Los festivales de teatro son espacios de circulación que se caracterizan por abrir el teatro a públicos nuevos y, en algunos casos puntuales, también por servir como una suerte de panorama de determinada clase de producciones teatrales.
El Festival de Teatro de Rafaela es un ejemplo interesante de estas operaciones. Aquí la selección propuesta apunta a visibilizar obras emergentes de dramaturgia original por lo que, volver a su última edición es un poco volver sobre algunos aspectos que atraviesan nuestro teatro hoy.
Sin dudas, uno de los puntos más marcados en los momentos de devoluciones entre críticos, público y teatreros la mañana siguiente a cada función (y también visible en la última Fiesta Nacional del Teatro en Tucumán) fue la presencia del metateatro.
Esto es, tematizar ciertos mecanismos del teatro dentro de la misma obra. Bajo esta estructura se articularon varias propuestas, entre ellas la mendocina “Tus excesos y mi corazón atrapado en la noche” de Manuel García Migani sobre la cual la crítica local ya ha arrojado sus diferentes miradas. Acá, proponemos ir hacia tres producciones tan diferentes como originales a la hora de plantear esto del teatro dentro del teatro: la adaptación de “Jettatore” de Mariana Chaud; “Brecht” de Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu y “El grado cero del insomnio” de Emilio García Wehbi.
Casi como de manera premonitoria al desarrollo de este punto de vista, el festival abrió con “Jettatore”, el clásico de Gregorio De Laferrere adaptado por Mariana Chaud. Aquí, asistimos a esta comedia de enredos con el personaje yeta en el centro del embrollo y al mismo tiempo, por fuera de los límites de la escenografía, presenciamos el lado “b” de la escena.
Chaud nos cuenta que cuando Martin Bahuer le propone retomar este clásico de la dramaturgia nacional para funciones al aire libre en el Teatro Caminito en La Boca, ella buscó “darle una vuelta a la anecdota original” y encontró en “la idea de 'la yeta' un tema a explotar en paralelo a lo que se está contando”.
Entonces, la otra comedia disparatada, la de actores nerviosos que van sorteando imprevistos signados por la presencia de un yeta dentro del elenco y hacen estallar la carcajada en el olvido de letra o cambio forzoso de roles entre sí durante la función.
“Las supersticiones y las cábalas son típicas de los actores y del ritual del teatro. Me pareció que estaba bueno cruzar estos dos elementos y darle otro nivel de lectura al espectáculo” especifica Chaud. Así, “Jettatore” se nos abre como un metateatro que evidencia mecanismos teatrales para producir humor.
Es en ese desarme de la “farsa”, en ese desentramado donde esta adaptación logra sus propias risas.
“Brecht” es una creación de Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu sobre la figura de Bertolt Brecht para el Ciclo Invocaciones del Centro Cultural San Martín donde directores de la escena porteña entran en diálogo con la producción teórica de directores emblemáticos del siglo XX.
Esta propuesta es una versión de "El círculo de tiza caucasiano" trabajada desde el caraterístico procedimiento brechtiano de la reescritura. Acá, el metateatro "surge de una necesidad concreta a la hora de abordar el material" como aclara Jakob. Sucede que mientras los autores estaban en medio del proceso de reescritura del prólogo para actualizar la pregunta que apunta a la propiedad de la tierra (si es de quien la hereda o de quien la trabaja), se enteraron que no era posible hacer una adaptación de Brecht ya que los derechos de su obra pertenecen a sus herederos.
"¿De quiénes son los argumentos?" se cuestionaron entonces y así surge la nueva pregunta que estructura la obra. "Esta sustitución fue nuestro hallazgo y la forma escénica que elegimos darle fue el metateatro" explica Jakob. Así es como la puesta se nos abre en un detrás de escena completo con la escenografía invertida y el despliegue de personajes/actores descolocados al enterarse, minutos antes de abrir telón, que no pueden hacer su "Western Brechtiano" por no tener los derechos.
Pero “Brecht es del pueblo, loco” grita una de las actrices entre el frenesí y, tras una rápida modificación de las escenas para esquivar la multa, comienzan la función. La obra encuentra en esa ruptura permanente del pacto ficcional el distanciamiento necesario para cuestionar algunas convenciones sociales. Hacia el final, la síntesis lograda entre la estructura metateatral y el mensaje crítico es contundente.
Los personajes se pelean en escena por los papeles que les toca interpretar poniendo en evidencia que hay actores que están predestinados a hacer de amos y otros de sirvientes.
Sobre esta crítica a la sociedad de clases, Jakob nos cuenta “que más que un objetivo, se trató de un hallazgo producto del proceso de reescritura” ya que ellos escriben “para encontrar las ideas propias que el mismo material produce”. En el procedimiento está el mensaje y en este caso, el metateatro es la forma de materializarlo.
"Le movemos el culo a ustedes que vienen acá a comer gato por liebre" y otras frases para desarmar al teatro desde la evidencia de la farsa completa. "El Grado Cero del Insomnio" de Emilio García Wehbi es un desfile perfomático que lleva el teatro a escena para volverlo objeto a desenmascarar y con esta crítica cargarse con todos los mecanismos sociales que lo hacen posible.
Entonces, el teatro aquí no evidencia sus recursos para tejer desde esa ruptura su contenido dramático. Acá, hablar del teatro, “el teatro de living” aquel que representa y divierte a la clase media argentina, es activar un “dispositivo de disenso” (como el propio Wehbi rotula) para dar golpes originales e inteligentemente espectaculares contra conductas burguesas naturalizadas.
Se trata de una provocación orgánica: Toda explosión de discurso en boca de las performers se sostiene desde las bases del feminismo y se articula desde la figura del filósofo esloveno Slavoj Zizek traido a este escenario como dispositivo escénico. "Una crítica a la forma dominante de hacer teatro en Argentina" y la obra trasciende las palabras de su autor porque criticar expresiones dominantes es también, y sobre todo, criticar sus propias condiciones. El teatro es el punto, sí pero también lo es ese público que entre cómodas butacas lo hace posible.
Vemos cómo el teatro se nombra de distintas maneras y, a esta altura, uno se pregunta por qué esa necesidad de hablar de sí mismo. La respuesta puede estar entre las distintas intenciones que propone este acotado panorama: El teatro necesita experimentar en sus límites, llevarse a los extremos de su convención para actualizarse entre tanta farsa cotidiana.