Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
De toda su larga historia, el peronismo nunca corrió más peligro para su supervivencia que en los años 83-85, cuando por primera vez desde su nacimiento político, fue superado democráticamente en las urnas por un partido de signo distinto. No estuvo tanto a punto de desaparecer por haber perdido las elecciones, sino -principalmente- por su respuesta posterior. Se negó, de hecho, a aceptar la legitimidad del triunfo alfonsinista, se puso en sus antípodas y trató por todos los medios de agredirlo a como diera lugar. La juventud peronista gritaba indignada que “somos la rabia”, expresando la actitud de perro rabioso que había decidido tomar frente al radicalismo triunfante.
Así les fue, en 1985 perdieron peor que en 1983 y muchos se imaginaron la irreversibilidad de su derrota. Fueron, por dos años, de tan ridículamente confrontativos, la oposición más funcional al alfonsinismo. Felizmente para ellos, a partir de allí reaccionaron como se debía reaccionar, con una doble autocrítica: comprender lo que habían hecho mal y comprender lo que había hecho bien el radicalismo. Hasta ese momento venían haciendo lo contrario. Con esta nueva actitud, en 1987 un nuevo peronismo arrasaba en las elecciones y se preparaba para una nueva hegemonía de 25 años.
Estos dos años desde que el macrismo le ganó al peronismo, parecen una réplica de aquellos otros de los 80. La misma actitud de indignación ante el triunfador, la misma rabia y odio, la misma falta de autocrítica, todos los intentos posibles para que cayera (desde propiciar un “Club del Helicóptero” para que le pasara lo mismo que a De la Rúa -en el decir de Fernando Iglesias- hasta el “Macri basura vos sos la dictadura” para quitarle legitimidad democrática). Contra ese peronismo peleará el macrismo en las próximas elecciones de octubre ya que el resto, los que intentan una renovación, son aún demasiado débiles, y en todos los casos demasiado poco renovadores en relación con sus antecesores de los años 80.
Somos la rabia modelo siglo XXI está expresada en las palabras de Hebe de Bonafini quien afirma que Macri directamente mandó asesinar a Santiago Maldonado. O de Cristina Fernández que piensa que si no lo mató directamente Macri, casi seguramente lo hizo su gobierno para meter miedo en la gente. O el exdirector K de la Biblioteca Nacional, Horacio González, quien cree que el macrismo no es dictadura pero tampoco democracia, sino que es un “estado de excepción” donde “las leyes son arrasadas sin que se diga que dejaron de tener vigencia” (algo muy parecido a lo que pensaban los anti K de los K cuando estos gobernaban). Para González, los que intentan algún tipo de renovación como Massa, Randazzo, Urtubey, Pichetto o De la Sota son “sorbetes” chupados por los “vasos esponjosos del macrismo”.
Para González en el caso Maldonado Macri “no investiga sino que siembra pistas falsas”. En fin, al final González se la juega y define al macrismo como una “dictadura capitalista constitucional limitada”. Vaya uno a saber qué querrá decir, pero seguramente nada bueno.
En fin, que con este tipo de opositores el macrismo no necesita defensores. Ni siquiera hacer un gobierno muy bueno, porque el triunfo se lo están dando servido los que creen que Macri llegó al poder por la influencia de los “medios hegemónicos”. O sea, porque la gente es bruta.
Por eso es que aparece como toda una novedad un par de notas escritas por José Natanson, un simpatizante K columnista habitué de Página 12, director además de la edición argentina de Le Monde Diplomatique. Un hombre con indiscutibles diplomas progresistas de izquierda. El mismo ha realizado el más serio intento hasta ahora en indicar qué cosas una renovación en serio del peronismo, de su versión K e incluso del progresismo que apoyó a los populismos latinoamericanos del siglo XX, debería considerar para no abandonar sus ideas pero tampoco el tren de la historia, como parece estar aceleradamente perdiendo.
Empecemos por sus frases más críticas hacia el macrismo: “Macri expresa un neoliberalismo desregulador, aperturista, antiindustrialista y por supuesto socialmente regresivo, pero no privatizador ni antiestatista”. Para culminar con que: “Su discurso lo empuja sin remedio a la derecha del cuadrante ideológico pero es una derecha democrática y renovada que hasta el momento estaba ausente de nuestra escena política”.
O sea, una vez bien aclaradas sus credenciales de izquierda y que no votaría jamás a Macri, Natanson se despacha con las siguientes opiniones que deben de haber indignado a muchos K:
“Se trata de una nueva derecha democrática dispuesta a marcar diferencias económicas con la derecha noventista y socialmente no inclusiva pero sí compasiva....que decidió prolongar el generoso entramado de políticas sociales construido por el kirchnerismo.... Además Macri no rompió el consenso en torno a la universalidad de los servicios públicos ni privatizó ni las escuelas ni los hospitales... Y su decisión de no recortar el gasto público ni recurrir al despido masivo de empleados estatales junto a la promesa de no reestatizar las empresas públicas, marca un contraste con los 90”.
“El macrismo pudo construir la imagen de una administración eficiente y moderada.... Es una fuerza moderna y cosmopolita a la altura de los tiempos... Expresa una alternativa política capaz de conectar con amplios sectores sociales... que se encuentra en el trance de construir una nueva hegemonía”.
Luego explica detalladamente quienes son los soportes sociales del macrismo: los sectores acomodados, la clase media del campo, la clase media urbana y también la clase media baja del conurbano y de las provincias que apuesta al estilo inmigratorio del trabajador meritocrático, más enfocada en el esfuerzo individual o familiar.
A su vez, ya en plena autocrítica K, para Natanson la frase: “Macri, basura, vos sos la dictadura, refleja la incapacidad para comprender la verdadera naturaleza de la criatura política que tiene enfrente”. Y el pecado mayor del kirchnerismo fue que “nunca logró entender cabalmente la mutación experimentada por el campo argentino”, quien se modernizó a través de una revolución silenciosa, siendo el macrismo la representación cabal de ese campo moderno.
Con personas que pensaran así, de sí mismos y de sus adversarios, de un lado y del otro, sería posible empezar a romper grietas y reanudar conversaciones. Podría pensarse en una sociedad con más de una alternativa política para cubrir a todo el pluralismo nacional.
Porque no se trata de renunciar a lo que uno piensa, sino de renunciar a la rabia, de acusar al otro de basura, de cegarse frente a la impotencia de perder y a la intolerancia de espíritu.
Natanson expresa un progresismo que siempre vio con simpatía al kirchnerismo pero que no está dispuesto a dejar arrastrar sus ideas por quien piensa que en la Argentina se perdió el Estado de derecho como en Venezuela. Una rara opinión de Cristina, falaz y ridícula al comparar dos procesos que no tienen absolutamente nada que ver, pero a la vez muy interesante al admitir lo que no admite ninguno de sus amigos: que en Venezuela no hay Estado de Derecho y sí hay presos políticos.
Aunque no haya sido más que para ganar un puñado de votos, no podemos sino coincidir con la opinión que hoy parece tener Cristina de Venezuela. Pero si quiere ganar votos en serio debería leer a simpatizantes suyos como Natanson y dejarse de coquetear con el apocalipsis.