El viejo Los Andes, tan joven y tan cerca

El periodismo gráfico vive días cruciales. Los cambios tecnológicos son un reto para las empresas que, como Los Andes, han hecho un culto de brindar a sus lectores información veraz y de calidad. Nuestro siempre lozano diario sabrá encontrar el camino cor

El viejo Los Andes, tan joven y tan cerca
El viejo Los Andes, tan joven y tan cerca

En un tiempo en el que -ante el desafío de los cambios culturales y económicos que trae la tecnología digital- grandes y, en algunos casos, muy antiguos diarios, cierran sus puertas en todo el mundo. En un tiempo en el que en Argentina, como pocas veces en democracia, se ha atacado al periodismo, Los Andes cumple 131 años y mira el futuro codo a codo con sus lectores y sus audiencias mendocinas y cuyanas, compartiendo preocupaciones, incertidumbres, ilusiones y esperanzas.

“Existen pocos lugares que sean jóvenes y viejos, ricos y pobres, urbanos y rurales. Pues bien, los medios de comunicación son uno de esos lugares”, afirma el sociólogo Dominique Wolton.

Los Andes recorrió la vida de Cuyo a lo largo de tres siglos; es como nuestros cerros o las acequias, conoce como nadie a los mendocinos y es uno de los diarios más antiguos de la Argentina. Pero también tiene la vitalidad de la juventud. Fue el primer diario del país que llegó a la web y hoy pone sus mejores energías para seguir compartiendo con la gente la información de mejor calidad, la más confiable y también entretenida,  a través de todas las plataformas que ofrece la tecnología y en el lenguaje que éstas reclaman.

Así lo reflejan las diferentes mediciones que lo señalan como el sitio web con mayor cantidad de visitas únicas en la región. La vocación de renovarse pretende que su periodismo no se quede adormecido en el poder de la tecnología sino que conserve la vitalidad de un periodismo joven.

Los Andes no habla habitualmente de sí mismo pero, como en ocasión de su aniversario esto parece inevitable, será una buena manera de hacerlo compartiendo con nuestros lectores algunas de las incertidumbres y de las modestas certezas que inspiran el periodismo que todos los días los tiene como destinatarios.

Porque, como se ha dicho hasta el cansancio, la ola vertiginosa de la tecnología va rompiendo paradigmas y tiene destino incierto. Nadie está en condiciones de asegurar hacia dónde vamos ni por qué caminos. No sabemos si esa tecnología forjará una nueva sociedad, más igualitaria y libre, hecha de hombres mejores.

Advierte Wolton que comunicarse requiere el esfuerzo de escuchar al otro y comprenderlo. Sin embargo, no estamos seguros de que las facilidades que nos ofrece la red digital para ponernos en contacto no nos hagan perder esa voluntad y sólo nos entusiasme lo que nosotros queremos decir.

El sociólogo fundamenta su escepticismo en el hecho de que los grandes avances de la comunicación producidos durante el siglo XX no impidieron, sino que por el contrario, facilitaron las mayores masacres humanas de la historia. ¿Acaso las nuevas tecnologías no le permiten al odio y a la intolerancia difundir el terror monstruoso de un verdugo que corta el cuello de sus víctimas?

Estamos seguros por ejemplo de que mientras mayor cantidad de voces puedan decir, sin censuras, lo que piensan y lo que saben, más cerca estaremos de la verdad y seremos más libres. No tenemos verdadera conciencia de lo poco que sabemos y de lo mucho que cuesta enterarse de lo que pasa a nuestro alrededor y amenaza nuestras vidas.

Un periodismo libre e independiente del poder y económicamente sustentable es inherente a la existencia de la democracia. Obviamente, ese periodismo molesta al poder. A los que nos mandan y a quienes nos juzgan no les interesa preservarlo. Entonces nos preguntamos: ¿habrá cambiado de rango en la sociedad esa  libertad de expresión que llevó siglos conquistar?¿Se convirtió esa libertad en algo insignificante que ni siquiera interesa a muchos periodistas o, mejor dicho, a gente que vive del periodismo?

Nadie discute que internet ha transformado la forma de comunicarse entre los hombres y de obtener y generar la información. Algunos dicen que el único destino posible es el periodismo digital y que sólo se trata de una cuestión de tiempo. Otros afirman que los diarios en el formato de papel perdurarán para determinadas minorías.

Se habla de una mayor democratización del periodismo, pero no todos están de acuerdo. Por ejemplo, Fernando Savater, que entiende al periodismo como “el arte de transmitir la verdad”, no lo cree posible, como no se puede democratizar la ciencia de la medicina, que siempre estará en cabeza del médico. El filósofo se pregunta si el hecho de que cualquiera mande a la red cualquier versión sobre algún hecho significa democratizar el periodismo.

No saber de dónde viene una noticia ni si ésta es cierta o no, ¿es periodismo o nos aleja de la verdad?

Habrá que reinventarse, probar, equivocarse y seguir. Es evidente que el universo de nuestros públicos se ha fragmentado en función de su relación con las diferentes tecnologías, la inmediatez, la movilidad y la ampliación de los sentidos de percepción de la información que ofrece cada plataforma como la pantalla web, el móvil inteligente, las “tablets”, que tienen su propio público y su particular lenguaje.

Cualquier camino que decidamos emprender comienza en nuestros lectores y en nuestras audiencias. Y sólo a partir de sus necesidades y sus sentimientos podremos ensayar nuevos rumbos. Dicen las encuestas que un 70 por ciento de los mendocinos lee Los Andes. Estar cerca de nuestras audiencias significa servirles como un punto de encuentro en el que puedan compartir información y expresar sus ideas y nos den la oportunidad de responder a sus intereses y necesidades brindándoles contenidos significativos para sus intereses.

Hoy tenemos herramientas poderosas que nos permiten seguir de cerca lo que “la audiencia” quiere. Sin embargo, seguirla ciegamente para aumentar su número conlleva el riesgo de ofrecer un periodismo pobre que se abandona sin escrúpulos a la decisión de un sujeto colectivo o “mente colmena”, que somos un poco todos y no es ninguno y que demanda superficialidad, sexo, crimen y vulgaridad.

El desafío de ganar mayores audiencias nos pone frente al dilema de embarcarnos en la mediocridad y traicionar las expectativas y la confianza de la enorme audiencia que hoy tenemos.

Los Andes tiene la responsabilidad de ser confiable y útil para todos los mendocinos. No debe perder los atributos de su identidad detrás de una batalla por el tráfico fácil, porque entonces puede perder para siempre su activo más valioso: la confianza de su público. La esencia de Los Andes se nutre del imaginario colectivo de su comunidad y destruirla significa matar su futuro. La fidelidad de la gente se gana todos los días con confianza, servicios y experiencias satisfactorias de las personas que nos leen.

Otra certeza es que el periodismo de calidad cuesta dinero y, en ese sentido, se abren grandes interrogantes respecto de la forma en que se financiará el periodismo digital. Es probable que los anunciantes comprueben que sus avisos rinden más en una publicación de élite que en una vulgar. O que las marcas prefieran asociarse con determinado tipo de contenidos y no con otros o, incluso, que produzcan sus propios contenidos.

Los Andes es, al fin y al cabo, un sentimiento colectivo de los mendocinos, que tiene la responsabilidad de acercar a la gente y de facilitar la comprensión recíproca. Para construir identidad a base de un proyecto de vida común, porque es más fácil la comunicación y la tolerancia cuando hay una cultura compartida.

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