El tesoro del Pacífico

La Polinesia Francesa con sus islas icónicas Tahití, Bora Bora y Moorea, además de otras 115 menos famosas, sigue siendo un paraíso que conserva su cultura y se muestra sin maquillaje al viajero.

El tesoro  del Pacífico

Al poner la categoría inolvidable uno puede pensar en la compañía o en el destino, pues aquí nos referimos al sitio considerado un tesoro solitario del Pacífico. Quizá precisamente su aislamiento geográfico provocó esa conservación de las islas y sus ambientes naturales, esto sumado a la cultura milenaria que, dicen, emigró hacia todos los puntos cardinales para llevar su sapiencia, pero nunca abandonó sus tierras por completo, a Dios gracias. En este paraíso jovial y alegre, la bienvenida es la clave de lo que signará el viaje: una bella mujer extrayendo un místico sonido de una caracola. El resto, apenas comienza.

La Polinesia francesa se extiende en un espacio marítimo de 4 millones de km². Allí, 118 islas agrupadas en cinco archipiélagos -Sociedad, Tuamotu, Gambier, Marquesas y Australes-, cada uno con su impronta, llama a los viajeros. En todos la mezcla de lejanía de todo, rusticidad y confort, aguas translúcidas y una diversidad florística que apabulla y, además, las sonrisas.

Para poner en orden estas islas en la mente del próximo viajero diremos que se cree que el primer archipiélago poblado fue el de las Marquesas. Desde ese puñado de tierras los polinesios pisaron el resto de las islas y, con el correr del tiempo, hasta fueron impulsados a buscar “el ombligo del mundo” y llegaron a Isla de Pascua, a Lemuria y arribaron a Hawai, a la lejana y virgen Nueva Zelanda, cuyas similitudes en lengua y cultura da cuenta de las travesías.

Europa llegó con Fernando de Magallanes hacia 1521, y otra vez su lejano posicionamiento fue el resguardo necesario para mantener viva su cultura. Cierto es que los turistas como los hoteleros y las líneas aéreas, no dejan pasar esas islas sin tomarlas. Aún así, la cultura persiste.

Un recorrido fugaz

Tahití -la mayor de las islas polinesias- alberga a Papeete, la capital administrativa, y al único aeropuerto internacional de la Polinesia francesa.En ese reducto está la acción, con animados mercaditos en los que las flores y las frutas son el deleite; las artesanías típicas y los instrumentos que luego se conocen en todos los espectáculos nativos.

A poco en barco, algo como media hora, Moorea, más apacible. Allí es imprescindible encaminarse en alguna excursión hacia un volcán, nadar en lagunas turquesas y disfrutar de las playas prístinas.

Luego Bora Bora con la posibilidad de hacer snorkel o bucear entre corales, con las arenas más blancas y nado con manta rayas. Comer mariscos y pescados del mar a la boca y vivenciar un show de danzas al atardecer. Quizá en el mismo alojamiento de lujo- un bungalow sobre pilotes en el mar- encuentre terapias alternativas muy vinculadas con la tierra, pero los reciba en un islote en medio del mar. ¡Qué glam! Ni qué decir del desayuno o la merienda que llega en piraguas, esas embarcaciones bellas con hombres o mujeres semi desnudos a la usanza local, y otra vez las sonrisas.

Hay que probar

La gastronomía se basa en sus peces y frutos de mar. Entre las delicias locales se destacan los pescados. Uno de los platos típicos es el delicioso atún crudo, apenas sellado con limón y leche de coco. Puede comerse crudo en cubos, al estilo Ceviche, un manjar que se elabora además con otras variedades de pescados. Lo dulce debe contemplar frutas y también vainilla. La local es una de sus fortalezas.

Sensualidad en la música

Si ya el ambiente seduce, las danzas y la música autóctona terminan de hechizar. Los hoteles cuentan con sus propios encuentros para sus huéspedes y en restaurantes o en las bienvenidas y despedidas, también se aprecian.Sexies, alegres, encantadoras, así es la música que invita a descansar luego de la cena. Así es la manera de soñar con el Edén, en el propio Edén.

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