El linaje es tan novelesco que no ponerlo aquí sería una picardía: Elena Poniatowska recibió, al nacer, el título de princesa Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor, hija del príncipe Jean Joseph Evremond Sperry Poniatowski, descendiente de la familia del último rey de Polonia, Estanislao II Poniatowski, y de María de los Dolores (Paula) Amor de Yturbe. Como ya saben, pues, la familia de la princesa Elena llegó a México y ella, pequeña aún, marchó a estudiar a Estados Unidos.
Al regresar, eligió el periodismo para rescatar, sobre todo, historias de mujeres aguerridas. Tan pronto como pudo aprendió la lengua y comenzó a rebelarse contra lo que el mandato de esa estirpe monárquica reivindicaba para una adolescente aristocrática.
Y más tarde, su recorrido literario tomaría figuras como la fotógrafa italiana Tina Modotti o casos como el de la lavandera Josefina Bórquez ( quien luchó en la revolución mexicana junto a Pancho Villa) para dejar sentado que era capaz de hacer novela testimonial desde esta perspectiva en un país estereotipadamente machista.
“Hasta no verte Jesús mío”, junto con “La noche de Tlatelolco”, finalmente le dieron a Poniatowska el reconocimiento internacional.
A pesar de que Elena pisó México a los ocho años, ya conocía la marca del exilio y también la huella de la infancia imperial. Su padre era el príncipe heredero de Polonia y su madre pertenecía a una familia porfiriana que había huido a Francia luego de la Revolución Mexicana. Elena nació en París y la Segunda Guerra Mundial hizo que la familia migrara a la tierra azteca.
Su infancia se parece a las películas de Sofía Coppola: Elena fue criada por una institutriz y apenas si conoció de cerca a sus padres. La soledad de la niñez desarrolló en ella una capacidad para observar el mundo con la agudeza de quienes saben que deberán aprender solos.
Puede que mucho de su autobiografía se haya filtrado en su novela “Leonora” (donde se propuso narrar la vida de Leonora Carrington): el aislamiento y la despersonalización, el gusto por las sutilezas.
“Leonora nunca sacrificó su ser verdadero a lo que la sociedad convencional esperaba de ella, nunca aceptó el molde en el que nos cuelan a todos, nunca dejó de ser ella, escogió vivir en un estado creativo que hoy nos exalta y nos llena de admiración. Leonora Carrington nunca cedió, jamás le importaron las apariencias, nunca guardó la fachada”, comentó Elena.
Es claro que lo mejor de su narrativa explora la situación de la mujer dentro del campo del arte, la guerra, el amor.
Así como en “La piel del cielo”, Poniatowska se aventura en la experiencia de un astrónomo y su observación del Universo, en su perfil de periodista (de “preguntona”, como suele decir) nunca evadió el compromiso literario y político. Desde finales de los ‘50, el periodismo le hizo abrir las puertas del palacio de cristal y meterse (curiosidad mediante) en los barrios y las cárceles. No es gratuito que su biógrafo, Michael K. Schuessler, la considere LA escritora de la literatura testimonial en México.
“Igual que dijo (Gabriel) García Márquez ‘Yo escribo para que me quieran’, eso hace mucho tiempo, yo creo que escribo porque es mi manera de estar sobre la tierra, de justificar mi presencia”, definió la autora al recibir las felicitaciones por el Premio Cervantes. Y sostuvo: "escribir también fue una forma de participación". O sea, una forma de lucha.
"He tratado con los libros y con el periodismo en que se llegue a un México donde los jóvenes tengan oportunidades. A mí me preocupa muchísimo que se vayan a perder generaciones de jóvenes", apuntó Poniatowska, quien se convirtió en la cuarta mujer que recibe el Premio Cervantes en los 38 años de vida que tiene el galardón.
Entre el cielo y la tierra
El Grillito cantor era un personaje mexicano que soltaba canciones para chaparritos. En una de ellas entonaba: ‘allá en la fuente había un chorrito, se hacía grande, se hacía chiquito’. Así, tal cual, es la idea que Poniatowska tiene del éxito. Por eso se lo toma con sonrisa y humildad.
Hay una escena genial en “Tinísima”. En esa novela, John Cowper Powys, quien más adelante será el poeta laureado de la Gran Bretaña, desafía a Tina con una pregunta complicada:
-La masturbación es un gesto ritual privado y político, ¿no lo crees, Tina?
Tina busca su respuesta. Tiene que estar a la altura. Dio, qué digo. Le da una larga chupada a su cigarro y echa el humo lentamente para que la encubra.
-Yo estoy más allá del bien y del mal. Nací antes del pecado original.
Ahí está el gesto. Esa aparente inocencia que remata en estocada.
A los 81 años, la noticia del premio la sorprendió en medio de la nueva publicación que prepara: una biografía sobre su esposo fallecido en 1988, Guillermo Haro, un astrónomo . "Yo espero que él me lo esté enviando porque él está cerca del cielo. Y supongo que sacar un premio como éste pues es un regalo del cielo", suspiró.
A él se debe uno de los descubrimientos más fascinantes de la Astronomía moderna: en 1949, utilizando la Cámara Schmidt del observatorio de Tonanzintla (Puebla) Guillermo Haro descubrió, junto con su colega estadounidense George Herbig, los llamados Objetos H-H (iniciales de los apellidos de ambos), un tipo de nebulosas que resultaban toda una novedad para la Astronomía mundial de esa época.
Como su pareja, Haro demostró que no sólo se ocupaba de las cosas del espacio exterior, sino también de los problemas terrenales, sociales, los derechos humanos y sus implicaciones políticas.
A ella, el galardón a las letras hispanas le fue otorgado por su "brillante trayectoria" y su "compromiso con la historia contemporánea", según destacó el Ministerio de Cultura de España. "Creo que escribo porque es mi manera de estar sobre la tierra, de justificar mi presencia", dijo.
El que aprende a contar nunca está solo, advertía el Gallito cantor. Y, canción mediante, Elena nos invita una vez más a sumirnos en el Universo. Es una princesa, claro, pero de esas que les gusta oír las voces del pantano. De esas que se confiesan secretos o comparten historias a la hora de la siesta o cuando desaparecen las últimas luces. Pero en ella se puede reconocer a todos los que disfrutan del narrar, ya sea historias inventadas o reales.