No ya para Boca, sino para el brillo áureo del fútbol argentino, hay un antes y un después del año 1998. En esa fecha, un director técnico prestigioso y de probada capacidad para el éxito llegó al club más popular de la Argentina. Con Carlos Bianchi, toda la historia debió ser reescrita. Y no por mérito exclusivo, sino porque el camino que lo llevó al equipo de las glorias, por entonces, un poco lejanas, también había permitido la confluencia de otros nombres importantes. Palermo, Barros Schelotto, Bermúdez, Serna y, sobre todo, por encima de todo, Juan Román Riquelme.
Si nos fijamos en todo lo que vino después de esa fecha para Boca, el brillo puede encandilar: fueron títulos locales, nacionales e internacionales (con un triunfo ante el invencible Real Madrid que aún asombra) que empezaron a poner en entredicho algo que se había instalado como un eslogan y pocos se atrevían a discutir: que Independiente de Avellaneda era, por la cantidad de títulos internacionales, el “rey de Copas”.
Con la copa Suruga Bank que el Rojo acaba de ganar (una copa de prestigio nulo) se abre la posibilidad para el juego tribunero: ahora, Boca e Independiente exhiben 18 títulos supuestamente análogos. Entonces, ¿cuál de los dos es el rey, si la corona es sólo una?
Creo que la cuestión no puede dirimirse por este empate en tiempo real y debe resolverse, como en los partidos, por una vía distinta. Los penales serían acá algo que no sea un demérito, algo que no empañe ningún brillo, algo que no dé escozor meterlo en ninguna historia. Y ese desempate, al fin, se dice fácilmente: a igual cantidad de títulos, el rey está en lo más alto. Nunca se fue a la B.