Maxi Salgado - msalgado@losandes.com.ar
El país estaba incendiado, cuando en febrero del 2001, la Copa Davis llegó por única vez a Mendoza. Estábamos en el descenso y había que enfrentar a México. Fue la primera de la decena de series que cubrí. Fue el paso decisivo para llegar a este logro. Argentina subió al Grupo Mundial y nunca más se bajó. Llegaron entonces cuatro semifinales y otras tantas finales.
Fui también uno de los “afortunados” que presenciaron aquella derrota en Mar del Plata en el 2008. Recuerdo que cuando entrábamos al estadio el viernes, en el momento que todo era euforia, un colega me dijo vamos a presenciar el “mayor logro o el mayor papelón” de la historia. Y fue lo último.
Una España sin Nadal, pero con una unión que nosotros no teníamos nos dejó a todos con las caras largas y más preguntas que respuestas. Sinceramente pensé, como muchos de ustedes, que la Davis no se iba a ganar nunca más. Eran tiempos en el que las peleas eran moneda constante.
Más allá de que todos querían taparlo, Nalbandian manejaba el vestuario y nadie podía opinar distinto. Le pasó con Coria, le pasó con Del Potro. Eran tiempos en que se recordaba constantemente lo que había pasado con Vilas y Clerc en la década del ‘80.
El tenis es un deporte netamente mental (que le pregunten a Coria sino en su final de Roland Garros contra Gaudio) y entonces es imposible rendir si uno no está convencido de lo que quiere.
El gran mérito que tuvo este grupo de jugadores es que conformaron un equipo, que desde la adversidad de saber que siempre debieron ir de visitantes (es el segundo equipo de la historia que consigue ser campeón sin jugar de local. El anterior fue Francia en 2001) y que sus rivales siempre tenían jugadores con mejor ranking, se hicieron fuertes. Se terminaron las peleas y mucho tuvo que ver Daniel Orsanic, pero también la sencillez de Juan Martín Del Potro.
La fortaleza que le dio el tandilense al equipo terminaron siendo fundamentales para potenciar a sus compañeros. Unos jugadores a los que nadie le dabael crédito para inscribir su nombre en la famosa Ensaladera de Plata.
Del Potro rindió ayer su última materia para recibirse de ícono del tenis nacional superando incluso a Guillermo Vilas. Su título del US Open, sus dos medallas olímpicas, sus tres finales de Davis con título incluido, lo avalan.
Gracias a él, Argentina se sacó la mochila de encima. Ojalá aprendamos la lección. Es hora de entender que el vedettismo solo sirve para los teatros.
Ahora sí, el futuro es alentador.