El pasado domingo, en los teatros Luchana, en pleno corazón del Madrid castizo, distrito de Chamberí, la escena mendocina brilló por duplicado. Dos obras gestadas en el oeste argentino y con salas colmadas de público, dieron fe de la óptima salud creativa del terruño.
Una última gran función de "Tus excesos y mi corazón atrapado en la noche", de Manuel García Migani, dentro de la plataforma Arco -que este año dedica a la escena argentina- y el exitoso estreno de "Tiempo compartido", de Víctor Arrojo, con la actuación de Sara Torres y Luis Sampedro, trabajo que contó con la presencia de renombrados autores y directores españoles como José Sanchis Sinisterra y Jorge Eines.
Dicho estreno madrileño lanzó el proyecto "El puente", gestado por los mismos actores que interpretan en España el texto, emprendimiento que intenta vincular creadores teatrales entre Mendoza y Madrid. El equipo contó con el apoyo del mendocino Marcelo Orueta, como asistente y el español Andrés Rubio, en fotografía.
"Tiempo compartido" (2016) es una experiencia dramática que tuvo su origen en la dramaturgia y dirección del reconocido teatrista Víctor Arrojo, junto a dos veteranos de la escena mendocina, Marcela Montero y Guillermo Troncoso.
"Tiempo compartido" a la madrileña
Servido de textos de grandes innovadores de la escena, Ionesco, Rodrigo García y José Sanchis Sinisterra y mixturas propias, Víctor Arrojo construye con maestría una partitura donde el espacio, la presencia y la mirada del otro interactúan incesantemente. Unos, el público, visitantes de un territorio común e inexplorado.
Otros, los personajes, seres inmolados en la cotidianidad, paseantes de su infortunio por un espacio acotado por fantasmas pendientes entre la ficción y la realidad, en devaneos con la forma, los sortilegios y la desazón.
Sillas inamovibles, repartidas por el escenario, esperan al público. En la platea también hay observadores-escuchantes. Bajo una luz general que interpela, hemos sido invitados a comer de la sobras de una pareja en las batallas de su existencia, no sin algún rapto de humor.
El director da pautas sobre el juego. Una campana, en determinado momento, cambiará las posiciones de los espectadores, como piezas de un tablero que, al moverse en diagonal y buscar su nuevo sitio, tendrá distintas ópticas y provocará cinésicas actitudes que forman parte de un plan orquestado por una inquietante puesta en escena.
Dos personajes, hombre y mujer (pareja, compañeros de oficio, solitarios), entran y salen de la escena de la vida o permanecen como supervivientes metiendo y sacando de su "mochila" los entuertos del camino y relacionándose de una forma aprendida desde el dolor, lo oculto y la frustración.
Un televisor imaginario reproduce "otro" combate, en algún sitio.
Todo es lucha, dentro y fuera. Somos -público y actores- parte de una escenografía de corresponsales de guerra, que gesticula o que deambula por un espacio bien delimitado. La puesta consigue movilizar tanto a unos como a otros, tomar partido, desde una interioridad que no tiene transcripción verbal, sí respiración y gesto.
Es necesario inventar ventanas, que el aire entre a empujones diseñado por la mímica del actor, que algo se transmute. Los actores-personas-personajes vuelven a ensayar, amnésicos, una y otra vez el fracaso como una forma de resistencia.
Por eso, "Tiempo compartido", es un desafío para actores curtidos, para seres que hayan atravesado, a tientas, los andamios de la vida. En ese sentido, también, es un hallazgo experimentar la traducción de esos textos -inteligente argamasa de Arrojo y sabia conducción de intérpretes- y hacerlos resonar en la corporalidad entrenada de Luis Sampedro y Sara Torres.
Sara Torres encarna esa jauría que es su propio encierro, muta su rostro, expulsa y expurga, arremete en el espacio como un animal demandante y cautivo del frenesí de su soliloquio.
En un tramo, con voz velada, evoca su Maipú natal- no deja de ser curioso escuchar el nombre de un pueblo, tan nuestro, en Madrid-, lo primigenio como caricia frente a un presente desajustado. La actriz, en un magnífico monólogo final, hace su catarsis, ejecución que cumple bajo su propia puesta en escena, mediante disparos de celulares pedidos al azar.
Luces que agonizan, arrepentidas, como su personaje, en un mar desatendido.
Luis Sampedro, orgánico desde la quietud y la contención del gesto, muy expresivo desde la economía, deja traslucir sensaciones intensísimas que afloran a través de una encarnadura sostenida por la angustia. Una especie de san Sebastián que recibe flechas y reprime su muerte física de luchador devastado y también redimido por sus propias palabras.
Parlamentos finales a los que Sampedro dota de una complejidad de matices que embriaga y, a la vez, consternan, mediante un gran trabajo de concentración que nos regala desde su oficio.
Tres artífices de lujo, Arrojo, Torres y Sampedro brindaron una noche de alto voltaje emocional en Madrid, en el Luchana, a través de su proyecto "El puente". Su presencia reafirma, al reunirlos, que este "tiempo compartido" con la palabra y su latido no tiene fronteras.