El 'tinellazo' nuestro de cada día

La presentación del "Bailando 2017" es una evidente marca de la pobreza conceptual en que está inmersa la televisión y sus consumidores.

El 'tinellazo' nuestro de cada día

"Impresionante", "apabullante", "impactante". Todos estos adjetivos son válidos para hablar de lo que Marcelo Tinelli y su show ofrecieron en la apertura de su ciclo 2017. Pero lo que parece desfasado, en esta celebración desenfrenada del inicio de un programa televisivo que no promete absolutamente ninguna novedad (al menos en eso es sincero), es a qué se califica con estas valoraciones.

¿A la calidad artística? ¿Al concepto en el que se basa toda esa megaestructura tecnológica para mal vestir a la nada? ¿A la necesidad imperiosa de alistar famosos que traccionen visionados porque sus redes arden? ¿A los trailercitos a cambio de canje publicitario que ofrecieron "Mahatma" o "Séptimo día"? ¿Al marketing político que indica que es preciso 'vender lo que sea en cámara' a fin de infiltrarse en el inconsciente colectivo de la masa?

Impactante, apabullante, impresionante...; sí: pero no el show tinellesco que cambia de fichas pero no de mañas. Lo impresionante, impactante y apabullante es que tantos millones de personas en este país (28 puntos de rating, a cien mil por punto) hayan hecho click para pasarse dos horas prendidos a la hipnótica celebración del mal gusto audiovisual: popular no es sinónimo de vulgar.

Tinelli y su troupe de productores llevan 28 años usando la misma lógica conceptual de "mucho-mucho-mucho-mucho-mucho circo, famosos, brillitos, luces, coreo-idénticas, vestuario, chistes guarros, chistes malos, chistes peligrosamente ideológicos que garpan, playbacks, golpecitos certeros a la pulsión rastrera de las masas, doblajes berretas, cantantes que desafinan o no encuentran el tono ni el género, etc.". Y lo preocupante es la pregunta que se harán cada año, al pensar cómo organizar el asunto a fin de que cierren las cuentas: ¿para qué cambiar si todavía funciona?

Son vivos para los números y para detectar que la deformidad, la fealdad, la acumulación bizarra son las fórmulas que mejor funcionan: ayer, hoy y... ¿mañana? Atraen a las plateas lobotomizadas por el exceso de estímulos de consumo, como los bichitos a la luz; aún a sabiendas de que les espera la muerte (cerebral, física, espiritual..., la que te guste pero muerte al fin).

Que Valeria Lynch gorjee un tema entero de jazz (Nina Simone, ¡perdónala!: no sabe lo que hace); que Ulises Bueno te desafine una canción completita de los Guns hasta dejarla hecha trapo; que llamen "número extraordinario" de tango a un tibio pase de letra con algunas parejitas de baile; que los doblajes de Trump o "La la land" carezcan de toda gracia (ni 'elegancia', ni 'armonía': dos condiciones que aplican en la definición de la palabra); que se insista en marcar la diferencia entre "gente común" versus "famosos" en varios y reiterados tramos de los diálogos (los primeros son los 'nadie', los segundos sus 'dioses'); que la pobreza del guión del sketch sea evidente... Todos son asuntos impactantes, apabullantes, impresionantes. Porque los que lo informan, y lo consumen, lo dicen en el mejor de los sentidos.

Es claro: nos merecemos largamente el "tinellazo nuestro de cada día".

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