El vino en tiempos de crisis

En un contexto de dificultades coyunturales y estructurales, la vitivinicultura mendocina -dividida en dos realidades- se encuentra ante el desafío de modernizarse e innovar para poder volver a crecer.

El vino en tiempos  de crisis

Por Rodolfo Cavagnaro - Especial para Los Andes

Un nuevo festejo vendimial nos obliga a una reflexión, en medio de una crisis importante del sector en la cual se mezclan cuestiones coyunturales con otras estructurales. Lo cierto es que la presente etapa nos anticipa una cosecha menor a las habituales, que no podrá corregir los faltantes producidos en 2016, cuando condiciones climáticas extremas generaron una gran pérdida de volumen.

La industria viene de viejos problemas estructurales de vieja data y es la falta de acuerdos razonables entre productores primarios y bodegas para establecer mecanismos de fijación de precio que contemple los intereses de ambos sectores. Por supuesto, en medio de esto se coló la macroeconomía y un atraso cambiario que comenzó en 2010 pero se empezó a sentir en forma más grave desde 2012.

Este atraso cambiario trajo consigo la pérdida de volúmenes de exportación en las categorías más bajas de precio, pero que significaban muchos litros que salían del mercado. Esta situación hizo que muchas bodegas decidieran volcarse al mercado interno, el cual se ha visto saturado de etiquetas en los últimos años, aunque con menos ventas per cápita.

Dado que sobraba vino, comenzaron las pujas de precios, debiendo aclarar que se sigue manejando en forma arbitraria el acuerdo Mendoza-San Juan, generado en la década de los ´90 para regular excedentes. Los sobrantes provienen de uvas criollas y cerezas, de las cuales hay mucha plantación en San Juan y en diversas zonas de Mendoza, aunque con mayor presencia en la zona Este.

De estas uvas salió el blanco escurrido, un vino que hace mucho tiempo no tiene mercado, que llena de volúmenes pero que no debería tener incidencia en el mercado. La mayoría de esas uvas deberían dedicarse a mosto, pero el acuerdo obliga  a mandar a este destino a un porcentaje de la producción sin distinción de calidades, y esto comprende a las uvas de mayor calidad.

En Mendoza se consiguió exceptuar volúmenes que se destinen a exportación pero hay grandes bodegas que hacen vino de muy alta gama que venden casi toda su producción en el mercado interno y sin embargo se ven obligadas a tener que o comprar esas uvas para hacer mostos o, lo que es peor, comprar cupos, es decir, números excedentes que han generado un mercado secundario producto de la viveza de algunos que declaran mayores cantidades y venden el cupo en un mercado informal.

Descapitalización

Después de la ola innovadora de fines de los ’80 y los ´90, la renovación del viñedo ha sido muy lenta y muchos actores importantes reconocen que habría que hacer grandes inversiones para renovar, mejorar clones y hasta comenzar a probar nuevas variedades dado el impacto que el cambio climático está produciendo en muchas regiones.

En el caso de viñedos y parrales de uvas para vinos básicos el problema es más grave aún. En estos casos, la antigüedad del viñedo es de más de 30 años y sus volúmenes de producción ni siquiera alcanzan a compensar cuando son destinados a mostos  a vinos. La superficie de viñedos viejos tanto en Mendoza como en San Juan es muy importante y harían falta líneas de crédito para que muchos productores pudieran reconvertirse y evitar el riesgo que muchas de esas propiedades termine siendo barrios, al amparo de un desorden en materia de ordenamiento territorial que no termina de reglamentarse con claridad y permite una urbanización desordenada.

El problema es que ante la descapitalización, con un viñedo que no responde a las demandas del mercado, muchos comenzaron a incorporar variedades tintoreras, como Aspirant Buchet, que con pequeñas cantidades permite transformar un viñedo de uvas blancas o rosadas en tintas. Esto hizo que el INV planteara la inquietud de exigir que el 70% de la composición de los vinos tintos provenga de viñedos de uvas tintas, pero las empresas se quejaron, porque falta producción de uvas tintas para abastecer el mercado.

No obstante, mucho de los que apelan a este mecanismo también lanzan furiosas quejas contra la importación de vinos tintos de Chile, a pesar que los volúmenes son muy pequeños y no inciden en la oferta total ni en los precios del mercado.

Dos industrias paralelas

La realidad es que en los últimos veinte años nuestra industria comenzó un camino de bifurcación, cuando algún grupo de empresas decidió apostar por la calidad, se encontraron cualidades extraordinarias en la variedad Malbec tanto como en las uvas Torrontés, que le daban a nuestra industria una marca diferencial en el mundo.

Desde ahí, esas empresas invirtieron en tecnología de producción de uvas y en más tecnología para elaboración y conservación de vinos. Nuevas camadas de ingenieros agrónomos y de enólogos, capacitados, con viajes al exterior, vinieron a poner una cuota de innovación y hasta de ruptura de viejos conceptos. Y en este proceso, las calidades de los vinos argentinos han ganado en prestigio en el mundo. Pero falta mucho apoyo nacional es la promoción de nuestros vinos en el exterior, siendo que es uno de los pocos productos que se exhiben en góndolas como “Industria Argentina” en sus etiquetas

Pero falta mucho. De las 950 bodegas habilitadas por el INV no hay más de 100 que trabajen con las modernas tecnologías.

Así como falta actualizar viñedos, también hace falta actualizar bodegas. De esas 100 bodegas, son muy pocas las que trabajan bajo normas de calidad y menos aún las que han ingresado en los conceptos modernos de sustentabilidad.

En los últimos años, las crisis también hicieron impacto en este sector de la industria y algunos grupos empresarios importantes han adquirido bodegas pequeñas que, por no tener escala ni estructura comercial adecuada, se les hacía imposible sostenerse y hacía peligrar la vida misma de la empresa.

El mayor desafío del sector pasa por la modernización y por la innovación constante. Los vinos argentinos cada día se identifican más por su riqueza frutal debido a las condiciones climáticas. Las bodegas cada vez utilizan menos madera y hay una búsqueda constante para conocer las nuevas tendencias de los grupos más jóvenes de consumidores, los “milenials”.

En el desayuno de la Coviar, las autoridades han reclamado a la Nación líneas de crédito, que se sancione la ley de uso de jugos naturales y que se genere una mejor coordinación entre jurisdicciones para evitar casos como el de la ciudad de Buenos Aires, que quiere ser capital gastronómica pero prohíbe la publicidad de vinos.

También hay cierta disconformidad con las regulaciones del INV y los costos asociados, aunque expertos en la industria europea dicen que Argentina tiene regulaciones muy permisivas y que en el viejo continente la industria tiene regulaciones mucho más fuertes que en nuestro país.

El año pasará, podrá mejorar la producción, pero si no cambiamos modelos culturales, si no aumenta la inversión en producción e innovación, un sector vivirá en crisis permanente y el riesgo es que aumente la concentración. Todo va a depender de la inteligencia de los actores de la industria y su visión de conjunto.

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