Los Andes alertó hace algunas semanas que el Hogar de Ancianos San Vicente de Paul se encontraba abandonado y que la venta del terreno donde funcionaba había sido frenada en la Justicia en razón de que la sociedad del mismo nombre, que pretendía venderlo, lo había recibido gracias a una donación de la Provincia en 1888 con la condición de que se destinara a un asilo de mendigos.
La noticia puede ser analizada desde distintos ángulos: la carrera inmobiliaria que permite a algunos adueñarse y a otros vender un predio atractivo en plena ciudad a costa de violar una condición expresa de la donación que permitió adquirirlo en su momento; la viveza de cerrar el Hogar de Ancianos que recibía gente de escasos recursos y funcionaba con financiamiento del Estado pero mantener, en el mismo predio, el emprendimiento privado Vicentina Betania que también recibe ancianos, pero se financia con cuotas que aportan privadamente sus familias, o el inconveniente que produce un edificio abandonado al cual ingresan personas a pernoctar y que va desmantelándose poco a poco. Cabe, sin embargo, un análisis más, tal vez el menos aparente. Éste lleva a preguntarse por qué somos incapaces de valorar nuestros bienes culturales y por ende, ni siquiera parpadeamos cuando su continuidad es amenazada. Es que se debe aclarar que el Hogar San Vicente de Paul, que funcionó por más de 130 años, se encuentra ubicado en calle Alberdi esquina Ituzaingó de Ciudad, frente a la plaza Pedro del Castillo, lugar frecuentemente concurrido por turistas y mendocinos que visitan las Ruinas de San Francisco y el Museo del Área Fundacional. En este sitio se levantaba la antigua Iglesia Matriz de la Ciudad, que existió hasta el terremoto de 1861, lugar donde fue jurada la Bandera del Ejército de los Andes y por ello es parte de la ruta Sanmartiniana. Pero el valor histórico del sitio se acrecienta cuando se construye el asilo de mendigos y de huérfanos que la creciente necesidad de la ciudad post-terremoto había instalado en Mendoza. Más tarde este asilo sirvió para albergar a numerosos heridos del terremoto de San Juan en 1944. En la década de 1970 se construye a nuevo el Hogar de Ancianos San Vicente de Paul sobre el proyecto del arquitecto Daniel Ramos Correas, tarea realizada por el prestigioso profesional como obra de caridad, con una planta que incluye habitaciones, espacios comunes, servicios y una hermosa capilla.
Ninguno de estos hechos y valores parecen sin embargo haber sido considerados a la hora de analizar el destino del bien. Es que la desidia por lo cultural, lo patrimonial, lo bello, lo digno de ser preservado y valorizado, parece ser moneda corriente en los últimos tiempos. Vemos cómo cambian los bienes, lugares y circunstancias, pero la historia se repite: la casa donde habitó Benito Marianetti, histórico dirigente del Partido Comunista de Mendoza, ubicada en calle Perú casi Espejo de la Capital, demolida al producirse la venta que legítimamente sus herederos concretaron. La octogenaria casona del ex gobernador de Mendoza, Francisco Gabrielli, en la esquina de Godoy Cruz y Patricias Mendocinas de Ciudad, puesta en venta por su actual propietario, el Sindicato Unido de Trabajadores de la Educación (SUTE), que arriesga el mismo destino que la anterior. La Bodega Arizu, construida en 1888 y cuya propiedad pertenece a la empresa chilena Cencosud, la cual si bien se salvó de ser demolida gracias a una declaratoria que la convertía en patrimonio cultural de la Provincia y de la Nación, hoy arriesga su integridad a falta de quien la recupere, intervenga y refuncionalice de modo inteligente y respetuoso. Por último, la cúpula del Espacio Contemporáneo de Arte (ECA) que se incendió debido a numerosas irregularidades que hoy están siendo investigadas.
La lista desafortunadamente continúa y se engrosa con obras que se pierden o deterioran en todos y cada uno de los departamentos. En Guaymallén por ejemplo, existe una antigua bodega: Toso, ubicada en plena zona urbana y con múltiples posibilidades de reciclaje. La bodega también tiene una valiosa casa patronal anexa. La adquirió un conocido comerciante vendedor de autos que no tiene interés en conservarla y ya pueden verse los inicios de las tareas de demolición de un cuerpo del edificio sobre el carril Godoy Cruz. Demoler una bodega de esas características y en ese sitio es un desatino y hasta un "mal negocio" para quienes creen que convertir ese espacio en estacionamiento de autos para la venta es más "conveniente" que conservarla y ponerla en valor. La municipalidad debería haber intervenido para incentivar al propietario a emprender otras acciones sobre un bien cultural de esa jerarquía; la provincia podría haberlo hecho también. Lo cierto es que se pierden edificios de un alto valor cultural que al parecer nadie, salvo los especialistas, puede ver.
En este contexto pareciera ser que por alguna inexplicable razón, cuando pensamos en "lo cultural", tendemos a asociarlo con un privilegio, suntuoso por cierto, de unos pocos, más bien exclusivos, que por razones de "buen gusto", eximia formación o lo que sea, son capaces de "elevarse" a ese mundo de la cultura y de merecerlo. En esa idea perversa es donde anida y crece esa desidia a la que nos referimos. Lo cultural, por el contrario, es parte de todos, es una riqueza indivisible que trasciende nuestro propio tiempo y da significado a lo que fuimos, somos y seremos.
Es por ello que pensamos que el Hogar de Ancianos San Vicente, una obra que ya forma parte del patrimonio mendocino, debería ser restaurada y refuncionalizada para un uso filantrópico acorde a los tiempos. La Constitución Nacional en su artículo 41 nos da la razón, pues obliga a las autoridades (todas) a preservar el patrimonio cultural.
Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Los Andes.