España estuvo en vilo con la posibilidad de que el Parlamento catalán declarara la independencia de la región, y de que el gobierno central presidido por Rajoy castigara al líder Carles Puigdemont, incluso con cárcel y con represión a los actos considerados inconstitucionales.
En ese clima de máxima tensión, hubo quienes echaron más leña al fuego. Así lo hizo ayer el vicesecretario de Comunicación del oficialista Partido Popular, Pablo Casado. Con poco tacto, el responsable de difundir las posiciones de Madrid, dijo que si Puigdemont declaraba la independencia, podría acabar como su antecesor Lluís Companys, detenido y fusilado por la dictadura franquista en 1940.
"La historia no hay que repetirla, y esperemos que mañana (por hoy) no se declare nada, porque a lo mejor el que lo declara acaba como el que lo declaró hace 83 años", lanzó Casado. Se refería así a una intentona separatista que terminó muy mal: la única declaración de independencia que registra la historia de España contemporánea, el 6 de octubre de 1934.
Ese día, el entonces presidente catalán Lluís Companys, de la izquierda republicana, proclamó un "Estado catalán de la república federal de España" que tuvo vigencia sólo por unas horas. En una reacción inmediata, el gobierno de Madrid ordenó una intervención militar. Companys fue detenido y condenado a 30 años de prisión. En febrero de de 1936, tras la victoria del Frente Popular, fue amnistiado y volvió a ser presidente de Cataluña hasta el final de la Guerra Civil española (1936-1939).
A fines de enero de 1939, cuando las tropas del dictador Francisco Franco cruzaron el río Tibidabo y la caída de Barcelona era inminente, Companys huyó junto a su plana mayor hacia Francia. Allí vivió como refugiado hasta que el país galo cayó en manos de los alemanes. Franco, aliado de Hitler, envió a las autoridades de ocupación en Francia una lista con 800 nombres de los principales refugiados opositores. Entre ellos, estaba Companys y otros líderes de movidas independentistas, como los del País Vasco. El viejo luchador autonomista fue arrestado por la Gestapo alemana en 1940, juzgado sin garantías por un tribunal militar en Barcelona y fusilado el 15 de octubre de ese año en una fosa especialmente cavada en los jardines del palacio de Montjuic, convertido en prisión para reos de muerte. El líder independentista más radical pidió no ser vendado frente al pelotón, y cayó diciendo "Per Catalunya" (por Cataluña).
Luego de su exabrupto, Casado se excusó diciendo que él se refería a la posibilidad de que Puigdemont vaya a prisión, no a un posible fusilamiento. Los dichos de Casado fueron duramente criticados por propios y extraños, y probablemente hoy su puesto de comunicador esté en peligro.
Es que la España de 2017, tras 42 años de democracia (desde 1975, cuando murió Franco y comenzó el proceso) no se parece en nada a la de los años 30, época convulsa que terminó con la Guerra Civil y sus 500.000 muertos. España creció y maduró. Se dio una Constitución unificada que no puede transgredirse de un día para otro por más que decenas de miles de catalanes deseen mayor autonomía con respecto al gobierno central.
Nadie saldrá fusilado. Eso está claro. Pero si Puigdemont insiste con su proclama separatista sin contemplar la diplomacia y las negociaciones políticas razonables, sí puede haber una crisis social y política compleja y larga que dejará heridas. Diálogo sí, enfrentamiento no. Lo pide la mayoría del pueblo español y la Unión Europea a la que el país ibérico está integrado.