Por Leo Rearte - Editor de sección Estilo y suplemento Cultura
1. Las siestas en la Panquehua de mi infancia duraban lo que dura una eternidad. La explicación de las cuentitas de matemática de la señorita Rama, o el atardecer en una playa de Punta Mogotes, o cualquier escena de la primera juventud, parecían entonces suspenderse en el tiempo. O burlarse de él.
¿Por qué percibimos la velocidad del transcurrir de manera diferente cuando somos chicos a cuando somos grandes?
¿Por qué ahora el tiempo, justo ahora que somos más viejos y que no nos sobra tanto, parece escabullirse como lágrima entre los dedos?
Existe un póquer de teorías de la neurociencia, de la psicología y de la psiquiatría para intentar hallar las razones de este feíto sentimiento de la aceleración del paso de la vida. El más famoso de todos los catedráticos que han estudiado el fenómeno es David Eagleman, del Baylor College of Medicine, Houston, quien escribió largo y tendido sobre esto desde su Cátedra de la Percepción del Tiempo.
Podríamos hacer un torpe resumen diciendo que, según David, la aceleración en el sentir de las horas tiene que ver con el gasto de energía de nuestro cerebro. Cuando somos pequeños nos cuesta procesar todos esos "inputs" que recibimos, porque son absolutamente desconocidos para nosotros. Y el esfuerzo mental se traduce en “lentitud” en la percepción.
Esto explica por qué una semana en un lugar desconocido, entre aeropuertos y hoteles, se nos antoja como un mes. Esa es la buena noticia: no hace falta ser un chico para que los días no se escapen como suspiros. Dependerá de que decidamos sorprendernos a cada paso. De que evitemos la rutina. En definitiva, de que obliguemos a nuestro cerebro a desafiarse a sí mismo.
“No importa la edad. Viejo es aquel que tiene más recuerdos que ilusiones; y joven, el que tiene más ilusiones que recuerdos”… Parece una frase sacada del mesón de saldo de los libros de autoayuda (y lo es), pero se tutea con las teorías del bueno de Eagleman. Sólo vivir cosas nuevas nos hace inmortales.
2. Algunos filósofos se han colgado de las tesinas de Eagleman y sostienen que ese razonamiento se puede trasladar al análisis de las curiosas experiencias cercanas a la muerte que han sufrido (o gozado) infinidad de personas.
Aquello de que ante el abismo algunos “ven pasar su vida entera como si fuese una película” es una especie de paradoja temporal donde todo lo vivido cabe en un segundo.
El razonamiento es que este estado de novedad sería tan inabarcable para nuestro cerebro que la conciencia (o lo que queda de ella) convierte ese segundo en una simulación de eternidad. Ya habrá tiempo para averiguarlo; no hay apuro…
3. Es curioso que la explicación a otro fenómeno que a los seres humanos nos obsesiona podría ser la misma que la narrada en los puntos anteriores. Muchas veces nos hemos preguntado por qué los grandes artistas muestran o mostraron lo mejor de sí en su juventud, y después se les hace cuesta arriba reproducir aquel talento en nuevos hits, obras o escritos de igual calibre.
Alguna vez se lo preguntaron a Paul McCartney... La consulta fue si acaso se había acabado la magia o si él abriga la posibilidad de que pueda volver a producir, a sus setenta y cuatro, una canción que empalidezca a "Hey Jude" o "Let it be".
"Si ves las carreras de muchos grandes artistas -dijo el caballero inglés en una entrevista reciente a Clarín-, vas a notar que hay un periodo en la juventud que es particularmente fructífero. Y eso es así porque cuando uno es joven, todo lo que va pasando a tu alrededor te llama la atención. Luego, cuando vas creciendo, te vas acostumbrando al mundo. Lo que hizo que las cosas a mí me fueran más fáciles fue haber estado empezando algo, y haberlo hecho escribiendo con John. Era todo muy nuevo, estábamos tomando un montón de información del mundo que nos rodeaba. Lo que uno no tiene que perder es esa capacidad de asombro. Yo no lo veo más difícil hoy. Cuando tomo la guitarra, si tengo suerte alguna canción aparece, como hubiera sucedido antes. La diferencia es esa excitación que tenés cuando sos más joven".
Paul no es científico, pero sí un genio.
En definitiva, el sorprendernos, el arriesgar, el animarnos a hacer siempre algo nuevo, puede ser una buena solución para volvernos más creativos y para que “vivamos” más. No se me ocurre un premio mejor al esfuerzo de intentar, todo el tiempo, con todos nuestros recursos, ser originales. E irrepetibles.