Cuando Dan Brown escribió "El código Da Vinci" faltaba mucho para que se cumplieran los 500 años de la muerte de Leonardo. Pero Brown le hizo creer al protagonista de la novela que detrás de los cuadros de Da Vinci se escondían pistas. La trama incluía, además, a otro personaje, el experto en arte Maurizio Seracini, cuya misión era descubrir pinturas ocultas en otras pinturas. No se alejó de la realidad con Seracini, el único personaje de no-ficción de la obra de Brown, que se enteró que estaba allí cuando la leyó.
Maurizio Seracini es, en la vida real, un ingeniero florentino que desde mediados de los '70 busca, a través de métodos científicos, rastros de la pintura mural inconclusa más famosa de Leonardo Da Vinci: "Batalla de Anghiari", un encargo que Leonardo recibió en 1503 y nunca terminó. Se lo había pedido Piero Soderini, el Gonfaloniere de la República Florentina, para decorar una de las paredes del Salone dei Cinquecento del Palazzo Vecchio.
La verdadera batalla, que transcurrió en 1440 en Anghari, un pueblito a 93 kilómetros del Palazzo Vecchio, había sido una de las grandes victorias contra los milaneses de la Florencia republicana. El otro triunfo histórico, la batalla de Cascina, debía ser representado en la pared de enfrente del Salone por Miguel Angel.
Leonardo se tomó su tiempo, bocetó la anatomía de soldados y caballos, hizo estudios preliminares. En 1504 inició el cartón preparatorio y al año siguiente empezó los trabajos en el Palazzo Vecchio. Probó una técnica inspirada en la Historia Naturalis de Plinio El Viejo: óleo, resinas, yeso. Se dice que Leonardo llegó a pintar la parte central de la composición, y que luego la abandonó. Según testimonios de la época, la nueva técnica fue un fracaso. Aseguran que la pintura no se secaba. Que Leonardo y sus ayudantes lo intentaron con fogones encendidos junto al mural. Finalmente Da Vinci abandonó esa pintura y la ciudad.
En 1567, a Cosimo de Medici se le antojó remodelar el Salone dei Cinquecento. Convocó a Giorgio Vasari, artista, admirador y biógrafo de Leonardo. Le pidió que pintara otra batalla, la de Marciano. Vasari cumplió. Con las sucesivas remodelaciones se perdieron los rastros de la mayor obra que Leonardo haya jamás encarado. La Batalla de Anghiari se convirtió, con los siglos, en otro tipo de contienda: política, científica, de egos. Confirmar sus rastros representaría un capital artístico y simbólico inmenso.
La actual directora del Museo del Palazzo Vecchio argumentó una agenda desbordada de compromisos para hablar sobre esta obra de Leonardo. Gabriele Mazzi, director científico del Museo de la Batalla de Anghiari, en cambio, opinó: "Es una obra que se volvió tan famosa que crea confusión. Sobrevivieron las copias pero no el original".
El dibujo más famoso de la Batalla… es el de Rubens, de 1603, que está el Louvre. Algunos hasta lo confunden con la obra original de Leonardo.
Maurizio Seracini, el ingeniero florentino que emigró a Estados Unidos donde dirigió el Center of Interdisciplinary Science for Art, Architecture and Archaeology de la Universidad de California, estuvo al frente, durante años, de la investigación científica.
En 2005 Seracini anunció que "los relevamientos realizados en el Salone dei Cinquecento demuestran que detrás del muro donde Vasari pintó el fresco Batalla de Marciano, hay un pequeño espacio, de entre 10 y 15 milímetros, que podría haber sido dejado por el mismo Vasari para proteger el capolavoro de Leonardo". Otro indicio, menos científico, es un banderín en la pintura de Vasari que dice "cerca trova" ("busca encuentra").
Para el aniversario, el Museo de la Batalla de Anghiari digitalizó las únicas pruebas que hay. "Están los bocetos preparatorios de Leonardo pero no los cartones, que se perdieron -dice su director-. Son bocetos dispersos en Florencia, Venecia, Turín, Londres, Budapest, Oxford y Windsor. Son estudios para la Batalla de Anghiari. Pero esos bocetos no son para la pintura sino para razonar sobre cómo realizarla". No están visibles al público. "Están conservados en las salas de estampas -aclara Mazzi-. Son tinta sobre papel o sanguinas. Están en archivos y se exponen en situaciones excepcionales".
Seracini, sin embargo, convive con la desazón. El Ministerio de Bienes Culturales italiano y el Opificio delle Pietre Dure, encargado de la conservación de las obras, lo acusan de haber dañado el fresco de Vasari en su loco afán de hallar rastros de Da Vinci detrás.
"Hace más de 30 años que llevo adelante métodos no invasivos -dice el profesor-. Ellos (Bienes Culturales) han perforado el fresco de Vasari donde no había pintura, porque se había caído o por grietas del muro. Las perforaciones eran de 6 mm. Por allí yo introduje un endoscopio de 4 mm con una microcámara y pequeñas pinzas que podían llegar a tomar muestras de entre 100 y 200 micrones. Así obtuve muestras de pigmentos".
"Los encontré con mis propias manos. Blanco, rojo y negro. Y luego un beige. Nadie hasta ahora ha podido demostrar que alguien más pintó donde pintó Leonardo antes de que llegara Vasari y cubriera todo. ¿Quién, si no Leonardo, hubiera pintado allí? Esto no quiere decir con certeza que he encontrado la Batalla de Anghiari. Encontré pigmentos donde debería estar pero es un indicio, no una prueba", dice Seracini.
La profecía de Dan Brown se cumplió.