En defensa de la libertad de prensa en los Estados Unidos - Por Charles M. Blow

Una de las misiones de la prensa es exigirle al poder que rinda cuentas; para hacerlo, divulga hechos que quienes están en el poder ocultan.

En defensa de la libertad de prensa en los Estados Unidos - Por Charles  M. Blow
En defensa de la libertad de prensa en los Estados Unidos - Por Charles M. Blow

Los medios no son enemigos del pueblo. El verdadero enemigo del pueblo es la ignorancia (ya sea por no conocer la verdad, dudar o hacer caso omiso de ella).

No es posible vivir en una democracia real sin una prensa desarrollada.

Una de las grandes misiones de la prensa es exigirle al poder que rinda cuentas; para hacerlo, divulga hechos que quienes están en el poder preferirían mantener ocultos. La corrupción depende de la habilidad de ocultar, pues solo se puede exigir la rendición de cuentas si se conocen los hechos.

Los fundadores de los Estados Unidos lo sabían muy bien. También creo que Donald Trump lo sabe, por eso intenta de manera deliberada acabar con esa función.

Una prensa libre y sin temor es el mejor aliado de una nación libre y próspera. Por otro lado, el tipo de presión obstinada y constante que involucra la tarea de divulgar información requiere la existencia de una prensa profesional: personas que puedan vivir y mantener a una familia gracias a su arduo trabajo en busca de la verdad. También debo aclarar que me refiero a la profesión de manera muy libre, desde las noticias por cable hasta YouTube y desde el periódico de una ciudad importante hasta un blog.

A nadie le gustan más las frases pegadizas que a Trump. Le encanta poner etiquetas. Es feliz cuando les pone apodos tontos y burlones a sus enemigos con el propósito de minimizar cualquier debilidad percibida para que nadie la note.

Si se tratara de cualquier otra persona, sería una conducta trivial, una simple ocurrencia. Pero Donald Trump es el presidente.

El púlpito de la intimidación presidencial es igual de poderoso que cualquier medio noticioso, o quizá incluso más, en parte debido a que por lo regular esos medios propagan sus mensajes.

Por lo tanto, sus repetidos ataques en contra de la prensa —incluso en contra de algunos periodistas en particular— se equiparan a la transgresión más grave de los protocolos, y me atrevería a decir que generan responsabilidad constitucional, pues representan una de las muchas pérdidas cuantificables de esta presidencia.

Una encuesta de la Universidad de Quinnipiac dada a conocer la semana pasada reveló que los republicanos dicen, del 49 al 36 por ciento, “que los medios informativos son enemigos del pueblo. Los demás grupos incluidos en la lista, ya sea por partido, género, educación, edad o raza, afirman que los medios son una parte importante de la democracia”.

Trump está transformando un ligero desencanto con la prensa en un arma para erosionarla todavía más.

Parte del desdén que siente Trump hacia los medios se debe a que él mismo ha constatado cómo pueden explotarse su avidez y sus debilidades, pues desde hace tiempo ha orquestado ese tipo de explotación, ya sea sembrando historias falsas o exagerando su riqueza. Trump realmente cree en el concepto de las “noticias falsas” porque se ha dedicado a distribuirlas. Una parte de él cree que algunas fuentes anónimas no existen porque él fue una fuente, pero fingía ser alguien más, así que en realidad no era una fuente.

Aprovecha esa desconfianza y sospecha generalizada para crear dudas sobre noticias legítimas que sabe muy bien que son verdaderas.

No conforme con difamar a la prensa, además la amenaza. Ha vuelto a proponer “examinar de manera crítica” la legislación de Estados Unidos en materia de libelo. Desde hace tiempo ha amenazado con demandar a algunos medios noticiosos, incluido este periódico. Amenazó a Facebook, a Google y a Twitter porque “están en la tablita, así que deben andarse con cuidado”, sea lo que sea que signifique esa advertencia. Incluso amenazó con realizar una investigación federal del programa “Saturday Night Live” por burlarse de él.

Para Trump quizá solo se trate de fanfarronerías y artimañas políticas (no ha demandado a esos medios noticiosos, al menos hasta ahora). El problema es que las amenazas en sí mismas tienen efectos destructivos, pues envenenan la percepción general de la prensa, en particular entre los partidarios de Trump.

Según una encuesta realizada por Axios y Survey Monkey en junio:  “Casi todos los republicanos y los independientes con tendencias republicanas (92%) afirman que los medios noticiosos tradicionales de manera deliberada comunican historias falsas o que se prestan a interpretaciones erróneas, por lo menos en algunas ocasiones”.

Claro que no se trata de un fenómeno exclusivo de Trump. Como señaló un informe elaborado por la Knight Foundation y Gallup en septiembre, “entre 2003 y 2016, el porcentaje de estadounidenses que expresaron una gran confianza o suficiente confianza en los medios informativos bajó del 54 al 32%, aunque se recuperó un poco y subió al 41% en 2017, cuando se restableció la confianza entre los demócratas”.

Un dato todavía más siniestro es que una encuesta realizada por Ipsos en agosto reveló que un gran número de republicanos (el 43%) opinan que “el presidente debería tener facultades para clausurar medios de noticias cuyo comportamiento sea reprochable”.

Mientras más débiles sean los medios, más fuerte será el demagogo. El camino hacia el autoritarismo se abre paso a través de la oscuridad.

Lo cierto es que la táctica de Trump en este caso es aplastar y degradar. Su estrategia ha sido hacer borrosa la línea entre la verdad y las mentiras y agotar nuestra energía para poder discernir la diferencia.

Para Trump, la prensa es una herramienta y un arma que solo utiliza para promover una marca y, por lo tanto, para adquirir dinero y poder.

Entiendo los cuestionamientos que surgen entre el público acerca de la prensa.

Entiendo cuánto daña la confianza pública y la reputación, tanto institucional como profesional, que un medio informativo, o incluso varios, cometan equivocaciones. Comprendo el debate acerca de la apariencia y la presencia del sesgo. También comprendo cuán desconcertante es que los medios dominantes tengan una tarea encomendada por el pueblo, pero las principales empresas de medios sean organizaciones corporativas.

Todo eso me queda claro, pero también sé que el día que permitamos que se intimide a la prensa, perderemos la verdadera libertad.

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