El zarpazo virtual a la socialidad - Por Roberto Follari

El zarpazo virtual a la socialidad - Por Roberto Follari
El zarpazo virtual a la socialidad - Por Roberto Follari

Hace días leímos en Los Andes una nota que, de no ser porque uno de sus autores tiene funciones institucionales en nuestra más grande universidad de la provincia, hubiera resultado irrelevante. Difícilmente se la pueda asumir como provista del suficiente fundamento, pues su apelación a la neurobiología no pasa del ejemplo de un perro, un gato y un peluche, que podría ser dado por cualquier ciudadano sin necesidad de apelación a ciencia alguna. Desde la epistemología, no cuesta advertir que hay allí un uso puramente retórico de una base que -como la neurobiología-, no es la primer ocasión que encontramos extendida a conclusiones insostenibles, como fue en su momento la del “cerebro argentino” (¿??).

Lo cierto es que en ese texto se habla de qué hacer “el día 41” –que seguramente no será 41, y ni siquiera sabemos si habrá un 141 que sea ya sin pandemia-, es decir, luego de la denominada cuarentena. Y allí, en nombre de una supuesta adaptación positiva, se propone lo que ya sospechaban algunos docentes y dirigentes del sindicalismo universitario: la apelación pretendidamente inocente hacia una masiva des-socialización de la experiencia, sostenida a partir de la vivencia del confinamiento.

Según los autores, habríamos así aprendido, dado la respuesta adecuada, “saltado” al lugar preciso. Algunas frases desnudan claramente el propósito: dejar de “investigar por investigar”, parece una llamada a achicar el presupuesto para investigación, y/u orientarlo sólo hacia lo que las autoridades decidan como prioritario. Decir que “pasar al 100%” de ejercicio virtual de la tarea de los docentes “de un día para otro es demasiado ambicioso”, es proponer tal 100% como objetivo deseable. Nada menos. Aprender de la experiencia apresurada -que se ha puesto sobre las espaldas de los docentes, obligados a una reeducación súbita en sus modalidades de trabajo pasándolas a ejercicio distanciado-, sería que, pasada la pandemia, se continuara con la actividad virtual generalizada.

Esto permitiría, afirman los autores, “articular magistrales cátedras virtuales” y “optimizar recursos”. Esto último desnuda el afán económicamente ajustador que anima la propuesta. Y da lugar a la preocupación que podamos tener: se trata de reproducir materiales vía virtual, grabarlos y tenerlos archivados a disposición, lo cual obviamente puede servir a disminuir el personal docente, o a disminuir la dedicación al que ya existe. Porque, en verdad, es lógico que puedan usarse algunos recursos virtuales en el futuro, que ahora se hayan aprendido: pero no lo es, sugerir el cambio total o mayoritario de lo presencial por lo virtual. Ello implicaría una caída vertical de la calidad de los aprendizajes, en tanto desde Hegel bien se sabe que el reconocimiento mutuo es el motor principal de la motivación humana. Así, lo presencial es irreemplazable. Y, a la vez, se implicaría la des-socialización generalizada de las experiencias hacia el solipsismo individualista del cada-uno-a-lo-suyo. Sería la liquidación lisa y llana de la experiencia de lo transpersonal y de lo colectivo.

Con lenguaje de “coaching”, no estamos ante lo que se requiere para discutir sobre la investigación universitaria. El ejemplo de la buena respuesta y el oso de peluche, sólo sirve a tratar de vestir de algún argumento justificatorio a la idea de virtualizarlo todo, y convertir la universidad en un ensayo general para la soledad de todos y de cada un@. Docentes y alumn@s, quizá nos libren del cumplimiento de tal utopía tecnocrática. Porque lo que hay que discutir no es si debemos dar o no la “respuesta adecuada” -una cuestión obvia-, sino establecer cuál es esa respuesta. Y, ciertamente, ella no está en el cumplimiento real de una repetida fantasía de la ciencia ficción: la virtualización generalizada de la actividad universitaria y de la vida social, la definitiva y empobrecedora descorporeización de la experiencia humana.

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