Mil y un piques, innumerables rebotes indeseados. Despejar es sinónimo de seguridad; intentar pararla, una locura. A los equipos les hace ruido tener que jugar fuera de casa.
Y adentro también. Los campos de juego, benditos, malditos, están en el centro de la escena en los últimos tiempos por su pésimo estado. Pocas son las excepciones.
Casi nadie repara en sus condiciones. Muchos apuestan a la conformación de los planteles y olvidan que los caminos para conseguir el objetivo también son importantes. Prevalece el pelotazo, el choque, el roce, los encontronazos. Y las quejas.
Después de cada pitazo final, no son pocos los que se escudan detrás de aquel pozo o esa champa de pasto para explicar un resultado en contra.
Mientras, los directivos miran para otro lado, aducen problemas financieros para ponerlo en condiciones y las expectativas poco a poco se van al tacho.
No hay forma de sostener el juego de pelota a ras del piso. Sino, pregunten en el Bajo, en Villa Nueva o en San José cómo cuesta dar dos pases seguidos sin que un pique traicionero devuelva la pelota al rival.
Todo debe hacerse en dos tiempos: control y nuevo control. Pique tras pique, la paciencia se va erosionando casi tanto como esas canchas. El pelotazo parece ser la mejor opción. Y el dolor de ojos se vuelve una constante.
Lo sufren la “Joya” Jofré, “Piki” Dellarolle y el “Mago” Banco, entre otros. Hay pocas, poquísimas sociedades, y el duelo está destinado a repartir nostalgia entre los presentes. “Partidos eran los de antes”, se animó a tirar un plateísta académico el pasado domingo, acostumbrado sin dudas a espectáculos de antaño.
Es cierto que la época del año no acompaña para mantener el césped en buen estado. El frío debilita notablemente sus raíces y se requiere de muchos nutrientes para poder sostenerlo en óptimas condiciones.
Los inicios de pretemporada parecían una excusa para cerrar los campos de juego por unas semanas mientras se implementaban mejoras. Sin embargo, pocos prestaron atención a esa situación. Y ahora lo lamentan.
Hubo reclamos de cuerpos técnicos propios y ajenos y los directivos deberán repensar lo trabajado. Mientras, desde afuera, deberemos asistir al caprichoso pique del balón. Quizá nos sigamos sorprendiendo con su destino final.
Pocas son las excepciones
Deportivo Guaymallén siempre atendió la necesidad de un buen estado de su piso. Los directivos trabajan cada año en la búsqueda de mejoras. También se pueden apreciar trabajos en Huracán LH y en San Martín. El resto, por ahora, en deuda.