Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Difícilmente alguna persona (incluyendo a los que poseen mucha información y a los portadores de fecundas intuiciones) hubiera previsto lo que viene ocurriendo en estos primeros seis meses de la presidencia de Mauricio Macri en relación a la velocidad fenomenal, casi de precipicio, con que se suceden amontonándose las más diversas imputaciones, procesamientos, allanamientos, arrepentimientos, delaciones, traiciones, denuncias y todo lo que usted guste imaginar en relación a la cuestión de la corrupción.
Una mirada superficial podría deducir que todo se trata de la versión argentina del mani pulite italiano o del lava jato brasileño, donde -en ambos casos- osados jueces o fiscales produjeron un guillotinamiento general de casi toda la clase política.
Sin embargo, nadie con un mínimo sentido común sostiene esa hipótesis en la Argentina actual porque la verdad evidente es que salvo algunos importantes pero aislados denunciantes y agitadores, nadie -ni jueces ni políticos- buscó que los acontecimientos se desencadenaran con tal grado de vértigo y furia.Y que, incluso, al actual oficialismo le habría gustado o convenido que el ritmo del proceso hubiera sido bastante más moderado, tanto en intensidad como en tiempo.
Lo que se está demostrando de modo contundente es que la más mínima republicanización de la nación es al kirchnerismo como lo es la luz del día a Drácula y a los vampiros: los disuelve, los hace desaparecer. O si se quiere, al revés, los muestra tanto en su real dimensión, los vuelve tan transparentes en sus conductas ocultas, que de tan transparentes se terminan evaporando.
Nadie está políticamente conduciendo este movimiento anticorrupción con grado sísmico de terremoto de alta intensidad, pero el proceso sigue porque todo se va cayendo por sí solo, de tan burdo que fue. Tan frágil como todo autoritarismo cuando deja de manejar los resortes del poder. No explota, implota. Se hunde en su propia miseria.
Es que en realidad, como lo demuestra el caso López (que sí es el arquetipo del kirchnerismo y no una excepción, un caso aislado o un loco suelto) todo se trató de una chantocracia; eran ladrones y autoritarios, pero sobre todo chantas. Demostrado palmariamente por la forma estrepitosa de la caída.
Estrepitosa pero casi espontánea, o causada por los más increíbles y banales motivos, como ajuste de cuentas entre los propios corruptos o venganzas diferidas. Lo cual, por lo demás, es inexorable si uno para robar lo hace de manera concentrada y utiliza como colaboradores para el latrocinio no a delincuentes experimentados sino a choferes, cajeros de banco, jardineros, secretarios personales, Isidoritos Cañones y Fariñas. Vale decir, una Armada Brancaleone que cuando es descubierta canta aún lo que nadie le pidió que cantara.
Por ejemplo, a Milagros Sala no la metió presa el gobernador Morales ni el presidente Macri, sino los propios jueces peronistas de Jujuy preexistentes al nuevo gobierno, a los cuales ella tantas veces avasalló que ahora se la están cobrando. Los nuevos gobernantes se hubieran conformado con limitar a Sala en su poder o como máximo quitárselo, pero nunca meterla presa. Los jueces, en este caso, actúan como si fueran la cruel naturaleza que generan los hechos por mera reacción. No es Milagros Sala una presa política; es una presa de la naturaleza de las cosas, el efecto impensado de sus propias torpezas.
Sin embargo hay quienes piensan exactamente lo contrario.
En el último documento de Carta Abierta, la organización más importante de intelectuales kirchneristas, ellos afirman casi lastimosamente que en la guerra anticorrupción “parece revivir una marcha de la parte persecutoria de la sociedad establecida, como si protagonizara todavía, ella, una campaña del desierto mediática para neutralizar y apartar a las viejas estirpes del territorio”.
No se les puede negar imaginación a los viejos muchachos, aprovechando la moda indigenista que ellos mismos contribuyeron a imponer. Ahora se consideran los indios perseguidos hasta la muerte por la nueva versión del general Roca: Mauricio Macri. Desopilante pero comprensible. El último refugio que les queda, a quienes defendieron al anterior gobierno no tanto por sus prebendas sino por sus ideas, es que todo se trate de una gran conspiración para exterminarlos políticamente, no por lo malo que hicieron sino por todo lo bueno que gestaron.
Quien tiene fe podrá seguir creyendo en su religión aunque todos los hechos demuestren lo contrario, como ocurre con Carta Abierta, pero casi todas las evidencias que se ven por estos días no alcanzan a discernir nada conspirativo ni planificado, a no ser que se pueda llamar así a una desesperación de los jueces, que antes fueron permisivos, por sobreactuar hoy para liberarse de sus viejas culpas. Porque lo notable de lo que estamos viendo es que ningún sujeto político ni jurídico está al frente de lo que pasa, ni oculto ni descubierto. Más bien, las fuerzas de la historia y la dinámica de los hechos se han vuelto tan furiosos que nadie los puede detener ni aunque quisiera. Casi como un tsunami natural creado, eso sí, por los que sembraron vientos y hoy cosechan tempestades.
Sorprende que los intelectuales progresistas de Carta Abierta, que en los años 70 más anticipadamente que nadie denunciaron el genocidio a la vez que acusaron a la sociedad de mirar para otro lado, ahora actúan exactamente a la inversa con la corrupción que, de no haber sido por las manos en la masa de López, la hubieran seguido negando en su totalidad, per sécula seculorum. Ellos sueñan con que no hayan más manos en la masa, a fin de seguir negando lo que siempre supieron pero no quieren saber. Para ellos es una catástrofe; se les viene otra vez encima el mundo cuando creyeron que el mundo les había hecho caso en todo lo que ellos siempre pensaron.
Pero felizmente, y a pesar de ellos, la grieta se va cerrando a medida que se van disolviendo los agrietadores. Unos, volviendo a sus platónicas cavernas; otros, entrando a las cárceles que se merecen, mientras que -como era de prever- los dirigentes peronistas de siempre se lavan las manos para comenzar otra vez la búsqueda de un nuevo salvador que les permita seguir gozando de las mieles del poder. Mientras tanto, dicen todo que sí al Mauri.