Por primera vez desde que Cambiemos quedó shockeado por la crisis que se inició el año pasado, sus dos principales aliados partidarios se proponen compartir el hacer política, aunque venga disfrazada de un paquete económico que en principio no parece proponer más que aspirinas frente a un grave mal. Por eso la cuestión se debe analizar más desde el punto de vista político que del económico.
Cuando comenzó la crisis que aún sacude los cimientos del gobierno nacional y que tanto ha afectado el vivir de los argentinos, es cuando se debió comenzar a hacer lo que tardíamente se encara ahora. Se debieron privilegiar las decisiones políticas por sobre las medidas económicas que libradas a su propia suerte, parecen conducir a ninguna parte.
Y es que sin una precisa conducción política y sin un definido plan que al menos contemple el mediano plazo, cualquier propuesta económica está destinada a fracasar. La política no garantiza todo, pero sin ella le economía no es nada. Si el plan es malo, fracasará lo mismo aunque lo conduzca Churchill o De Gaulle, pero si es razonablemente factible, fracasará también si alguien no se pone al frente de él para pelear contra los obstáculos “humanos” o “sociales” que generalmente los que provienen de la lógica empresarial no suelen contemplar como tan importantes.
En estas cuestiones, durante este larguísimo año el gobierno ha intentando de todo, y en todo le ha ido mal, cuando no todo lo que se hizo fue malo. Algunos dicen que se ajustó demasiado y que entonces, por aplicar un “neoliberalismo” tan brutal, el país está por explotar. Del lado opuesto otros dicen que no se ajustó casi nada, y que entonces, por seguir con un “kirchnerismo de buenos modales”, el país está por explotar. Pero lo cierto no es tanto ni tan poco.
Con todas las críticas que se le pueda hacer al FMI, los gobiernos a los cuales responde el organismo, le aportaron a la Argentina una cantidad de dinero jamás entregada a otro país, equiparable cuantitativamente con un monto cercano al del Plan Marshall a través del cual los norteamericanos reconstruyeron Alemania e Italia después de la guerra. Y vaya si le pusieron condiciones entonces a los países vencidos, frente a las cuales las impuestas por el FMI a la Argentina son un poroto.
El aumento de tarifas para actualizarlas luego de más de una década irracionalmente subsidiadas, fue fenomenal, no porque no correspondiera, sino porque alteró brutalmente los presupuestos familiares a los cuales en su mayoría no les sobraba nada. Y sin embargo la población lo soportó sin mayores protestas pese a todo lo que le afectó. Y a la desesperación de la oposición más gurka por transformar el enojo en insurrección.
La devaluación devolvió una extraordinaria capacidad al sector externo. Aunque produjo una reducción real de los salarios que fue más que cualquier ajuste de esos que suelen pedir los ortodoxos. Porque en la cultura nacional, los argentinos son capaces de incendiar el país si se les baja nominalmente un peso de sus salarios, si no pregúntenle a Ricardo López Murphy o incluso al mendocino Roberto Iglesias, quienes por proponer bajar un mínimo los salarios en plena crisis de principios de siglo, casi los matan. No obstante, si en vez de aplicar la fórmula “neoliberal”, se aplica la fórmula “peronista” y se les reduce el sueldo a la mitad o más, vía inflación, los argentinos lo toleran con una paciencia que pocas sociedades soportarían.
Sintetizando, el dinero vino (no nos apoyaron los inversionistas pero sí todos los grandes Estados del mundo, lo que tampoco es moco de pavo), las tarifas se normalizaron, la productividad mejoró por la devaluación y se produjo un gran ajuste que en los hechos redujo de modo importante los ingresos de los trabajadores.
Medidas dolorosas y todo lo criticables que se quieran, pero que en un contexto político razonable tienen que dar resultados positivos, porque se adaptaron al precario equilibrio entre lo que es necesario y lo que es posible hacer.
Sin embargo, ese mismo equilibrio debido a las medidas económicas y al apoyo externo, no se alcanzó en política y las negociaciones que durante los dos primeros años de gestión hicieron que Cambiemos no tuviera problemas internos y lograra de un sector importante de la oposición el apoyo suficiente para que le aprobaran las principales leyes, a partir del estallido de la crisis dejó de funcionar. Como si la resolución de la crisis fuera mera cuestión de especialistas en el temas, cuando además no siquiera se sabe quiénes son esos especialistas.
El presidente se encerró en un círculo cerrado que ve a la política tradicional con malos ojos aunque por ahora su reemplazo no pasa por ser más que meras técnicas de marketing. Tanto que el objetivo de esa “nueva política” se centró prioritariamente en cómo renovar el mandato de Macri a pesar de la crisis, un claro objetivo que se supone corresponde a la “vieja política”. En tanto, la acuciante situación económica de coyuntura que sacó a la luz todos los problemas estructurales de país, no encuentra una forma política de resolución porque tampoco se la buscó demasiado. Con esas actitudes, Macri, como era de prever, no logró ninguna de las dos cosas porque hoy está más lejos que hace un año de su probable reelección. Y la falta de traducción política de las medidas económicas le impidió lograr resultados efectivos. No es la política, claro está, la única causa, pero es mucho más importante de lo que la ve el círculo de Macri.
La reunión con los radicales, más allá de la efectividad de las medidas económicas compartidas que se comunicarán esta semana, debería ser el puntapié inicial de un retorno a la negociación política (y no sólo con los radicales), indispensable aún en tiempos electorales, para que cualquier medida pueda lograr el resultado que se espera de ella, pero que por sí sola no lo logrará si alguien no la conduce en una cierta dirección.
Que a pocos meses de los comicios presidenciales los radicales estén amagando con retirarse de la alianza o dividirse en sus apoyos, habla de lo mal que políticamente está todo. Desde el mismo día en que empezó la crisis el presidente Macri debió haber convocado a sus principales socios a cogobernar. Del mismo modo que debe recuperar con los sectores opositores un diálogo básico para resolver al menos la preocupante situación coyuntural. Excepto, claro está, con los que sólo buscaron en estos tres años y medio su caída, pero esos no son todos. Claro que es algo muy difícil de hacer cuando de por medio hay comicios, pero que igual se debe intentar apelando incluso al egoísmo, porque gane quien gane heredará un país difícilmente gobernable si la crisis no encuentra muy pronto algún viso de solución.
Es de esperar que el gobierno encuentre el rumbo político perdido y vuelva a ponerse al frente del país para que el país deje de parecer navegar como un barco sin timón.
La política era -en la Grecia clásica- la búsqueda del bien común a través de la participación de todos los ciudadanos. A eso nos referimos cuando hablamos de política. A la buena política, sea más vieja o más nueva.