Estos han sido días emocionantes para aquellos que disfrutan de ponderar si existe tal cosa como una elección unitalla, ya sea si la democracia, en otras palabras, es o no indivisible.
Estuvo, por vez primera, la votación presidencial en Egipto, elecciones formadas sobre la premisa de que el resultado -la elección del Gral. Abdel-Fattah el-Sissi- era una conclusión inevitable. Eso llegó justo después de que la elección en Ucrania pusiera a prueba la idea de que el sufragio no necesitaba ser totalmente universal si parte de la población está enfrascada en una insurgencia.
Combinando ambas, los sirios votaron en una elección enfocada a darle al presidente Bashar Assad un tercer mandato de siete años y, a ojos de sus partidarios, legitimidad para dictar el futuro del país.
Después estaba Europa. Electores de los 28 estados que forman parte de la UE depositaron votos el mes pasado para el Parlamento Europeo y dieron enorme impulso a rebeldes populistas que claman por el cambio. Pero, a los pocos días, los líderes del bloque al parecer habían regresado a un estilo más familiar, sus energías concentradas en si un ex primer ministro de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker, debería convertirse en el nuevo jefe de la Comisión Europea, el todopoderoso ejecutivo central de la UE.
No se pedirá a la opinión popular que tome esa decisión; es probable que se reduzca a negociaciones a puerta cerrada entre figuras como la canciller de Alemania, Ángela Merkel (a favor de Juncker) y el primer ministro del Reino Unido, David Cameron (contrario a Juncker).
Tomado en conjunto, la cuestión que sobresalía era saber si, con matices diferentes, las elecciones no son tanto tótems de la democracia como su tendón de Aquiles.
Todo parece indicar que cualquiera puede celebrar elecciones, y la lista de países que lo han hecho rodea el mundo, de Zimbabue a Kazajistán. Sin embargo en dictaduras, las elecciones no son tanto el fruto de la democracia como el emblema de su perversión; el acto de votar solo tiene el propósito de crear una quimera de legitimidad, no lo que Abraham Lincoln llamó el “gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”.
“Las elecciones son un componente necesario pero no una condición suficiente para la democracia; o más específicamente, una democracia liberal”, dijo Hisham Melhem, prominente periodista por el canal de noticias en árabe, Al Arabiya. “Una democracia moderna no puede existir sin elecciones libres, justas y transparentes; pero las solas elecciones no constituyen una democracia”.
Quizá la imagen más reveladora por sí sola desde Damasco, el martes, fue una secuencia de televisión que mostraba a Assad y su esposa, Asma, posando para las cámaras en una casilla electoral. Momentos como ese forman parte del ritual electoral en todas partes: el líder hace una pausa y sonríe, con la boleta electoral pasando por el estrecho portal de la democracia, su cónyuge esperando en la cercanía.
Pero en el caso de Assad, el telón de fondo no visto hasta la casilla electoral era un lienzo de ciudades arruinadas, refugiados e insurgencia embadurnadas a lo largo de la nación por tres años de guerra civil.
Las elecciones en Egipto y Siria representaron un triunfo del proceso y las imágenes sobre la supuesta esencia de la democracia. Y, quizá, exista un cruel giro ahí para aquellos en Estados Unidos y otras partes de Occidente que han ejercido tanta tensión sobre la parte mecánica de las urnas.
A medida que la Primavera Árabe echaba raíces en 2011, defensores de la democracia de EEUU y Europa se convirtieron en sus mayores animadores; en febrero ellos hicieron lo mismo por el esfuerzo con miras a derrocar al presidente de Ucrania apoyado por Rusia, Viktor Yanukovich.
Pero desde ese momento, Rusia ya se anexó Crimea y se han extendido insurgencias a lo largo del oriente de Ucrania. En Oriente Medio, la remoción de enquistadas élites y el entusiasmo de manifestantes en las calles no han terminado siendo sinónimo de la implantación de nociones importadas sobre democracia.
“Las aspiraciones democráticas de los manifestantes que llenaron las calles y plazas públicas a lo largo de Siria a comienzos de 2011 estuvieron entre las primeras bajas del conflicto”, escribió Heydemann, del Centro de Investigación Aplicada en Conflictos por el Instituto de Paz de EEUU, en un artículo del año pasado. “Si la democracia como resultado de la insurrección siempre fue incierta, las perspectivas democráticas han sido paralizadas severamente por la devastación de la guerra civil y la cada vez más profunda fragmentación de la sociedad siria”.
Tres años después de que empezara la Primavera Árabe, la rueda de Egipto al parecer dio un giro completo: los resultados oficiales en El Cairo le dieron a el-Sissi, ex mariscal de campo, casi 97% de los votos; justamente el tipo de victoria arrolladora que solía anunciarse cada pocos años para Hosni Mubarak, el ex general que dirigió el país durante tres décadas antes de 2011.
De cualquier forma, la validez de las elecciones no se juzga exclusivamente con base en los sentimientos de quienes votan.
El mes pasado, en Sudáfrica un grupo de la oposición asesoró a sus seguidores para que anularan sus votos para demostrar su insatisfacción si no podían encontrar alternativa al presidente Jacob G. Zuma; extraño consejo en una tierra que pasó décadas combatiendo al ex régimen del apartheid por el derecho a depositar esos mismos votos.
En Egipto concurrió aproximadamente 47% de los electores, muy por debajo del nivel que el-Sissi pensaba en su búsqueda de un mandato convincente. Seguidores de Mohamed Morsi -presidente islamista elegido libremente al que el-Sissi derrocó el año pasado- boicotearon la elección esta vez. En las elecciones de 2012 que llevaron a Morsi al poder, acudió a las urnas 52% del padrón.
La participación también fue baja en la votación por el Parlamento Europeo: en promedio 43 por ciento, y mucho menos en algunos países, como Eslovaquia, donde la concurrencia fue de apenas 13 por ciento.
Si bien las cifras oficiales aún no habían llegado para Siria este miércoles, era claro que, con millones de sirios viviendo como refugiados dentro o fuera del país y muchos más viviendo detrás de las turbulentas líneas de la insurgencia en áreas fuera del control gubernamental, donde no se hacía esfuerzo alguno por organizar la votación, la tasa de participación sería una cuestión de definición.
De hecho, oponentes de Assad ofrecieron un contrapunto de burla al moderno y bien vestido presidente y su glamorosa esposa en las urnas en Damasco. Ellos publicaron un video en línea, filmado en una dilapidada área en poder de los rebeldes, mostrando a un hombre que depositaba una bolsa de basura en un basurero pintado de blanco para que pareciera una casilla electoral.