Desde 2013, en sintonía con el reclamo de algunas organizaciones de la sociedad civil, iniciamos desde la Consavig (Comisión Nacional de Acciones para la Elaboración de Sanciones de Violencia de Género) una campaña destinada a señalar la violencia simbólica contra las mujeres que está implícita en las elecciones de reinas, concursos de belleza o similares.
Sucede que cada vez que en alguna ciudad o provincia se instala el debate sobre el tema, tanto en las redes como en los foros de lectores de medios digitales aparece la pregunta: “¿Por qué no se ocupan de temas importantes?” Que existen temas más urgentes, casi acuciantes, es cierto. Uno de ellos es sin duda la violencia física cuya manifestación más extrema son las violaciones y asesinatos de mujeres, niñas y personas trans.
Pero los femicidios y las violaciones no ocurren porque un varón padezca una enfermedad mental, sufra una adicción o tenga un súbito ataque de ira. Antes de los hechos existió (y aún existe) un entorno social, cultural, en el que ese varón aprendió que lo femenino no solamente es lo opuesto sino que además pertenece a un orden inferior a lo masculino que, a su vez, opera como la “medida de lo humano”. Que los cuerpos femeninos están a su disposición, pueden ser de su propiedad y puede hacer con ellos lo que quiera.
Estas ideas y conceptos no son expresados literalmente durante el proceso de socialización de las personas sino mediante las reproducción de signos, símbolos, discursos, conductas que delinean un determinado imaginario del orden social para perpetuar la asimetría de poder entre mujeres y varones. Esto es lo que llamamos violencia simbólica. Es sutil, imperceptible, la tenemos naturalizada pero es la “madre” de todas las demás violencias contra los cuerpos femeninos cuyo “padre” es el patriarcado.
Una elección de “reina”, un concurso de belleza o cualquier evento similar consiste en la exposición, cual objetos, con más o menos ropa, de cuerpos femeninos ante un auditorio y un jurado (por lo general mayormente masculino) el cual otorga el “premio” a aquella que cumple más acabadamente con los estándares y estereotipos de belleza femenina.
Pero también implica un mensaje de discriminación hacia aquellas que no entran en esos parámetros. Cómo no ocuparnos entonces de señalar la violencia simbólica definida en nuestra Ley N° 26485 de Protección Integral a las Mujeres si, como hemos brevemente analizado, es el dispositivo mediante el cual se legitiman y perpetúan la desigualdad de género, la objetualización de los cuerpos feminizados y las otras formas de violencia contra nosotras.
En cuanto a la campaña “Vendimia sin reina”, impulsada por la doctora Eleonora Lamm, insisto en destacar la importancia de que sea una mujer, mendocina e integrante del Poder Judicial de la provincia, quien instala la necesidad de cesar con la reproducción de prácticas sexistas y discriminatorias invisibilizadas detrás de un malentendido respeto a las tradiciones.