En busca del centro contra los extremos

El diálogo entre el presidente entrante y el saliente la mañana después de las elecciones es una buena señal.

En busca del centro contra los extremos
En busca del centro contra los extremos

Esta semana, después de las elecciones presidenciales y legislativas, la política argentina ha devenido más racional que de costumbre, a diferencia de lo que ocurrió luego de las primarias cuando el presidente Mauricio Macri echó la culpa de la mala reacción de los mercados al triunfo de la oposición. La respuesta de Alberto Fernández fue la de aportar más leña al fuego aumentando el nivel de agresión, tanto de su parte como de muchos de los suyos.

En esta ocasión, en cambio, en vez de extremarse las posiciones, todos se han acercado al tan anhelado centro, con lo cual no sólo los mercados han reaccionado mejor, sino que el inicio de la transición presidencial se está efectuando del modo más atinado posible. En esto, también, la responsabilidad por lo positivo del clima creado, corresponde a ambas partes, oficialismo y oposición.

La tan mentada grieta que divide a los argentinos es producto del encerramiento en las posiciones propias y en llevar las mismas hacia los extremos. De ese modo, nadie  habla demasiado de lo que piensa hacer sino de lo mal que lo hace o lo hará el otro. Si eso se lo extiende al voto popular, se podrá apreciar cómo mucho del mismo no estuvo determinado por lo bueno que veían en el candidato votado, sino por lo malo que evaluaban en el candidato que no querían votar. No se sufragaba a favor de uno, sino en contra de otro. Es muy difícil construir una política civilizada cuando por arriba todos están contra todos y, por debajo, se vota más en contra que a favor.

Hace cuatro años, el traspaso presidencial estuvo en las antípodas de las buenas costumbres y del respeto institucional frente a un evento de tal magnitud. La entonces presidenta saliente se negó, con las excusas más banales, a entregar el bastón de mando al presidente entrante. Luego, ella misma confesaría, en un libro, que no lo entregó porque, de hacerlo, lo hubiera sentido como una rendición. Vale decir, como ceder el mando no a un adversario sino a un enemigo.

Esta vez parece que nada de eso ocurrirá. Fue en sumo grado auspicioso que, a la mañana siguiente del día de elecciones, el presidente de la Nación  recibiera al candidato ganador que en diciembre lo remplazará en su cargo; y que durante el espacio de una hora hayan platicado cordialmente sobre las políticas de Estado y acerca de lo que es necesario intentar hacer para asegurar una transición razonable y sensata. Del mismo modo parece estar actuando la expresidenta hoy devenida en futura vicepresidenta, al aceptar dialogar con la vicepresidenta actual.

Es que así ocurre cada vez que los dirigentes políticos acercan sus posiciones al centro institucional y se alejan de los extremos donde abundan los fundamentalismos y la marginalidad. Son las buenas prácticas que los países desarrollados frecuentan como usos y costumbres ya definitivamente arraigados en sus métodos institucionales.

Ahora sólo basta, y no es en absoluto menos importante, que el respeto por las formas que observamos esta semana para asegurar la debida transición, se lo continúe en las tareas de gobierno. No es necesario renunciar al papel que a cada uno le corresponde, pero sí vale la pena apostar más al diálogo que al conflicto.

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