El vergonzoso negocio de la pobreza

En el país se gestó una burocracia estatal y privada de la pobreza que no lucha contra este flagelo, sino que vive del mismo.

El vergonzoso negocio de la pobreza
El vergonzoso negocio de la pobreza

La pobreza pareciera haberse transformado en un mal endémico en la Argentina. Viene creciendo en forma ininterrumpida desde la década de los ‘60 del siglo XX,  a pesar de haberse creado múltiples instrumentos que, en teoría, estaban dedicados a combatirla.

La pobreza en Argentina tiene, además, una dimensión superior a la que se mide por niveles de ingreso.

Los sistemas que utiliza el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina incorporan otros rubros como la calidad de vivienda, la disponibilidad de servicios básicos, como agua, cloacas o luz, o el acceso a sistemas de prevención y atención de la salud.

Hasta la década de los ‘70, Argentina recibió apoyo financiero de organismos de Naciones Unidas para atender el problema pero luego, y dado que el presupuesto público para atender el tema era cada vez más grande, dejaron de llegar esos fondos.

Los recursos públicos crecían en forma exponencial mientras la pobreza crecía de la misma forma en un proceso inexplicable. Parecía que los fondos para pobreza eran para expandirla y no para terminar con ella.

Pero en el medio apareció una de las industrias más indignas: la burocracia de la pobreza, que comenzó a nivel nacional y luego se expandió en los niveles provinciales y municipales.

Los volúmenes de presupuestos de ayuda social deberían haber permitido terminar con este flagelo muchos años atrás.

Este es el caso más típico de la ineficiencia de la burocracia estatal, a la que nunca le faltaron recursos económicos porque todos los gobiernos, hasta las dictaduras, se encargaron de que hubieran fondos para evitar estallidos sociales.

De hecho, el primer Ministerio de Desarrollo Social fue creado en la dictadura de Onganía y el primer ministro fue Francisco Manrique, que comenzó a regularizar el tema jubilatorio.

En cada crisis, como la hiperinflación, la pobreza se expandía y ya no retrocedía. Los sistemas con los que construyó la Argentina  la educación pública y la salud pública crecieron en ineficiencia y se cortó la movilidad social ascendente.

Todo se manejaba con programas asistencialistas que lo único que hacían era mantener al pobre en la misma condición pero un poco más alimentado.

Estas políticas, diseñadas por la burocracia de la pobreza, olvidaron los elementos básicos, como salud y educación, y eso hizo a los pobres dependientes porque perdieron condiciones de empleabilidad y estas carencias, lamentablemente, las trasladaron a las generaciones siguientes.

Cuando se produjo la crisis en 2002, el desempleo ya estaba en 30% y los problemas sociales se desencadenaron con una devaluación del 300%. Esto generó un fenómeno social nuevo que fueron los movimientos piqueteros organizados por grupos de desocupados que no encontraban contención en el sector sindical tradicional. No había sindicatos de desocupados.

De estos movimientos surgió la técnica del piquete, porque no podían hacer huelga,  y de ahí aparecieron nuevos líderes sociales, muchos de los cuales fueron oportunistas muy habilidosos y otros líderes naturales que fueron surgiendo.

El gobierno de entonces lanzó un programa denominado “Jefes y Jefas de Hogar” y los planes “Trabajar” que eran distintos tipos de subsidios para contener las demandas alimentarias de millones de familias pero detrás de estas acciones asistencialistas no hubo ninguna exigencia de contraprestación.

Luego llegaron las distorsiones. Se les dieron planes a los líderes de las organizaciones, que terminaron usando los mismos en su propio beneficio o como medio para organizar estructuras políticas de oposición.

Con esto, el negocio de la pobreza, que hasta entonces era privativo de la burocracia estatal de la pobreza pasó a ser compartida por “líderes sociales” de gestión privada.

Esta aparición de líderes privados generó un aumento de los presupuestos estatales mientras la pobreza sigue creciendo.

En síntesis, los pobres ya no son un problema para los burócratas estatales ni para los líderes de las organizaciones. Solamente son la excusa utilizada para alimentar un negocio vergonzoso que no parece tener fin porque si los pobres disminuyen, se les acaba este indigno negocio.

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