el gobierno ha prohibido las misas en presencia de fieles. En Pascua, que los ortodoxos celebran una semana más tarde, las iglesias de Grecia permanecerán pues cerradas.
Israel, que cuenta ya unos 60 muertos por el coronavirus, celebra también desde el miércoles la Pésaj, la Pascua judía, que conmemora el Éxodo desde Egipto. Pero el ambiente es sombrío en un contexto de confinamiento en el que las familias no pueden reunirse.
La epidemia se concentra en especial en los barrios judíos ultraortodoxos, donde las medidas sanitarias son menos respetadas, o claramente ignoradas. De los 9.000 contaminados oficialmente, más de un tercio son ultraortodoxos, una minoría religiosa que representa 10% de la población.