Lo primero en lo que pienso cuando tengo que explicar el aislamiento, o la cuarentena de 14 días, es en los privilegios que tengo y en qué haría si no los tuviera, como seguramente le pasa a cientos de personas en Mendoza y en los países donde ataca el coronavirus.
Llegué de Chile el lunes pasado a la tarde. Si bien circulaba mucha información oficial, lo cierto es que no pude encontrar una normativa concreta de lo que tenía que hacer respecto a mi situación. Muchos portales de noticias lo informaban, pero ninguno con claridad. Sólo manifestaban anuncios vagos, sin detalles específicos.
En Horcones, durante el viaje de regreso, no tuve inconvenientes en pasar. Nadie me preguntó nada, ni dónde estuve, ni con quién.
Yo pensé que iba a ser mi primer contacto con el aislamiento. Esperaba algún control médico. No fue así.
Camino a mi hogar, y ya con señal en el celular, comencé a tener alguna idea y gracias a los contactos propios de un periodista pude aclarar mejor el panorama.
La cuarentena era un hecho, por prevención, puesto que no tengo ninguno de los síntomas que los canales oficiales difunden. Fue en ese momento cuando comenzó la organización de mi vida cotidiana y de lo que será por las próximas semanas.
Lo primero fue prever que no podría ir al supermercado. Tuve que pedirle a un familiar que me hiciera las compras. Fue la primera muestra de los privilegios que mencionaba al inicio de este texto.
No tengo problemas de dinero serios, al menos no como para acceder a la comida de la semana, y mi familiar tampoco, por lo que eso fue un tema que se resolvió casi en lo inmediato.
Sólo tomamos precauciones a la hora de la entrega de los alimentos. Me los dejaron en la puerta, me avisaron y salí a buscarlos cuando ya no había nadie.
El resto de los problemas a resolver también siguieron los caminos esperables. Sólo tenía que llamar por teléfono o enviar un mensaje de WhatsApp para poder sortear los inconvenientes de estar encerrado en casa. Un ejemplo de esto es el trabajo a distancia para Los Andes y para mis otras responsabilidades laborales.
El pago de impuestos no es un problema. Hace varios años que lo hago por el servicio de internet de mi tarjeta.
La situación actual mía es cómoda. Tengo internet, computadora, Netflix, literatura a disposición. No tengo hijos, por lo que no tengo que ocuparme de la educación de nadie que no sea yo. Pero es aquí donde no puedo dejar de pensar en quienes me rodean. En las complicaciones de no tener internet, computadora o -por citar algo más superficial- Netflix. En las familias que no tienen a quién recurrir para que les vayan a hacer las compras o que no pudieron pagar sus impuestos a tiempo.
Es en ellos en quienes pienso. Porque, si algo permite el aislamiento, es tiempo para reflexionar. Bajar un cambio, mirar al costado sin la vorágine de la vida considerada "normal". Pienso en las mujeres que viven situaciones de violencia de género. O en los niños que necesitan que el comedor de su escuela abra para poder comer el único plato de comida del día. Y en los docentes que tienen que ir a las instituciones para que esto ocurra y en los choferes de los colectivos que los llevan.
Pienso en los egoísmos. En los que creen que a ellos no les va a pasar nada -lo cual es probable- sin mirar en lo que puede llegar a pasarle a otro. Y esto sin caer en paranoias. Hay que ser responsables y mirar a los otros, aún desde adentro de nuestras casas.