Una urna es una alcancía en la cual uno deposita un óbolo para mejorar el futuro. Las urnas son protagonista de cada elección. En nuestro país, porque hay países que ya han instrumentado sistemas electrónicos que permiten al elector votar con un solo dedo.
Pero aquí siguen siendo indispensables las papeletas.
Las urnas se alimentan de votos, tragan votos y se van llenando con los sobres que uno le envía a su “aparato digestivo”.
Son de cartón, de color marrón y están en todas las mesas electorales. Juntan opiniones. Más bien son juntadoras del pensamiento colectivo y cada una da su resultado cuando, después de las seis de la tarde, se termina la oportunidad de votar.
Para emitir su opinión hace falta un sobre. Es lo que te dan cuando te llega tu turno. Un simple sobre blanco con algunas certificaciones de firma y con el cual uno se mete en el cuarto oscuro.
Allí adentro están las boletas de los candidatos, porque en cualquier elección están los candidatos que son ellos y los cándidos que somos nosotros.
En las fotos de los candidatos todos aparecen sonrientes. Difícil encontrar la foto de un candidato serio o meditabundo; de ninguna manera. Todos tratan de aparecer afables, distendidos, seguros del triunfo. Pero el triunfante ha de ser uno solo.
Las boletas están dentro de lo que se llama cuarto oscuro. Se llama así porque tiende a garantizar lo secreto del voto. Nadie que no sea el votante puede estar adentro de él y nadie puede ver lo que el votante hace.
Mientras que en la Argentina el término técnico para referirse al mismo es “cuarto oscuro”, en Uruguay el término legal y de uso común es “cuarto secreto”.
El cuarto oscuro o secreto es un sitio privado donde el votante no puede ser junado por nadie, salvo por su propia conciencia. No necesariamente es una habitación, aunque en muchos casos lo es. En nuestro caso las ventanas suelen estar cubiertas. Para armar un cuarto oscuro o secreto pueden utilizarse diarios, cartulinas o cualquier otro método que garantice la privacidad en el momento del voto.
El tipo que vota está aislado, acompañado por él mismo, y es el único que sabe lo que ha hecho por más que después vengan los operadores de boca de urna a preguntarle por quién votó.
Hay quienes entran al cuarto oscuro totalmente convencidos de lo que van a hacer. Incluso muchos traen en uno de sus bolsillos la boleta que han de depositar en el sobre.
Son los que votan con rapidez, los que resuelven el tema en un abrir y cerrar de la puerta del aula.
Pero están los indecisos. Los tipos no han pensado mucho en las elecciones, tal vez porque les ha tocado vivir y es muy difícil vivir sin pensar en vivir, o tal vez lo han pensado pero no están decididos. Si hubiera una cámara de filmación dentro del cuarto oscuro puede que lo mostrara al tipo mientras están haciendo “apetén, sen ben, oribú carché, Tucumán lenyí”.
Son los que más se demoran. Pueden estar minutos adentro de la habitación sin dar señales de que están trabajando en el asunto. Les cuesta decidirse y eso molesta a los que están haciendo la cola a la espera.
Pero no son más que algunos instantes los que cada votante utiliza para dar su opinión.
Parece mentira que en tan pocos minutos decidamos el destino de un país, pero así es, así está armado y deberemos someternos al sistema una vez más.
Ya somos expertos. Este año hemos tenido varias oportunidades de hacer lo mismo y lo hemos hecho con toda dedicación, aunque nos hayan arruinado ese domingo en el que pensábamos ir a hacer un picnic a Potrerillos.
Se acerca una vez más. Estemos tranquilos, por más que parezca que la culpa es nuestra, que no elegimos lo más conveniente; la culpa será siempre de los elegidos.
