En defensa de las ideas viejas

Sobre el temor que suscita el avance tecnológico y los cambios sociales que indefectiblemente provocará, tal como sucedió con la Revolución Industrial, el autor cita las posturas de dos pensadores y manifiesta su propia conclusión en favor de los compromi

En defensa de las ideas viejas
En defensa de las ideas viejas

Una de las causas de ansiedad que acosa al siglo XXI es el temor de que el cambio tecnológico pronto haga que muchas vidas humanas parezcan esencialmente superfluas.

Es un miedo tan viejo como los ludditas, pero la promesa de la computación, la robótica y la biotecnología le ha dado nueva vida. De pronto parece factible que una sociedad rica y eficiente tecnológicamente ya no pueda ofrecer una ocupación significativa a muchas personas de talento ordinario, al mismo tiempo que a los miembros de la élite les ofrece cada vez más riquezas, poderes cada vez más amplios y, quizá, una vida cada vez más larga.

Esa ansiedad domina la conversación más provocadora que pude escuchar esta semana entre el psicólogo israelí-estadounidense Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía, y el historiador israelí Yuval Noah Harari en el sitio Web Edge.com.

Harari es autor de una historia de la especie humana, “Sapiens”, y argumenta que los avances de nuestra era van a crear nuevas clases y nuevas luchas de clase, tal como hizo la Revolución Industrial.

Pronto, si no es que mañana, los ricos podrán rediseñar cuerpos y mentes, haciendo que la igualdad humana sea una presunción pintoresca. Mientras tanto, las masas perderán su empleo ante las máquinas y se encontrarán ante la elección de pan y circo (o drogas y videojuegos) y el llamado de la violencia revolucionaria, del que el atractivo del Estado Islámico entre los jóvenes aburridos quizá sea un anticipo del futuro.

El escenario que plantea Hariri, como él mismo admite, es solo una proyección y podríamos dudar de que la tecnología llegue tan lejos como él imagina. Pero algunas de las dislocaciones que él considera ya están entre nosotros: el trabajo está desapareciendo para la otrora clase trabajadora, los ricos cada vez se segregan más y se casan entre ellos mismos, y la realidad virtual está reemplazando la intimidad en sus viejas formas.

Lo que me parece más provocador, empero, es que Harari insiste en que al abordar estos problemas, “nada de lo que existe en el presente ofrece ninguna solución” y que las “viejas preguntas” son “irrelevantes” ahora como lo fueron (supuestamente) durante la Revolución Industrial.

Él lanza esto como una crítica a los fundamentalistas religiosos en particular: no solo la nostalgia por el siglo VII del Estado Islámico sino también cualquier movimiento que busque la respuesta a los problemas actuales “en el Corán, en la Biblia”. Esa búsqueda, sostiene, condujo a un callejón sin salida en el siglo XIX, cuando la irrupción religiosa, desde el Oriente Medio hasta China, no logró “resolver los problemas de la industrialización”. Las respuestas a la dislocación de la era industrial emergieron solo cuando a la gente “se le ocurrieron ideas nuevas, no de la Sharía, no de la Biblia, y no de alguna visión”, sino por el estudio de la ciencia y la tecnología.

Este argumento merece destacarse porque creo que mucha gente inteligente lo cree. Y si queremos enfrentarnos aunque sea a la versión modesta de los problemas que vislumbra Harari, necesitamos reconocer dónde se equivoca ese argumento.

Las ideas nuevas, arraigadas en el conocimiento científico, sí ayudaron a que las sociedades atravesaran las turbulencias de la industrialización. Pero los reformistas que dejaron mayor huella -los que trabajaban en los barrios bajos con los desplazados, los que atacaban las crueldades e impulsaban las reformas sociales, los que reconstruían las comunidades después de que éstas se esfumaban en el aire- solían mezclar las innovaciones con compromisos morales y religiosos muy antiguos.

Cuando el progreso tecnológico ayudó a consolidar la esclavitud, el radicalismo religioso de los abolicionistas ayudó a acabar con ella. Cuando el desarrollo industrial desgastó el tejido de la vida cotidiana, el despertar religioso ayudó a reconstruirlo. Cuando el arco de la historia se inclinó hacia la eugenesia, los humanistas religiosos ayudaron a mantener viva la idea de la igualdad.

En general, tendemos a exagerar la piedad de Occidente en los siglos XVIII y XIX; y subestimamos la influencia que tuvieron la movilización y el resurgimiento religioso de mediados del siglo XX en la creación de un Occidente más igualitario.
Y esto no es un fenómeno exclusivo de Occidente. Conforme el mundo en desarrollo ha convergido en prosperidad con Europa y Estados

Unidos, las ideas religiosas antiguas también han recibido nueva vida y están interpretando un papel social tan importante como cualquier perspectiva seglar o científica. Así también en el Oriente Medio podemos apostar que cualquier respuesta que tenga éxito contra el Estado Islámico será asimismo musulmana.

El argumento no es que las ideas tradicionales por sí mismas pueden salvar a las sociedades en transición. En ese camino están el Estado Islámico y la ruina anunciada de incontables regímenes viejos.

Pero el supuesto, muy arraigado entre nuestros intelectuales, de que todo depende de encontrar la alternativa más moderna y “científica” a verdades antiguas se ha puesto a prueba repetidas veces, con resultados básicamente sombríos. Las teorías del siglo XIX que se presentaron como totalmente nuevas y modernas fueron las que devastaron al siglo XX, dejando sueltos por el mundo al fascismo y al marxismo.

Lo anterior hace que la conclusión más provocadora de Harari se sienta como una advertencia no intencional: "En términos de ideas, en términos de religiones", sostiene, "el lugar más interesante del mundo de nuestros tiempos es Silicon Valley, no el Oriente Medio". Es en Silicon Valley donde "se están creando nuevas religiones" -tecno-utópicas, trans-humanistas- y son esas religiones "las que dominarán al mundo".
Quizá tenga razón. Pero si esas nuevas ideas resultan como las que atormentaron al siglo XX, muy pronto podríamos estar tratando de ser rescatados por las ideas viejas.

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