En enero de este año murió Jakiw Palij, el último nazi conocido que aún vivía. Nació en 1923 dentro del actual territorio ucraniano, aunque por entonces pertenecía a Polonia. Con la llegada de los nazis a la zona no dudó en unirse a sus filas como parte de las SS. Terminó actuando de carcelero en el campo de concentración Paszów.
Este lugar, ubicado en Trawniki, tenía una vorágine especial. La mayoría de los prisioneros eran trasladados a diario fuera. Se destinaban, de acuerdo a sus contexturas físicas, a realizar trabajos forzados en canteras o servir como mano de obra esclava en fábricas cercanas. Muchos de ellos trabajaron para el famoso Schindler y lograron ser rescatados por él.
En Paszów, pésimas condiciones de de salubridad -combinadas con enfermedades y hambre- ocasionaron la muerte a unas 8 mil personas. Tuvo además una de las tasas de asesinatos más altos de todos los campos de concentración nazi. La terrible cifra incluyó a niños. Según testimonios de la época, sus jefes no desayunaban sin antes disparar a algún inocente.
Grupos de prisioneros eran conducidos hacia una colina cercana. Allí se los ejecutaba en masa y eran sepultados bajo una capa tenue de tierra. Días más tarde sobre esos cuerpos la masacre se repetía, sumando una nueva capa macabra.
En 1944 los cadáveres fueron exhumados y calcinados, buscando no dejar rastros. En los tribunales se atestiguó que extrajeron del lugar un total de 17 camiones repletos de cenizas humanas.
De todo eso fue parte Palij. Como muchos de sus pares logró escapar de Europa e instalarse en Estados Unidos. Para ingresar, en 1949, falsificó sus documentos e historia. Vivió cómodamente en el neoyorquino barrio de Queens, hasta que en los noventa un antiguo socio devenido en enemigo lo acusó con las autoridades.
Treinta años más tarde, en septiembre de 2018, Jakiw fue expulsado de Estados Unidos por la acción determinante del presidente Donald Trump.
El proceso demoró porque Ucrania, Polonia y Alemania se negaban a aceptarlo.
Finalmente esta última dio el brazo a torcer y el nazi terminó allí sus días, sin ser juzgado debido a su avanzada edad y a las dificultades para recolectar pruebas en su contra.
Llamativamente, el senador estadounidense Chuck Schumer señaló al respecto: "EE UU no es un lugar para los criminales de guerra (...) no se merece estar en este país. No se merece morir en EEUU, un lugar de libertad e igualdad donde respetamos las diferencias de los otros".
Palabras que dejan de lado la realidad, pues Norteamérica recibió a muchos científicos del Tercer Reich y se benefició de los estudios que llevaron a cabo sobre miles de prisioneros.