En una esquina, con Mafalda

A los 85 años el artista vuelve a transitar su tierra natal. Ayer, la ciudad inauguró tres esculturas de su tira más famosa.

En una esquina, con Mafalda
En una esquina, con Mafalda

"¿Quién es la persona?", pregunta un visitante de Utah, en "cruzado" castellano. Cuando se entera del nombre, abre la boca en una "O" gigante, saca la tablet para filmar y decide sumarse a la comitiva.

Un séquito de autoridades municipales y prensa avanza por la refaccionada Arístides Villanueva rumbo al Oeste. Quino, en el centro y sobre su silla de ruedas, parece absorto en las copas de los árboles.

Luego dirá que ése es uno de los recuerdos más nítidos que tiene de su infancia: la hojarasca.

Es difícil determinar en qué está pensando cuando mira los rostros que lo circundan. A veces la mirada es tremendamente aguda. A veces decide no ver. A veces mira hacia adentro. Su proverbial timidez siempre puede ser leída como mecanismo de defensa. El escudo de silencio de aquél que lo ve todo.

La marcha se detiene en la esquina de Arístides Villanueva y Huarpes. Allí, en el vértice de la plazoleta, frente a la Universidad de Mendoza, un manto celeste tapa la obra que será inaugurada en su honor.

Dicen que cuando Antonio Di Benedetto caminaba iba como en trance. Que cruzaba las calles sin mirar, abstraído. Alberto Atienza una vez le preguntó en qué iba pensando.

"Voy escribiendo", le contestó. ¿Estará Quino dibujando este acto? Basta pensar en sus viñetas mudas, en sus libros Bien, gracias, ¿y Usted?, Potentes, prepotentes e impotentes, Yo no fui, Cuánta bondad.

La obra se destapa y suenan los aplausos. Tres esculturas pequeñas realizadas por Pablo Irrgang -Mafalda, Susanita y Manolito- aparecen para dejar una vez más constancia tridimensional de su genio en la paqueta avenida. Como la Mafalda de San Telmo, ésta también está sentada en un banco, para que los paseantes se fotografíen con ella: la niña más incorrecta, crítica y lúcida que creó la historieta argentina.

Quino agradece. Una nube de fotógrafos trabaja para registrar el momento. El intendente Rodolfo Suárez manifiesta por micrófono el orgullo mendocino. "Éste es un momento trascendente. Estoy emocionado por la presencia de Quino con nosotros. Estas esculturas vienen a completar esta hermosa obra de calle Arístides Villanueva. Destaco en él la calidad de su mensaje, positivo, de paz, Agradezco en nombre de todos los vecinos de la ciudad a Quino, a sus parientes,y a Pablo Irrgang, por este momento. Éste va a ser sin dudas el lugar donde mendocinos y turistas, van a venir a sacarse la foto".

Avisa, además, que esta Mafalda tendrá Facebook para que suban allí todas las imágenes. Y lee la frase que han elegido inscribir junto a los personajes: "Comienza tu día con una sonrisa y verás lo divertido que es ir por ahí desentonando con el mundo".

Quino tiene 85 años. Hace pocos meses enviudó. Tras el fallecimiento de Alicia, su compañera de toda la vida, regresó a Mendoza. No sonríe demasiado. Nunca lo hizo. Su humor siempre fue mordaz. El mordiscón del sentido común contra la estupidez humana.

–Algunos quieren proponerlo como Premio Nobel de Literatura. ¿Qué piensa?

–Me parece un desatino.

–¿Qué recuerdos tiene de Mendoza?

–Muy lindos, salvo los cortes de agua.

Con frases cortas, nos divierte. Nos da las fotos, nos concede unas respuestas. Cuando la prensa lo deja respirar se le acercan los lectores. Gente que lo abraza, le dice cosas dulces al oído.

–¿Alguna vez tuviste esa devoción por alguien?

–Sí, por Joan Manuel Serrat, por ejemplo.

Vuelven las cámaras de televisión. Los niños se lanzan sobre las estatuas.

–¿Qué siente al ver a Mafalda frente a una Universidad?

–Es un gran honor. Estoy muy emocionado.

Y no hay modo de no pensar en Teté, la abuelastra comunista con la que pasó parte de su infancia en Guaymallén y que inspiró a su indignada criatura. O en los tiempos de la Escuela de Bellas Artes, donde Joaquín Lavado cursó sus estudios antes de emigrar a Buenos Aires a buscarse la vida con el lápiz, como lo hacía su tío Joaquín Tejón.

Aunque Quino dejó de dibujar Mafalda hace 45 años, su vigencia es total: sigue siendo la tira latinoamericana más vendida en el planeta. Es claro que ninguna de las preocupaciones de la niña del pelo raro han sido superadas.

Las guerras, las crisis, la miseria, la represión, la xenofobia o la discriminación son tan actuales como lo fueron en el período en que la dibujó, del 64 al 73.

Terminado el acto, Quino se retira a descansar, acompañado de su afectuosa familia. Kuki Miller, su eterna amiga y co-editora (Ediciones De la Flor), nos despide con una certeza: "¡Qué orgullo haber editado al contemporáneo más genial de esta tierra!"

Entonces nos quedamos a solas con la estatua que, cansada de posar para las fotos, empieza a interrogar.

No le vamos a decir que nació de una fallida publicidad de electrodomésticos ni que los mexicanos le inventaron una muerte aplastada por un camión de sopas. Preferimos compartirle las diferencias que Umberto Eco notó entre ella y Charlie Brown.

"Charlie Brown pertenece a un país próspero, a una sociedad opulenta a la que trata desesperadamente de integrarse, mendigando solidaridad y felicidad. Mafalda pertenece a un país denso de contrastes sociales que, a pesar de todo, sí querría integrarla y hacerla feliz, sólo que ella se niega y rechaza todas las ofertas. Charlie Brown vive en un universo infantil del que los adultos están excluidos. Mafalda vive en una relación dialéctica continua con un mundo adulto que ella no estima ni respeta, y al cual ridiculiza, repudia y se opone reivindicando su derecho a seguir siendo una niña. Charlie Brown seguramente leyó a los revisionistas de Freud y busca la armonía perdida; Mafalda, probablemente, leyó al Che".

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