Elogio de la grieta - Por Leonardo Oliva

Batallas dialécticas se han dado y se siguen dando tanto en la política como en la ciencia y en el deporte, sin necesidad de salir del grupo

Elogio de la grieta - Por Leonardo Oliva
Elogio de la grieta - Por Leonardo Oliva

En mi grupo de Whatsapp de amigos de la infancia, esos tipos con los que compartiste la niñez pero olvidaste en la adolescencia y recuperaste en la madurez, la tan mentada grieta viene haciendo estragos. Aunque ya bajó la espuma, no hace mucho, en los días de fragor electoral entre Albertos y Mauricios, hubo mensajes que bombardearon mi pantalla interrumpiendo la monotonía de la siesta, la hiperactividad de un día laboral y hasta un capítulo de alguna saga nocturna de Netflix.

Cuando de las chicanas como “choriplanero “ y “Gato”, y de las estocadas como “la Kretina” y “el Gangoso”, el asunto pasó a “salí de acá estafador y racista “ o “sos un impresentable K”, la conversación siempre hilarante y hasta delirante se puso espesa. De la lluvia de memes pasamos a la tormenta de insultos. Y la batalla verbal, como en todo grupo de Whatsapp, se cobró sus víctimas: “Huevo salió”, “Ale salió”.

Así nos hemos acostumbrado a resolver los asuntos hoy: gritándole al otro en mayúsculas y después pegando el portazo con el dedo en la pantalla. ¿Por culpa de quién? “De la grieta”, responden todos a coro. ¿De verdad los argentinos vamos a proyectar nuestra dificultad para soportar la diferencia en una imaginaria línea divisoria que el malo de turno (la Kretina, el Miauri) trazó para dividirnos de manera irreconciliable?

Ni siquiera podemos dar ciudadanía argentina a la grieta. Ahí tienen a los vecinos uruguayos, que el domingo fueron a votar a presidente y todavía no se han puesto de acuerdo quién ganó de tan divididos que quedaron los votos. En Chile, en Brasil, en Ecuador, en Bolivia hay grietas rozagantes y cada vez más abiertas. En Estados Unidos, el bueno/malo de Trump viene separando aguas desde hace tres años, como un Moisés del capitalismo más salvaje.

¿Entonces la grieta se puso de moda? No, para nada. ¿Acaso no estuvo la Argentina dividida en unitarios y federales, en liberales y conservadores, en peronistas y radicales? La Guerra Fría, ¿no fue precisamente eso, una grieta enorme que partió al planeta? Grietas eran las de antes, podría aducir alguien que, leyendo esta columna, recuerde cuando una bala destinada al senador Lisandro de la Torre acabó con la vida de su colega Enzo Bordabehere en pleno Congreso de la Nación y en plena Década Infame.

Grieta hubo entre los hombres primitivos que querían seguir de vida nómada cazando y recolectando, y los que querían asentarse en un territorio y cultivar sus alimentos.

La hubo entre católicos y protestantes, entre monárquicos y republicanos, entre marxistas y capitalistas. También    entre Edison y Tesla, Gates y Jobs, Senna y Prost, Maradona y Pelé... Y hasta Tom y Jerry siguen jugando al gato y el ratón sin reconciliarse ni un segundo.

Es decir, batallas dialécticas se han dado y se siguen dando tanto en la política como en la ciencia y en el deporte, pero también en cada aspecto de nuestra existencia, sin necesidad de “salir del grupo”.

El problema entonces no es que haya una grieta, porque siempre la hubo. Lo grave es cuando la profundizamos alejándonos hacia sus extremos en vez de acercarnos a su centro.

Allí, bien cerquita de esa fosa que parece insalvable, está la solución. No hay siguiera necesidad de saltar al otro lado, porque el que está allá enfrente me escucha sin que le grite. En esta posición, sólo tenemos que hacer fluir la conversación en minúsculas, haciendo uso y abuso de eso que llamamos democracia y que tanto en el Whatsapp como fuera de él parece estar cada vez menos de moda.

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