Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Al día siguiente de las PASO, la reina Cristina Fernández le puso un cepo conceptual a su súbdito Daniel Scioli: se lo hizo decir por el príncipe Máximo, quien le advirtió al candidato deportista que no había sacado más puntos por no haberse animado a cristinizar más la campaña. Aterrado, Scioli, sabiendo que si cristinizaba más la campaña estaría más cerca de los treinta puntos que de los cuarenta, decidió seguir como estaba.
Sin cristinizar, pero tampoco sin descristinizar, o sea sin definirse, como hizo siempre en su vida. Otra vez se asustó, se puso nervioso y, confundido, apenas ganó las PASO se fue estúpidamente a Italia con una provincia inundada. Fue luego a proclamar el triunfador de Tucumán habiendo sido advertido de las transfugueadas con las que el peronismo se preparaba para imponerse en esa provincia devenida feudo.
Y por sobre todo demostró una cobardía al cuete al no atreverse a participar en un debate en el que la única posibilidad de perderlo era no asistir al mismo. El resto del tiempo repitió sin convicción un discurso que no sólo no cree sino que no tiene nada que ver con él.
Únicamente se trató de diferenciar de los ultraK con gestos, como sacarse una foto con el embajador de EEUU o mandar a uno de los suyos a insinuar negociaciones con los holdouts, sugiriendo indicios de una política internacional más tirando a Occidente, versus el orientalismo delirante que practica Cristina sin que hasta ahora el mundo se haya dado felizmente cuenta.
Ese Scioli que hablaba para seducir a los seducidos y que apenas lanzaba guiñadas tímidas y temerosas hacia los independientes que podrían votarlo, recibió el castigo electoral en esta primera vuelta. Que es lo que se mereció por ser timorato, por no animarse a hacer lo que debía hacer en vez de repetir un sketch que le pusieron de afuera para manejarlo como el títere que querían que fuera. Y que hasta ahora viene demostrando ser.
Sin embargo, aunque escribamos mil páginas con los errores y vacilaciones del candidato oficialista, todos juntos no serían nada en comparación con los delirios que impulsó Cristina Fernández para que este resultado frustrante para el oficialismo fuera posible. Condicionó todas las listas provinciales con impresentables chupamedias suyos. Impuso un vicepresidente que expresaba lo peor de su gobierno: el conspiracionismo ideológico, el intento de cambiar la arquitectura institucional de la República por un autoritarismo qualunquista, etc., etc.
Pero fue tanta su desesperación por condicionar al pobre de Scioli que en un acto de magno atrevimiento (por no decir de absoluta estupidez, para colmo intencionado y maquiavélico) impuso como opción electoral para la provincia de Buenos Aires al peor candidato posible que el peronismo tiene no sólo en la Argentina sino en el universo.
A un Herminio Iglesias resucitado y superado que todos los días, al decir insultantes pavadas desde su atril de jefe de gabinete, quemaba mil cajones de muertos por vez. Pero claro, había que tener un territorio propio desde donde librar la guerra contra Scioli en el caso de que éste se sublevara, o al menos para mantenerlo amenazado al timorato. Y para eso pusieron a un killer en la provincia mayor, alguien que logró aterrar hasta al mismísimo Papa.
Por eso no caben dudas, Cristina fue la presidenta de la derrota y tuvo en Aníbal al mariscal de su derrota. Es cierto que hubo corte de boleta, pero más que eso el pelotazo en contra del Aníbal arrastró a todos hacia abajo. De cuánto lo hundió en Buenos Aires a Daniel Scioli es algo que nunca se podrá saber con exactitud, pero lo cierto es que no sólo privó al oficialismo de quedarse con la gran provincia, sino que puso en serio riesgo la Presidencia de la Nación.
Pero claro, la culpa no es del chancho sino de quien le da de comer. En ese sentido, que Aníbal no se mire al espejo y no sepa cómo es y cómo lo ve el país no es el principal problema, sino de quienes le permitieron llegar a ese lugar. Sólo gente con capacidad destructiva sin límites pudo arriesgar la Presidencia del país para ponerle a Scioli un cepo con la cara del Aníbal. Eso es propio de suicidas. Es no haber aprendido nada de la historia. O más simplemente, creer que el pueblo es estúpido.
Raro en el peronismo -que de eso sabe bastante- que haya decidido copiar al peor peronismo electoral, al del 83. Y que por ende haya puesto a Macri a pocos pasos de repetir el batacazo de Alfonsín en ese entonces. Aunque éste aún no haya mostrado el temple que mostró el radical en los 80. Personalidad que deberá desplegar con todo en los próximos días para luchar contra un peronismo que sigue siendo poderosísimo en gran parte del país.
Aunque también es cierto que Macri cuenta a su favor con que este PJ no se privó de mostrar sus peores facetas, en particular durante esta terrible segunda presidencia de Cristina Fernández, cuando intentó cambiar un país por otro peor sin haberlo, felizmente, logrado. Nos quiso hacer Venezuela pero la sociedad se lo impidió, aunque a la vez -debido a esa ridícula pretensión- hoy la Argentina es mucho menos de lo que pudo haber sido.
Por lo tanto, sumando y restando la responsabilidad de cada uno de los principales protagonistas del oficialismo, casi se podría decir con certeza que así como en 2011 el triunfo de Cristina pertenece a su único y exclusivo mérito, ahora en la eventualidad de una derrota del oficialismo en la segunda vuelta también toda la responsabilidad será enteramente de ella. Que es lo que pasa cuando todo se centraliza hasta el nivel de convertir a los propios adherentes en meros zombies sujetos a la sola voluntad del amo o la ama.
Mauricio Macri, por su parte, demostró que su estrategia política inicial no estaba equivocada, pero sin embargo -más allá de eso- tuvo la capacidad de ir (sobre todo en la parte final, cuando dejó de lado su soberbia inicial) adecuándose pragmáticamente a las circunstancias.
Demostró, quizá pensando en la segunda vuelta pero también en la primera, que no era todo lo gorila que los más extremos de los suyos querían que fuera, mientras que a la vez no cejó en su actitud de presentarse como una opción al peronismo gobernante que no fuera una alianza con otra porción del peronismo.
A la vista de los resultados, encontró el justo límite porque mejoró su performance de las PASO y queda, en principio, con más posibilidades de sumar votos para el balotaje que Scioli, el cual si no cambia de discurso y muchas otras cosas más, ya encontró su techo... pero aún no su piso.
Córdoba demuestra lo que estamos diciendo. Una provincia donde gana el peronismo para la gobernación pero que es muy antikirchnerista no dudó en votar masivamente por Macri, a pesar de que su gobernador apoyaba a Massa. Eso fue porque los cordobeses tenían más interés en ganarle al Frente para la Victoria que en preocuparse por si el votado para ello fuera más o menos peronista.
Desde esta perspectiva, deben existir bastantes votos pro-peronistas no kirchneristas en el resto del país que hasta ayer dudaban de Macri, pero que ahora, con el viento a favor, pueden inclinarse a votarlo, optando más por el cambio que por su ideología.
Buenos Aires es un caso aparte, así como el peronismo mostró al peor de sus cuadros políticos como candidato a gobernador de la provincia, Cambiemos puso a quien se convirtió en la estrella de esta elección, a un cuadrazo que se supo conquistar con su bonhomía y su perseverancia al electorado más peronista del país.
Un electorado que, sin embargo, si se lo convoca con alguna propuesta superadora (o si se enoja porque lo tratan de estúpido) puede darle enormes dolores de cabeza al oficialismo como ocurrió en las elecciones legislativas de 2009 y 2013. Y ahora más que dolor de cabeza, le provocó al gobierno una catástrofe.
En fin, que los resultados son tan contundentes y sorpresivos, tan poco relacionados con todas las encuestas que no previeron nada de esto, que el camino hacia el balotaje será como barajar y dar todo de nuevo. Ha cambiado el clima, han cambiado las perspectivas, ha cambiado todo.
En particular para Scioli, que si sigue su sendero aceptando como jefa de campaña a Cristina Fernández va directo al muere. La reina debería tomarse vacaciones y asilarse en su lugar en el mundo donde parece que ganó su cuñada. Mientras que seguramente Macri seguirá con Durán Barba que por estos momentos debe estar riéndose a carcajadas de los que se burlaron del gurú.