A fines del siglo XIX el mundo comenzó a cambiar vertiginosamente. En este mar de nuevas ideas y consecuentes luchas surgió la Unión Cívica Radical. De hecho, el histórico partido celebró hace algunos días sus casi 13 décadas de existencia.
Como cada año los nombres de Leandro Alem y su sobrino, Hipólito Yrigoyen, inundaron las redes sociales reivindicando aquel radicalismo originario. Pero más allá de la importancia innegable que tuvieron, es relevante señalar que fueron la parte más visible de un movimiento que incluyó a miles de hombres y mujeres desde el comienzo. Dentro de los cuales hallamos a Elvira Rawson.
En 1890 durante la Revolución del Parque, Elvira -militante ya de la Unión Cívica- atendió a numerosos heridos de ambos bandos en el Hospital Rivadavia. Su afán por salvar vidas la llevó más allá. Decidió asistir a las víctimas en calles. Se le advirtió de inmediato que no lo hiciera, los revolucionarios eran enemigos del gobierno. Ella respondió que el Estado -y por ende cualquier hospital público-, era de todos los argentinos no del gobierno.
Como respuesta le impidieron utilizar la ambulancia, desatando los caballos de la misma.
Elvira los observó con desprecio, colocó sobre uno de sus brazos la faja con la cruz roja y salió resuelta la calle. No había llegado a este mundo para obedecer a obsecuentes. En medio de la lucha fratricida asistió a los que más pudo, sin preguntar de qué afiliación política eran. Esta acción le valió el reconocimiento del mismo Alem quién le entregó un pergamino y un reloj de oro.
Hija del Coronel Juan de Dios Rawson, estaba emparentada por vía materna con el Deán Funes. Nació el 19 de abril de 1867 en Buenos Aires, pero vivió en Mendoza desde los seis años, recibiéndose aquí de maestra. Su familia perteneció a la élite y esperó de ella la docilidad presente en muchas. Pero aquello no sucedió, la Rawson era radical en todo el sentido de la palabra.
Cuando en 1885 decidió estudiar medicina sus padres se opusieron y la desheredaron. Eso no la detuvo. Buscó un trabajo como maestra en Buenos Aires y costeó así sus estudios. Fue una de las primeras mujeres con título universitario y la segunda médica de nuestro país.
En 1910 contrajo nupcias con el también médico Manuel Dellepiane y tuvieron siete hijos.
Consideraba que "Ningún problema social puede ser indiferente a la mujer". Siguiendo este ideal fundó a principios de 1919 la "Asociación Pro-Derechos de la Mujer". A través de dicha institución buscó garantizar derechos civiles, políticos, y económicos para el género femenino. Solicitó, por ejemplo, que se diese cabida a la mujer en los cargos públicos. Además, como señaló ella misma, deseaban "la creación de tribunales especiales para causas de menores delincuentes y abandonados, así como en las cárceles y correccionales de mujeres; trabajar porque se dicten leyes de protección al niño, leyes que permitan la investigación de la paternidad y de la maternidad, es decir, la filiación natural amplia; pedir que a igual trabajo sea concedido igual salario, pues hasta hoy la mujer trabaja tanto o más que el hombre y gana menos".
A pesar de su aguerrido carácter, Rawson trabajó desde la comprensión y no buscó confrontar sino construir. "¿No teme a la oposición que ha de hacerle el elemento conservador?" le consultó un periodista en 1919. Su respuesta fue contudente: "Ya he pensado en ese asunto, pero no me intimida. Habrá disparidad de pareceres, porque hay disparidad de vida. ¿Por qué quiere usted que piense lo mismo que nosotras la dama que vive en suntuosa morada, que duerme en lecho espléndido, que tiene una comida apetitosa, que viste sedas y que sus hijos sanos y bien trajeados gastan juguetes costosos, con cuyo valor se podrían vestir a varios niños indigentes? Frente a ella tenemos el espectáculo de una pobre que habita en la miseria (...) que duerme con sus hijos en una promiscuidad que aterra. Esta nos acompaña porque sufre y lucha, como también está con nosotras la mujer intelectual que piensa y se afana por conquistar un puesto digno en la vida".
Elvira dejó este mundo en 1954, enfrentando a la muerte con la misma valentía que mostró en su vida.