A lo largo de nuestra vida política, el fraude fue moneda corriente. Durante décadas los comicios constituyeron verdaderos enfrentamientos armados que terminaban de modo sangriento donde ganaba siempre quien más violencia había ejercido. Aunque desde 1863 una ley nacional regulaba las elecciones, nadie la respetaba.
Si bien Mitre llegó al poder de este modo -como harían todos los primeros presidentes- acusó de fraude a Nicolás Avellaneda y se levantó en armas. Sarmiento lo abatió con su pluma karateca, a través de una carta publicada por el diario "La Tribuna". En la misma se burló de su trayectoria, lo trató de tibio por no escribir cosas como "Facundo" y dijo que de Chile -lugar donde ambos se exiliaron durante un tiempo- trajo varias malas costumbres, como la de falsificar votos. Además, señaló que después de la Batalla de Caseros el ascendió a Coronel porque en realidad ascendieron a todos y que durante la elección en la que triunfó, había organizado "la multiplicación de los votos, como los siete panes y los cinco pescados", cuyos cestos guardó para elecciones futuras; lo describió como un corrupto y llamó "gato escaldado en Cepeda", por último, ninguneó su movimiento revolucionario.
Durante mucho tiempo las votaciones se realizaron en parroquias y algunos militantes esperaban con rifles sobre los tejados para eliminar oponentes. La policía, en lugar de custodiar obligaba a fuerza de amenazas a votar al candidato oficial. Esta situación era aceptada socialmente, al punto de que la prensa lo reflejaba con total resignación. Hacia 1900 la famosa revista "Caras y Caretas" señaló con ironía:
"Insulsas, desanimadas, soñolientas y aburridas resultaron las elecciones del domingo (...). Los atrios no olían a pólvora, sino a fastidio (...). A pesar de ello, el fraude fue superior al de años anteriores. Es un progreso quede debe tenerse en cuenta: 16.618 votantes figuraron e hicieron triunfar a los candidatos del acuerdo. La gente echaba de menos melancólicamente los buenos tiempos en que se andaba a balazos, y el que más y el que menos sentíase con vocación de sangrador en los atrios".
La frase estrella era "el oficialismo sostiene al fraude y el fraude sostiene al oficialismo". Esta situación se replicaba en toda la república, constituyendo una maquinaria dolosa aceitada y perfeccionada comicios tras comicios. Por entonces sólo nos queda observar con esperanza a países como Inglaterra. La citada revista escribió en 1906: "(...) oportunas enseñanzas nos brinda el espectáculo de las elecciones que acaban de efectuarse en el Reino Unido. Allí no se habla de fraude. No se menciona la compra de libretas como un medio de propaganda ni la corrupción como una garantía de éxito. Allí el partido en el poder no acude a la fuerza armada para conservarlo ni piensa en otras clases de "matufia", menos sangrientas, para impedir la libre emisión del libre voto. El único medio de que disponen los bandos rivales para conseguir el triunfo consiste primero en la elaboración de un programa definido, amplio y leal. Esta es la base. Después, como recursos de táctica, se buscan candidatos populares o por lo menos simpáticos...".
Años tardaríamos los argentinos en lograr un sistema electoral que, aún con sus fallas, garantiza elecciones transparentes y respeta al ciudadano. Por eso hoy es uno de esos días en los que el pasado invita a valorar el presente.