Ni vencedores ni vencidos. Un punto para cada uno y a casa. Sí. El derby quedó sin dueño y las cargadas en el barrio quedarán para otra ocasión.
Claro que las caras fueron muy distintas cuando el empate estaba juzgado en calle Vergara. El Cruzado se fue con una mueca grande de bronca por la oportunidad perdida, ante su gente y el Cele con una sonrisa de oreja a oreja porque sabe que el punto fuera de casa le sirve mucho.
¿Por qué a Maipú no le cierra el resultado y Gutiérrez lo saboreó al máximo?
Ya se sabe que los clásicos no se deben perder, y ambos equipos lo tenían claro. Así se vivió en la semana y lo dejaron en evidencia cuando pisaron el terreno de juego.
Cada uno con su libreto, cada uno con sus armas futbolísticas, expusieron lo mejor que tenían para quedarse con el encuentro.
Ya el peso de ser local puso al elenco de Sergio Scivoletto con la firme obligación de conseguir los tres puntos frente al archi rival de toda la vida. El mensaje de las tribunas fue explosivo: había que ganar o ganar.
Para Gutiérrez estaba escrito que un empate no le caía mal de ninguna manera, pensando que visitaba una cancha muy complicada cumplida ya la fecha libre. El discurso en tierra celeste se mantenía: hay que sumar como sea.
Y analizando cómo se dio el desarrollo del encuentro, se entiende el enojo del DT Cruzado y de sus hombres.
Aun sin marcar una gran supremacía en el juego, Maipú llevó las riendas cortas desde el principio. A la visita le costó acomodarse y siempre la sensación era que el local estaba más cerca de ponerse arriba.
La impresión se hizo realidad cuando Nicolás Gatto puso la cabeza a un hermoso centro-asistencia de Gordillo y estableció algo de justicia.
A partir de ahí comenzó el show de Martínez Gullota, tapando el primer mano a mano del partido ante el propio goleador.
Gutiérrez lució desconectado y lejos de la intensidad que pretende el Cachorro Abaurre. Muy lejos del conjunto que superó con autoridad a Sportivo Belgrano de San Francisco.
Si quería ponerse en partido, el Cele necesitaba una marca más. Otra chispa de mitad hacia adelante.
El DT hizo la misma lectura, mandó a la cancha al explosivo Navarrete y acomodó el equipo para que Arce no se sintiera solo en la generación de fútbol. Y acertó, porque el delantero marcó el empate y fue clave en la levantada colectiva.
La efectividad arriba se sostuvo atrás con un arquero de jerarquía que ahogó el grito a Gatto y Vuanello, celebrando así una igualdad que le cayó como anillo al dedo.
Maipú tuvo sus chances importantes y pudo liquidar la historia, pero dejó pasar el momento y lo terminó pagando muy caro. Por eso se entiende la desazón.
Al final, el departamento quedó en paz.