En recuerdo de Juan Manuel Valverde

En recuerdo de Juan Manuel Valverde

El sábado 16 de enero, a 7 días de cumplir ochenta años, falleció el Dr. Juan Manuel Valverde. Médico psicólogo y psiquiatra mendocino, humanista y existencialista sartreano.

Nunca conforme con convencionalismos creó su propia línea teórica, el "Ontoanálisis".

Fue reconocido por su compromiso con los derechos humanos y por su amplia formación teórica, filosófica y científica pero, por sobre todo, por la gran habilidad profesional y humana que sostuvo durante más de 50 años, atendiendo desde la dialéctica y el existencialismo a sus pacientes, muchos personajes destacados de la provincia y el país.

Su calidad humana y compromiso con la libertad marcaron senderos que muchos profesionales siguen y han seguido.

Fue autor del libro “Reflexiones de un psicoterapeuta latinoamericano” y de innumerables trabajos académicos y artículos.

Dentro de sus actividades podemos resaltar: Ex-Jefe de Servicio “Infanto Juvenil Hospital el Sauce”. Coordinador de los infanto-juveniles de la provincia en Salud Mental. Profesor titular en la Facultad de Psicología de la “Universidad Católica de Cuyo” en Psicología General I y II, Biotipología y Caracterología. En Enfermería Universitaria: Profesor Titular Clínica Psiquiátrica.

En “Facultad de Antropología Escolar”: profesor titular Sistemas Psicológicos Contemporáneos I y II. “Universidad Nacional de Cuyo: Profesor invitado para desarrollar Ontoanálisis. Director del gabinete de investigaciones psicológicas de “Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Católica de Cuyo”.

Para introducirnos en la atmósfera que generaba el Dr. Juan Manuel recordaremos un trabajo que escribió conmovido por un paciente:

La suela húmeda
La suela húmeda del zapato, la parte superior con el brillo propio de mis prejuicios. Estaba lloviendo. Hacia frío. Los vidrios de la ventana se empañaban. El espacio del consultorio era reducido, una amplia ventana a la derecha, una puerta a la izquierda, también había un escritorio gris de metal, frío como la pobreza.

Mientras observaba la caída de la lluvia con sus mil detalles de presencias... las gotas chocaban en el vidrio dibujando formas especiales; pensaba también en el beneficio para los agricultores; vivimos en una zona desértica, la lluvia alimentaba ideas perdidas y agradecimientos por su estar ahí.
Pero mis pacientes vivían con muy pocas posibilidades de sobrevivencia. ¿Cómo se cubrirían de la intemperie? ¿Con superficies cubiertas por plásticos, chapas, o en su generalidad con techos de caña? Donde alguna vinchuca esconde su presencia esperando el momento oportuno para ¡recordarnos las estadísticas sobre el mal del Chagas!

Golpean… abro la puerta. Buen día doctor aquí traigo a este jovencito (la expresión y mirada de la enfermera ya condenaban al pequeño paciente), le entrego la indicación de tratamiento: consumo de poxi ran -Éteres volátiles-.

—Gracias Señorita. Humm… veamos, ponete cómodo, corramos más cerca la silla hacia la estufa.

Los ojitos de mi pequeño paciente brillaban encendidos, posiblemente por el temor de donde estaba; asustado por el llanto de algún paciente en la sala de espera o del desajuste violento de otro. Acompañaba a la expresión de sus ojos un cuerpo que parecía un muñeco títere abandonado. ¿Cuántas veces soltaron las amarras sus titiriteros? ¿Cuántas veces fue ninguneado? ¿Cuánta soledad en la muchedumbre del abandono?

—Bueno mi joven amigo ¿Por qué estás acá? Me miraba; sus ojitos tenían tendencia en ese momento a parecer más grandes y casi redondos, se mantenía en silencio, observándome con cierto temor y extrañeza.

Mientras, yo veía su aspecto general que indicaba un grado manifiesto de desnutrición. Su ropa se notaba desgastada, sus zapatillas llenas de barro, descoloridas, gastadas; su pantalón corto le quedaba inmensamente grande.

—Perdone doctor, (su voz salía suave, lejana, como si no fuera a ser escuchada)… Por la bolsita, por el poxi ran, por jalar en los alrededores del hospital. Doctor: ¿Usted ha visto la cantidad de bolsas de plástico cerca del alambrado del hospital?

—Bueno en realidad no me he fijado.

—Todas son de los chicos que nos juntamos ahí con la bolsita.

—.......

— ¿Por qué empezaste?

—Todos los chicos lo hacían, me dolía sentirme fuera del grupo.

— ¿Y por qué seguiste?

—Porque en esos instantes me olvidaba del frío, del hambre y de la vida.

Con esta respuesta noté que mi mente volaba sin ningún refugio ni nido probable.

Sentí profundamente el compromiso de acompañar su rebeldía y su encuentro con los otros niños; en proyecto de cambio, con adaptación activa, para lograr dentro del principio de realidad una plenitud humana.

Ese jovencito tenía 9 años…

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