El vino argentino y el TLC con Europa - Por Pablo Lacoste

El vino argentino y el TLC con Europa - Por Pablo Lacoste
El vino argentino y el TLC con Europa - Por Pablo Lacoste

¿Conviene o no a la industria de la vid y el vino firmar el Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea? Eso es exactamente lo que ha hecho Chile, lo cual le ha permitido triplicar las exportaciones argentinas.

¿Qué se puede aprender de la experiencia para evaluar el camino a seguir?

Entre 1930 y 1980 Argentina y Chile tuvieron sus mercados cerrados y ambas industrias vitivinícolas nacionales se orientaron exclusivamente al mercado interno.

En Argentina, se vivió un ciclo de alza en los años 60 y 70, cuando el consumo per cápita llegó a 90 litros, y la superficie cultivada cubrió 350.000 hectáreas.

Pero ese ciclo de alza tenía dos debilidades: por un lado, era muy frágil, porque dependía exclusivamente del mercado interno; en caso de caer el consumo de vino, la industria sufriría una crisis terminal; y eso fue lo que ocurrió. De ello surge un aprendizaje: es mejor no depender exclusivamente de un solo mercado.

Paralelamente, en esa etapa, las grandes fábricas de vino aprovecharon su posición dominante para asumir actitudes rentistas; en vez de innovar y mejorar la forma de cultivar la viña y elaborar el vino, resolvieron exprimir el mercado al máximo para bajar costos y subir utilidades. Fue el tiempo de arrancar 100.000 hectáreas de variedades de alto valor enológico y sustituirlas por vidueños de alta productividad y baja calidad, como cereza y criolla grande. Total, el mercado interno absorbía todo y no existía competencia posible por las políticas proteccionistas.

De este modo, las grandes fábricas de vino (Giol, Gargantini, Arizu, Tomba, etc.), asumieron actitudes rentistas, bajaron la calidad de los vinos argentinos y terminaron por reventar el mercado.

Fue un modelo de economía cerrada, que perjudicaba al consumidor y sólo beneficiaba a las grandes empresas oligopólicas que controlaban el mercado.

El resultado es conocido: el “mercado” se cansó de esos vinos malos, y se pasó a la cerveza. El consumo de vino per cápita se derrumbó, y esas grandes fábricas de vino, simplemente, quebraron.

El Estado contribuyó con el deterioro de la calidad de los vinos, mediante sus políticas públicas signadas por el crónico déficit fiscal, enjuagado con el impuesto inflacionario. La inflación fue un veneno para la industria vitivinícola, debido a la supremacía del sector comercial sobre el sector industrial y de éste sobre el viticultor.

En efecto, el viticultor vende la uva a la bodega, y ésta lo paga a 60, 90, 120 y 180 días, con pesos devaluados por la inflación; lo mismo ocurre después, cuando el bodeguero lo vende al comerciante de Buenos Aires. Por lo tanto, cuando el gobierno nacional genera políticas inflacionarias, causa una fuerte transferencia de capitales del productor al bodeguero y de éste al comerciante de Buenos Aires y otros centros de consumo.

Un reflejo de este proceso fue el avance de las empresas comerciales del litoral, que controlaban las redes de distribución de los vinos y otros alimentos, sobre la vitivinicultura de Mendoza. Empresas rioplatenses controlan actualmente las dos mayores empresas vitivinícolas privadas argentinas (Baggio con la marca Uvita y los Bemberg, ex dueños de Quilmes).

La inflación motiva el desplazamiento de los vitivinicultores cuyanos, y la concentración de la industria en grandes empresas comerciales externas a la zona de producción.

Con estos antecedentes, ¿conviene firmar el TLC? El lado positivo es prevenir la cultura de la renta: la industria vitivinícola no podrá abusar del consumidor argentino; tendrá que reinvertir sus utilidades para mejorar constantemente los vinos, como único camino de asegurarse la fidelidad de la clientela; esta ya no estará cautiva, sino que tendrá la posibilidad de elegir otros vinos. Además, los viticultores que efectivamente se esmeren por elaborar buenos vinos, podrán llegar mejor a los mercados de Europa, lo cual es un estímulo para invertir en la industria nacional.

El problema es la inflación y los impuestos distorsivos. Antes de firmar el TLC, la industria vitivinícola nacional tiene que exigir al Estado el compromiso de garantizarle que evitará las distorsiones que le impiden competir, tanto en el mercado interno como en el internacional. Ello implica dejar definitivamente atrás la inflación y los impuestos exóticos, como retenciones a las exportaciones. A ello hay que añadir las facilidades de acceso al crédito y de posibilidades de obtener equipamiento e insumos a precios competitivos.

La experiencia chilena aporta otro dato importante: los mercados externos son más accesibles para las pymes. En Chile, las tres grandes empresas controlan el 90% del mercado interno; las pymes solo venden una de cada diez botellas de vino en el mercado nacional. Pero se salvan gracias a las exportaciones; allí las grandes empresas nacionales no tienen tanto peso, porque no pueden hacer sentir su poder oligopólico; es la oportunidad para las pymes chilenas y puede serlo también para las argentinas.

Sobre Pablo Lacoste (pablo.lacoste@usach.cl):

El autor es Historiador, profesor de la Universidad de Santiago, y autor del libro "La vid y el vino en el Cono Sur: Argentina y Chile 1545-2019". Mendoza, INCA, agosto de 2019.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA