La última fecha del Festival Únicos 2019 trajo aparejada una grata sorpresa y fue la de ver al Teatro Colón prácticamente lleno de bote a bote, con un público ávido por presenciar el regreso de la legendaria y querida Trova Rosarina a Buenos Aires.
La Trova es un desafiante ómnibus musical que se gestó con los últimos estertores de la dictadura militar y que sirvió de nexo entre el rock progresivo y duro de los años 70 y lo que luego conoceríamos como "pop moderno".
El Teatro Lavardén y el Café de La Flor, en Rosario, fueron los muros contenedores de aquella emergente escena local, desde donde saldrían disparados, hacia 1981, grandes compositores y letristas, entre ellos nada menos que Juan Carlos Baglietto, Fito Páez y Lalo de Los Santos.
Pero el sábado pasado por la noche, treinta y ocho años después de ese estallido que llevó a nuestro rock a pasearse por escenarios de toda America, el Alto Mando de la Trova se encontraba más unido que nunca, sobre las tablas y mas aún en el corazón de un ardiente auditorio.
Y como si eso no fuese suficiente allí estaba, sentado en la platea y disfrutando como un amigo más, el Gran General del rock argentino (y de Rosario en particular), el señor Litto Nebbia.
Comandados por la voz y la presencia de un intacto Baglietto, sus compañeros de otrora, Silvina Garré, Fabián Gallardo, Adrián Abonizio, Rubén Goldín y Jorge Fandermole (todos ellos en perfecta forma tanto física como vocal) salieron al ruedo poniendo en claro las reglas desde un principio. Allí no se perdía el tiempo.
El arranque fue con Era en abril y el sexteto de voces se repartió estrofas y estribillos como si aquella emblemática canción hubiese sido escrita unos minutos antes, camarines adentro, y saliese a la luz recién ahora con una frescura inusitada. Lo que menos hubo en el Colón fue nostalgia, aunque sería muy justo decir que quienes fueron a buscarla no salieron decepcionados.
Sin embargo, el poder de la poesía y las melodías de temas como Carrusel, Basura en colores, Valeriana, La vida es una moneda o Yo vengo a ofrecer mi corazón trascendieron muy dignamente las décadas e hicieron de estas nuevas relecturas grupales unas versiones absolutamente deleitables.
Promediando el show la orquesta sinfónica del Colón, dirigida por el maestro Gerardo Gardelini, le aportó algunos interesantes arreglos a clásicos como La Bruja y el ogro, Los días por vivir, Mirtha de regreso y finalmente también al esperado himno de la noche, El témpano. Secundados por un sólido grupo de músicos profesionales que manejaron con maestría y soltura instrumentos como teclados, acordeón, batería, percusión, guitarra y contrabajo, los rosarinos pusieron a cantar a todo el teatro.
Y aunque algunos importantes desajustes de sonido limitaron bastante el brillo de algunos pasajes (Baglietto resultó uno de los más perjudicados con esta circunstancia inesperada) a la gente pareció no importarle, priorizan do la pasión por sobre la fallida tecnología. Durante toda la noche las guitarras de Goldín y Fabián Gallardo le pusieron garra y músculo a las nuevas versiones.
Y el propio Baglietto se colgó una Les Paul enchufada a bruta pedalera para darse el lujo de meter algunos solos con refinado buen gusto. Silvina Garré, al estilo de una moderna y rubia Circe, hechizó con su perfecta afinación y puso el colorido de su voz particular (que no se ha desgastado en nada con el paso del tiempo) al servicio del trabajo en conjunto. Abonizio y Fandermole, ubicados uno en cada punta del regresado sexteto, aportaron variedad y madurez a cada una de las estrofas cantadas y también un dejo de picardía sobre el escenario.
La Trova Rosarina, con las lógicas ausencias de Fito Páez (de gira por España, Inglaterra y Paraguay) y de Lalo De los Santos (fallecido el 25 de marzo de 2001) logró nuevamente lo que ya habían conseguido en la apertura del Festival de Cosquín de este mismo año: que la gente salga preguntando cuándo será su próximo show.